Los clones mudos de The DaneMen sufren los azares más absurdos que puedan imaginarse. Si algo puede salir mal, saldrá mal, y si algo va encauzándose positivamente, saldrá mal también. En esas circunstancias, los personajes de estos cómics están a la que cae: demuestran una resignación sin catastrofismos. Son monigotes que después de tantos avatares sospechan de todo, pero lo hacen con una pereza que los salva.
La ironía es el motor de estas viñetas. Así lo explica a Yorokobu el autor David Daneman: «La ironía es una fuerza de la naturaleza. Para apreciarlo debes entender lo absolutamente insignificante que eres y conciliar esto con la creencia de que eres la persona más importante del mundo. Si puedes sostener ambas ideas en tu cabeza simultáneamente, sobrevivirás: podrás, incluso reír».
La lista de historietas de Daneman es extensísima y aun así cuesta prevenir sus giros y sus desenlaces. Todos los protagonistas de las viñetas son siempre el mismo hombre, en concreto, el propio autor: perilla, raya al lado y rostro de incomprensión. Le preguntamos por qué ha decidido representarse a él mismo todo el tiempo. «Hay dos respuestas: una es verdadera y la otra es una mierda (bullshit)», avisa.
La mierda: «Todos los The DaneMen piensan que son protagonistas de sus propias vidas. Nos puede gustar pensar eso, pero en realidad la mayoría somos un personaje menor en las vidas de otros: figurantes. No somos especiales. Además, hay un mensaje en esto sobre la hipocresía. Las tiras contienen una reconvención moral hacia la audiencia por no hacer esto o aquello. El hecho de que me utilice demuestra que ninguno de nosotros es puro ni perfecto».
La verdad, en cambio, es más prosaica. «Lo hago por sentido práctico. Depender de amigos o actores me obligaba a adaptarme a sus horarios. Usar un solo actor me permite reutilizar material antiguo sin problemas y hace que The DaneMen sea posible a nivel técnico».
Los monigotes visten siempre de la misma manera: camisa blanca de manga larga y corbata negra. «La camisa y la corbata son el uniforme de la abeja obrera en el mundo corporativo del siglo XX: el cuello y la corbata se asemejan a la correa de un perro», explica, matizando que, de nuevo, esta es su respuesta bullshit. De igual modo que con la repetición de sus propios clones, aquí esgrime también el argumento práctico de la reutilización de material.
Daneman se basa también en que los dibujos animados, como Los Simpsons, suelen usar la misma ropa aunque a veces, si la situación lo requiere, puede cambiarse o adornarse.
Estos cómics son silenciosos. Utilizan la mínima cantidad posible de palabras: a veces los episodios se desarrollan sin ningún contrapunto verbal. La esencia, lo que más comunica, son las expresiones faciales. Son muecas muy marcadas, con ese punto de sobreactuación que requería el cine mudo.
En un principio, el cine mudo era una de sus elementos inspiradores. «Me encantan las películas de Buster Keaton y Charlie Chaplin. Pero no estoy seguro de cuánto duró su influjo. En estos días, siento que tomo tanta inspiración de los Looney Tunes como de las estrellas del cine mudo».
Cuando mira a su proceso de aprendizaje, Daneman recuerda unas clases de cine en las que se insistía en el mantra muéstralo, no lo digas. «Hay una ironía en decirle a alguien que muestre y no diga», bromea, «pero aprendí de todos modos». Ahora empieza a dejar de creer que el mutismo es una buena opción para cazar audiencias. Ha llegado a la conclusión de que los cómics con texto son más populares.
Para todo lo que les ocurre, los DaneMen no son nada catastrofistas: se han acostumbrado a los reveses y a que el absurdo, el ridículo y todo el cargamento de la Ley de Murphy se agazape detrás de lo cotidiano. Ejemplos: un grupo de calvos llorando en un funeral en honor al pelo que perdieron: el cura que oficia la misa, por supuesto, tiene pelazo. O un náufrago metiendo un mensaje en una botella pidiendo que lo salven porque está atrapado con un «imbécil», y la botella da la vuelta y cae en las manos de su compañero…
Para el artista, el carácter de sus clones está muy cerca del optimismo: «La mayoría de los días se despierta del lado derecho de la cama. Cuando el optimista entra en el mundo real, sucede algo interesante: el dolor». Se refiere, en concreto, a lo que el alemán Jean Paul llamó weltschmerz, es decir, el dolor que nos ataca al comprobar que la realidad nunca se parecerá a aquello con lo que soñamos.
Como explica el autor, nos encanta ver este enfrentamiento porque refuerza el pesimismo o lo contradice. Pero si algo se aprende de sus viñetas es que, al final, nunca nada es tan grave y que la máxima agitación que la vida debería poder provocarnos es una mueca de desconcierto.
[…] Publicado por Esteban Ordóñez en http://www.yorokobu.es […]