En “Dark Shadows” se mezclan velados homenajes a Lovecraft, a la Familia Addams, al propio Burton en películas anteriores, incluso a la Fuerza de la saga “Star Wars”. Parece que, lenta pero inexorablemente, el cine de entretenimiento y el fandom se acercan a un melting pot en el que todos los monstruos se maceran, entrelazan y reducen como ingredientes en una receta de Arguiñano.
El humor es el camino más corto para llegar a la conciencia, y eso es lo que derrocha “Dark Shadows”, con el aliciente de una puesta en escena semejante a la de “Sleepy Hollow” (1999) o “Sweeney Todd” (2007), con las que conforma una imaginaria trilogía, pero sin los horribles colmillos de Cristopher Walken ni los sugerentes pechos de Cristina Ricci.
Michele Pfeiffer ya lidió con un Jack Nicholson licántropo en “Wolf” (Mike Nichols, 1994) y Jonny Depp con zombies submarinos en su irregular franquicia de Piratas. Quizá en este último estreno burtoniano esté un poco traído por los pelos el tema de la licantropía, ya que desde la notable “Underworld” (Len Wiseman, 2003) a la soporífera e hipertrofiada saga “Crepúsculo” o su equivalente TV, “True Blood”, parece que los vampiros se han vuelto tan sexys y tan monos que apetece invitarles a un gin tonic y subírselos luego al hotel, mientras que a los hombres (y mujeres) lobo/a les toca la parte menos glamorosa del guión. Barnabas Collins, el redicho y pedante vampiro protagonista de “Dark Shadows” está a medio camino entre el erudito extravasado de otra época y el animal sediento de sangre, que no duda en cepillarse a una pandilla de encantadores hippies tras subyugarlos con su inglés del siglo XVII.
Los grandiosos decorados construidos en Londres, en los legendarios Pinewood Studios, resultan ideales para recrear uno de esos microcosmos sociales que tan bien se le dan a Burton. En este caso es Collinwood, y en “Big Fish” (2003) aquella aldea perdida en medio de un bosque mágico. Aguarda el espectador, como en el cine de los grandes genios, los tics característicos del autor, incluyendo a su esposa Bonham Carter encarnando el personaje más excéntrico, o los sempiternos acordes de Dany Elfman que, aunque correctos, no encuentran ese sendero mágico al corazón que nos cautivó en “Eduardo Manostijeras” (1990).
La presencia de Alice Cooper haciendo de sí mismo tocando en las escaleras de la mansión se nos antoja como un capricho del director o de Depp, o de ambos, que demuestra lo bien que se lo han pasado pergeñando este regalito visual, a la altura de otra de mis favoritas, “La novia cadáver” (2005), aunque me quedaré siempre con “Ed Wood” (1994), película en la que no aparece monstruo alguno, más allá del jersey de angora.
En “Dark Shadows” Depp vuelve a aparecer disfrazado de Michael Jackson en varias escenas, como ya hiciera en la empalagosa y artificial “Charlie y la casa de chocolate” (2005). Hay una criada que parece tener ciento diez años, una actriz realmente notable (aunque no abre la boca en toda la película), que tiene pinta de ser la bisabuela de Burton y protagoniza un par de secuencias memorables. He averiguado que se llama Ray Shirley, pero en la red no hay ni rastro de ella. Si alguien sabe algo agradeceré la información, porque quiero ofrecerle un papel.
Sin reventar el argumento a nadie, terminaré el post admitiendo que el hecho de que ser encadenado en el interior de un ataúd metálico es una putada, pero si además tu peor enemiga deja caer sobre tu nariz sus bragas sucias para que las huelas durante cien o doscientos años, la cosa alcanza tintes épicos.
Quizá sea un acto de amor, más que de humor, después de todo…