Te levantas por la mañana y tomas una decisión. Nada importante, así que da lo mismo si te equivocas. Además, es solo una de las muchas que tendrás que tomar a lo largo del día. Después viene la siguiente y la siguiente. En total, sin darte apenas cuenta, más de 2.500 cada 24 horas.
A tu alrededor hay millones de personas que hacen lo mismo. También toman sus propias decisiones sin que tú llegues a saber, la mayoría de las veces, cuáles te afectan.
Y de pronto, tras una de esas decisiones aparentemente inocuas, todo se viene abajo. Entonces te preguntas cómo es posible tal derrumbamiento si se trataba de algo intranscendente. Pero no lo era. Porque resulta que esa decisión, sumada a muchas otras, conformaban la famosa gota que colma el vaso de los errores.
Esto es algo que resulta evidente en decisiones muy reglamentadas: un plebiscito por el Brexit, unas elecciones con Donald Trump de por medio… En ese tipo de eventos, somos conscientes (o deberíamos de serlo) de la importancia de nuestro voto en términos de consecuencias.
Pero hay otras decisiones en las que resulta difícil comprender su conexión entre ellas hasta que es demasiado tarde. Son el tipo de decisiones que sufren el llamado ‘síndrome del Titanic’.
Lo del Titanic no salió bien, eso lo sabemos todos. Pero aparte de su dimensión literaria (el barco más grande, seguro y lujoso del mundo se hunde en su viaje inaugural) lo más llamativo de ese desastre fue la concurrencia de todas las decisiones equivocadas que tuvieron que sumarse para que 1.413 personas acabasen en el fondo del Atlántico Norte.
Por citar tan sólo unas pocas: el capitán ordenó una velocidad excesiva y decidió irse a dormir. Al ver el iceberg, el primer oficial decidió parar motores, lo que dificultó la maniobrabilidad del Titanic. El arquitecto naval decidió poner menos botes salvavidas de los necesarios ya que afeaban la imagen del barco. Los vigías de proa no llevaban prismáticos porque el marino que tenía las llaves del armario donde se guardaban decidió quedarse en tierra…
No existen decisiones individuales. Todas viven en conexión con otras, y ese es el motivo de que cada una de ellas importen más de lo que crees. Porque pese a su carácter aparentemente efímero (se toman y desaparecen), sus consecuencias, sumadas a muchas otras que viajan en la misma dirección, podrían afectarte de forma catastrófica para el resto de tu vida.
Difícil tener conciencia de las muchas decisiones que tomamos a cada minuto… pero también considero que andar en «piloto automático» sin duda nos sirve para hacer más liviana nuestra vida. Poner nuestra atención en las que nos parecen prioritarias me parece saludable y asertivo. Después de todo lo que tiene que ser, será; aunque le demos muchas vueltas en nuestro cerebro.
Excelente artículo el de las manos también… Una lógica que nunca se me hubiera ocurrido.
Abrazo desde Mar del Plata, al Sur del mundo… porque el Sur también existe, como ha escrito Benedetti.
El Sur no solo existe, es el que marca el norte. Un abrazo, Clara.
El título podría contener un subtítulo de alerta: Indecisos, no leáis ésto
El título podría contener un subtítulo de alerta para aquellos que les cuesta tomar decisiones: ‘Indecisos, no leáis ésto’
[…] Artículo publicado en Yorokobu […]
Un día alguien confundió una letra y en vez de escribir causalidad escribió casualidad.