El tonto de última hora

Los cinco minutos que faltan para el cierre de una tienda o una oficina pueden erosionar el ánimo del dependiente, el dueño de una pequeña tienda o el oficinista. Quien mira el reloj tiene el corazón encogido temiendo que un tonto asome la cabeza a última hora…

El tonto de última hora forma parte de la estupidez creciente, pero merece un capítulo aparte. Esta criatura bípeda posee la habilidad de hacer pasar la cabeza por entre puertas entornadas y cierres metálicos a medio bajar, una vez que la hora de atención al público ha concluido. Esto es posible gracias al cuello extensible que posee esta subespecie de tonto.
—¿Estáis cerrando? —dice el tonto de última hora con medio cuerpo dentro y medio fuera de un local.
—Sí —dice la dependienta, que barre o hace el recuento de caja.
En vano habla la dependienta. El tonto de última hora ya se ha situado junto al mostrador, igual que un depredador ocioso contempla la presa que usará como juguete más que como alimento.
—Es una cosa de nada… —dice el tonto.
A continuación, el tonto cuenta su historia y lo que presuntamente busca. La dependienta experimentada atajará pronto la situación:
—Uy, ya no me queda.
—¿Y esos…? —el tonto señalando.
—Están reservados… —sin dar opción, como debe ser para sobrevivir a un encuentro con el tonto de última hora.
En el mejor de los casos, el tonto se despide. En el peor, la dependienta atenderá los requerimientos del tonto:
—Bájame eso —el tonto—. No eso… Esto no es lo que quiero… Bueno, podría ser, pero no… Ya vendré con más tiempo otro día.
«Tus muertos», es el pensamiento natural que pasa por la cabeza de la dependienta, emocionalmente exhausta, que acaba de perder el autobús, que no ha hecho caja, que no tendrá remuneración por horas extras. Sin embargo, ella responde con una sonrisa forzada:
—Cuando quiera, estamos de 9 a 2 y de 5 a 8 —remarcando con la entonación 2 y 8.
En cuanto el tonto vuelve a la calle, reinterpreta que a las 2 puede añadirle media hora, igual que a las 8 otra media. Los redondeos del tonto.
Con esto, el tonto de última hora muestra una característica más: carece de empatía. Este tonto es el más egoísta entre los tontos. Mientras que tonto ilustrado reclama el aplauso y puede encontrar en internet un espacio para su esparcimiento, el tonto de última hora reclama la atención aquí y ahora.
—Vengo a contratar el agua —el tonto de última hora.
—Verá es un trámite que lleva entre quince y veinte minutos y cerramos en dos minutos.
—Señorita en el cartel pone: Horario de atención, de 9 a 3 y de 5 a 7.
—En dos minutos es imposible, compréndame.
—¡Estoy dentro del horario! —cuando un tonto coge una linde…
—Mire, deje aquí los papeles y mañana cuando llegue los voy tramitando.
—No tengo papeles.
—Entonces, tendrá que volver mañana.
—Quiero poner una hoja de reclamaciones.
Por supuesto, el tonto de última hora escribe su reclamación:

«El día (…) a las siete menos dos minutos me persono en las oficinas de (…) sita en la calle (…) para contratar el suministro de agua para vivienda de mi propiedad. La funcionaria me dice con tono grosero que no puede hacerme el contrato y vuelva mañana. Le replico que he llegado dentro del horario y que su obligación es atenderme como ciudadano que paga sus impuestos…»

A pesar del lenguaje, la caligrafía varía entre colegio de primaria y los trazos de un loco, dos de las variantes.
Otra mutación del tonto de última hora le lleva a desdeñar los plazos de presentación de papeles o solicitudes. Al tonto poco le importa que los documentos deba presentarlos en el término de un mes o tres meses, hará todo lo posible para presentarse a última hora o incluso acabado el plazo (y a última hora, como marca su naturaleza).
—¡Es que esto es urgente! —el tonto de última hora, fuera de plazo
—Señor, falta un minuto para el cierre… Y estos papeles… Esto caducó hace dos días.
—¿Y no puedes hacerme el favor?
—No.
—Total, dos días… Ya sabe cómo son las cosas…
—Ha tenido un mes para regularizar su situación.
—Bueno, iba a venir el jueves, pero era el Corpus…
—Ya.
En estos casos, el tonto de última hora se retira. En ocasiones, peregrina por las distintas oficinas encargadas de lo que desea, esperando que algún empleado o funcionario atienda su petición. Y llegado el caso de rechazo, se queja en estos términos —según su etnia o procedencia—: todo para los negros, todo para los extranjeros, todo para los gitanos, todo para los de España…
Sin embargo, la verdadera fijación del tonto de última hora son las cajeras, los dependientes, los dueños de bares y pequeños comercios… a quienes consigue sacar de sus casillas.
No es raro encontrar carteles pegados en la fachada o escaparates de los negocios, con tipografía de impresora, incluso carteles de plástico bañado con una película contra la corrosión y los efectos de la humedad, con cuidadas letras en relieve, y el lema:

CERRADO POR VACACIONES
DEL 1 AL 15 DE JULIO

Abajo, escrito a mano, con letra rápida, letra de cabreo, en un folio pegado con cinta adhesiva:

AMBOS DÍAS INCLUIDOS.

Carteles que revelan el encuentro entre el dueño o la dueña del negocio y el tonto de última hora:
—¿El 15 también? —el tonto.
—Sí, el 15 también.
—Entonces, ¿abrís el 16?
—Sí, el 16. ¿Pero qué es lo que quiere?
—Oh, nada, era por saberlo, por si acaso.
El dueño que hace llaves o libera móviles o hace fotocopias se pregunta por qué el tonto no hace la llave ahora o libera el móvil. ¿Por alguna razón está esperando justo al día 16 para encargar el pequeño trabajito? ¿Acaso es una suerte de parafilia o superstición hacerlo el 16? ¿O una manía no diagnosticada le lleva a preguntar la hora y las fechas de apertura y cierre? Con independencia de la respuesta, el empleado, el cajero o la dueña concluye que quizá ha tenido suerte; que podría haber sido peor, que el tonto podría haber pedido esto o lo otro, y hacerle bajar y subir cajas, desenvolver productos, para recibir un «no, no es nada de esto lo que buscaba».

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