El arquitecto Bruno Gomes viaja a menudo en coche entre Madrid -su ciudad de residencia- y el norte de Portugal. A lo largo del camino, su vista despierta de la monotonía del paisaje atraída por los fardos de paja de cereal que los agricultores amontonan en los campos para vender como pasto en las explotaciones ganaderas. Cubículos inanimados que forman muros compactos y que, inevitablemente, atraen la curiosidad de este joven arquitecto, que poco a poco, viaje a viaje, comienza a darle forma a una idea. ¿Por qué no darles algo de vida? ¿Por qué no acercar esas construcciones accesibles a la gente?
La oportunidad de materializar respuestas llegó el año pasado. La ciudad de Guimarães celebraba su capitalidad europea de la cultura y lanzó el concurso Performance Architecture para fomentar las intervenciones urbanas efímeras en la ciudad. Bruno lo vio claro. Era el momento de exprimirse el cerebro y parir una idea llamativa basada en aquellas pacas de cereal. Llamó a Nuno Cruz, también arquitecto, y a António Lopes, diseñador (ambos, amigos desde la época de estudiantes en Braga y Guimarães) y juntos formaron el Grupo IUT (Intervenção Urbana Temporária), que en pocos meses fue dando forma a la ecuación perfecta: un material natural, una construcción sencilla y un resultado impactante.
La Montanha Agricultural (una torre de 13 metros de altura formada por 288 fardos de paja) se levantó en cinco días junto a una de las vías de acceso a la ciudad, en A Veiga de Creixomil, y pronto llamó la atención de todos aquellos que circulaban en coche por la carretera rumbo a la ciudad. ¿De dónde salía eso? Hoy, de la torre solo quedan fotos (fue desmontada un mes y medio después de haber sido erguida) y el reconocimiento de mucha gente. Los últimos en guiñar el ojo al trío de portugueses han sido los responsables de los Premios FAD de Arquitectura, que han incluido a la Montanha Agricultural entre los finalistas de estos prestigiosos galardones, cuya entrega será el próximo día 12 de julio en Barcelona.
Hablamos con Nuno Cruz sobre el proceso de creación del proyecto, la intención y la acogida que tuvo la torre de paja entre la población de Guimarães.
Un buen día la gente de A Veiga de Creixomil empieza a ver a tres tipos dirigiendo grúas para apilar fardos de paja. ¿Cómo reaccionan ante la construcción?
Fue una mezcla de espanto, sorpresa y curiosidad. A lo largo de la semana de montaje, a medida que la estructura iba creciendo, mucha gente ralentizaba el coche para mirar con más detenimiento o incluso llegaban a pararse a preguntar y hacer fotografías. Lo cierto es que nadie se sentía indiferente. Había interpretaciones de todo tipo sobre la finalidad del proyecto.
De eso se trataba, ¿no?
Cuando lanzamos las primeras ideas, nos pareció interesante la paradoja de levantar un ‘monumento’ efímero en una ciudad con un patrimonio monumental tan importante como Guimarães. Pero el proyecto en sí buscaba la interacción con el público mediante el impacto visual y el contacto con el material. Para ello, la primera clave era dar a conocer el trabajo y despertar el interés; y la segunda, generar una experiencia sensorial.
Los fardos de paja.
Exacto. La textura cálida y dura de la paja, la amortiguación al caminar, el olor, el aislamiento acústico en el interior de la torre, y los diferentes tonos dorados debido a la orientación solar generó una experiencia sinestésica completa. Enseguida nos dimos cuenta de que el proyecto despertaba en el público su naturaleza contemplativa y lúdica. Les encantaba tocar los fardos, sentir la paja, escalar y explorar todo el monumento. Seguramente los niños fueron los mayores fans de la torre.
¿Qué supuso trabajar con este material?
Era el único material que respondía de forma integral a los objetivos y limitaciones del proyecto: bajo coste económico, elevada resistencia estructural, volumen grande y facilidad de montaje y desmontaje. Además, no genera residuos, es totalmente reutilizable y tiene una gran conexión simbólica y física con el lugar donde emplazamos la torre.
¿Ninguna desventaja?
Sí, claro. La mayor dificultad tuvo que ver, precisamente, con la obtención de la paja. Nos costó trabajo. Cuando concebimos el proyecto (a finales de 2011), elegimos la paja por ser un material abundante y barato en la región. Lo que pasa es que el invierno anterior había sido excepcionalmente seco en la Península ibérica, cosa que hizo que el consumo creciera y que la producción en verano se redujera mucho. Tuvimos que retrasar el calendario para que coincidiera con el pico de producción de paja.
Y llega la hora de montar la torre. ¿Qué pasos seguisteis?
La construcción se basa simplemente en la superposición de fardos de 300 kg cada uno. Joaquim Carvalho nos dio un apoyo muy importante en la verificación de la viabilidad estructural que habíamos propuesto. Primero, limpiamos y compactamos el terreno. Después, montamos una estructura metálica interior que sirvió de guía para el correcto alineamiento de los fardos, y empezamos a apilar. Al principio con retroexcavadora y después con un camión grúa. Todo el proceso de montaje nos llevó aproximadamente una semana, y desmontamos en dos días.
¿Dónde acabaron los fardos?
Toda la paja acabó en su destino original: alimentar a 15 caballos de una explotación pecuaria muy próxima al lugar donde hicimos la instalación.
Las intervenciones efímeras no son muy habituales fuera de la ciudad ¿Es la Montanha una reivindicación del mundo rural?
La actividad cultural contemporánea es mayoritariamente una actividad de las ciudades. La cultura rural está asociada, normalmente, a la tradición y al pasado. Uno de los objetivos de esta intervención fue asociar el fenómeno cultural contemporáneo al universo agrícola y rural. Sabíamos que no era habitual hacer este tipo de actividades en un espacio rural, y quizás también por eso mismo pensamos que sería importante hacerlo en una capital europea de la cultura.
Y para vosotros, como creadores, ¿qué supone un proyecto de arquitectura efímera?
Tiene el potencial de ofrecer una mayor libertad creativa y una relación más intensa con los usuarios finales. Esta proximidad permite usar recursos como la provocación o el desafío, y reactivar lugares olvidados o atribuirle nuevos usos a lugares comunes. Todo esto obliga a cuestionarse las funciones del espacio público, de sus equipamientos y de la relación de la sociedad con aquellas construcciones que nos rodean.
Fotografías de Nelson Garrido, Carina Oliveira y Bruno Gomes.