En España, limpiar escenas del crimen no es un oficio habitual. Sin embargo, los hay que han decidido, por influencia estadounidense, probar suerte en el sector e impulsar su propia empresa, en muchos casos viéndose abocados al pluriempleo. Es el caso de la compañía española Limpieza Extrema y de J.F.R., que se hace cargo, junto con su esposa, de entre cinco y siete encargos al año: desde suicidios hasta asesinatos o muertes desatendidas.
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J.F.R describe el olor de la muerte como «insoportable». Una mezcla de carne putrefacta y descomposición solo camuflada, a veces, por un intenso gel de menta que estos profesionales se untan debajo de la nariz. Más allá del hedor durante su labor de limpieza y aparte de eliminar secreciones diversas, su principal cometido es buscar todo tipo de restos: uñas, pelos, dientes y dentaduras, y hasta pedazos de carne y huesos perdidos debajo de sofás, mesas o detrás de estanterías. Vestigios de una muerte violenta que suelen pasar desapercibidos para una empresa de limpieza normal.
Explica J.F.R. a Yorokobu que los profesionales que se dedican a limpiar este tipo de escenarios suelen seguir protocolos de limpieza específicos, muy similares a los que se llevan a cabo en los quirófanos. Sin embargo, cada tipo de muerte necesita un tratamiento específico y entraña un coste diferente, en función del trabajo que requiera. Eso sí, antes de limpiar comprueban personalmente que la investigación ha llegado a su fin, «no vaya a ser que nos deshagamos de pruebas importantes».
Un suicidio apenas ensucia. Casi todos los restos se concentran en un mismo punto, así que en ocho horas (trabajando rápido), y por un precio que oscila entre 1.500 y 2.500 euros, los profesionales lo pueden tener listo.
Las muertes desatendidas (personas que fallecen sin que nadie se percate hasta después de varios días) suelen ser más sucias, y obligan a usar muchos productos químicos. Suele haber descomposición, gusanos, camas y sofás con la forma exacta de un cuerpo o sangre y fluidos que llegan a traspasar el parqué. Por eso su limpieza puede costar hasta 5.000 euros.
Evidentemente, con esos precios, y teniendo en cuenta lo macabro del servicio, muchos son los que se asustan. J.F.R afirma que muchos clientes, tras ver su presupuesto, deciden encargarle la misión a empresas que hacen el mismo trabajo por 400 euros. ¿Las consecuencias? J.F.R las resume en una anécdota que tuvo lugar hace poco más de un año: en una nave industrial, falleció alguien que no fue encontrado hasta seis días después de la tragedia. La nave era de chapa, «estaría a unos 60 grados sin ventilarse», lo que provocó que el cuerpo empezara a deshacerse desde el primer día, la grasa se licuara, aparecieran larvas y la descomposición llegara al piso inferior ensuciando hasta la fachada y la puerta del edificio.
«Yo les hice un presupuesto por 4.700 euros, pero ellos prefirieron que lo limpiara una empresa normal por 1.500». Al final tardaron más de tres meses en poder alquilar la nave de nuevo, «porque no se había limpiado bien y olía muy mal», relata este profesional.
«Las empresas normales limpian por encima», sentencia. Por el contrario, J.F.R y su mujer llegan a levantar el suelo de una casa para eliminar la sangre que se haya filtrado, y después vuelven a ponerlo en su sitio; pican la pared si el fluido ha salpicado, vuelven a arreglarla, la pintan… «Para dejar las cosas como estaban antes de la muerte, como si allí no hubiera pasado nada». Incluso, cuando el escenario ya está más que limpio, J.F.R explica que repasan la escena dos veces más con vapor, «que desinfecta muchísimo y llega donde el cepillo no puede».
De no hacerlo así, se han dado casos de personas que han encontrado restos de sus familiares tiempo después del último adiós. Eso hace que vuelvas a «revivir la muerte de una persona querida». Un episodio verdaderamente desagradable.
Protección para evitar contagios
Para enfrentarse a una labor así, hay que tomar todas las medidas de protección posibles. No solo son necesarias las mezclas de productos que evitan que el profesional se contagie con enfermedades como sida o hepatitis, sino que cada lugar manchado debe limpiarse siguiendo reglas concretas, para evitar salpicaduras e incluso tocar o pisar donde no se debe.
«Llevamos trajes que nos cubren completamente», botas, doble guante de protección (uno de vinilo y otro de un plástico más duro pero flexible)… «Trabajamos con gafas porque siempre puede salpicarte algún producto de limpieza y restos humanos», describe J.F.R, y especialmente en el caso de muertes o asesinatos que se descubrieron pasado un tiempo, necesitan utilizar mascarillas con filtros especiales, «aunque incluso así el olor es insoportable».
El suyo es un oficio tan delicado que deben trabajar con cautela y secretismo. Lo hacen de noche o en fines de semana, y J.F.R. asegura que intentan pasar desapercibidos. «La gente ni siquiera sabe qué vamos a hacer en una casa», aunque todo el mundo esté al corriente de que allí alguien respiró por última vez. Por eso, cuando llegan al lugar de los hechos, lo hacen con su ropa habitual, de paisano, transportando sus herramientas en bolsas o cajas que no levanten sospecha alguna. Es dentro del recinto donde se transforman.
A sangre fría
Antes de salir a trabajar, este profesional cena tranquilamente, «e incluso como al volver de una limpieza», asegura. No son amigos ni familiares suyos, y asegura que en el momento de la limpieza piensa lo menos posible en lo que ha ocurrido. «A mí me da igual. Al principio te afecta un poco, pero pasado un tiempo deja de hacerlo. Ni me crea angustia ni me impide dormir», sentencia.
De primeras, parece un oficio delicado y no apto para escrupulosos pero J.F.R asegura que «los hay peores», como trabajar para funerarias o con equipos de emergencia. Al fin y al cabo, estos trabajadores de la limpieza no ven el cuerpo de los fallecidos. Aun así, «tienes que tener la cabeza en tu sitio, ser mentalmente fuerte y que no te den asco estas situaciones». Debes concienciarte pensando que estás dando un servicio a alguien que lo necesita, y que «cuanto antes pase el mal trago, mejor».
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Las imágenes utilizadas son propiedad de Hubert Figuière, Andrés Moreno, West Midlands Police y Andrew