Travestis de cinco estrellas

16 de noviembre de 2015
16 de noviembre de 2015
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En el 924 de la calle Araoz, a la altura del barrio de Villa Crespo de Buenos Aires, la abuela Marisita y la tía Zoe lo llevan todo al día. Saben quién entra, quién sale y quién debe la parte que le toca de la luz del mes. Controlan que las zonas comunes estén limpias, que los camellos no entren en las instalaciones y que la única pasta base que haya escondida entre los colchones sea la que sirve a las chicas para pagar sus deudas de estancia.

Marisita y Zoe son las veteranas del lugar y por eso tienen ciertos derechos adquiridos. Digamos que son las gerentes de este hotel de travestis y transexuales que no tiene precisamente cinco estrellas. Les gusta tomar mate en la puerta con otras compañeras y observar desde allí lo que se cuece.

Hace ya más de 20 años este lugar era una pensión familiar, pero, poco a poco, las voces de los niños y las imágenes de los padres cargando maletas fueron sustituidas por el grito mudo de entre 80 y 100 travestis y transexuales que piden por lo menos un poco de dignidad vital. Se trata de un reducto donde la libertad sexual tiene su propio nombre sin cortapisas y se llama Hotel Gondolín.

Allí viven chicas que vienen de las provincias más humildes del norte de Argentina, donde no las entienden ni las aceptan. Muchas llegan a Buenos Aires con los 18 recién cumplidos. Las mayores no pasan de los 25, aunque sus rostros parezcan decir otra cosa.
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El productor, publicista y gestor cultural Patricio Binaghi y la fotógrafa Estefanía d’Esperies pasaron con ellas ocho meses con el objetivo de escribir un libro que reflejara este ambiente, esta forma de vida en el filo de una navaja donde en una hoja está el respeto y en la otra, el rechazo más absoluto.

En las primeras visitas fueron poco a poco ganándose su confianza. Luego esa confianza les fue permitiendo entrar en sus habitaciones y en sus vidas. «Les contamos la idea de retratar lo cotidiano del hotel, el día a día sin meternos en lo trash. El lugar es una especie de corrala con un patio central y dos pisos. Todas las habitaciones dan a ese patio principal donde están la cocina, dos cuartos y un baño», relata Estefanía.

El libro, como el propio nombre del lugar indica, se llama Hotel Gondolín, un compendio de fotografías desgarradoras sobre el día a día de estas travestis en este lugar. Está editado por el propio Patricio Binaghi con la colaboración de Juan Varela.

La pensión es un lugar de tránsito donde sus habitantes recalan antes de enfrentarse al mundo de la gran ciudad. Apenas se hospedan más de un año. Allí es tal vez donde toman conciencia, como dice Marlene Wayar, la prologuista —militante transexual, socióloga reconocida, empleada en el Ministerio de Trabajo del país y exhabitante del Gondolín— «de la otredad de la que no nos podemos desentender y la nosotredad travesti. Hemos aprendido a ciencia cierta que no somos lo hombre ni somos lo mujer que se nos ofrece desde lo preexistente como únicas alternativas legítimas y legales de ser. Somos otra posibilidad de mismidad con densidad propia. Somos travestis».
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En el Hotel Gondolín se vive dignamente dentro de la indignidad a las que son sometidas sus clientas en la vida. Muchas, incluso, bastante mejor de lo que lo hacían en los lugares de donde vienen. Allí se comparten malos y buenos rollos, maquillaje, tabaco y a veces alguna que otra pelea.

«Cuando el hotel fue tomado, era moneda corriente que la policía cayera en el lugar y se armaran grandes peleas entre todos. La droga estaba muy presente en el hotel (cocaína, marihuana, pasta base…) y la prostitución se ejercía en las mismas habitaciones. La peste rosa (sida) estaba apestando a muchas chicas. También la tuberculosis. Hoy en día está todo más organizado y muchas de las chicas trabajan», dice la fotógrafa.

Pero ni la buena organización del hotel pudo evitar la muerte de Cristal, la chica de la portada del libro, que posa sentada relajadamente con mirada desafiante y las piernas cruzadas mientras sujeta un cigarrillo con su mano derecha . «Enterarme de su muerte fue, para mí, el momento más desolador. Hacía 15 días que no íbamos por allí y nos llamaron para decirnos que una neumonía se la había llevado», recuerda Binaghi.

Para la mayoría de los organismos públicos, el lugar y sus habitantes pasan desapercibidos. Apenas unas cuantas organizaciones sociales se asoman por allí alguna vez que otra repartiendo preservativos o asesorando sobre algún tema legal. «Pero no abundan», dicen los autores del libro.
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Detalles de las habitaciones, una mujer encendiendo un cigarrillo, sonrisas pícaras, un zapato de plataforma, una travesti que sube las escaleras hacia el piso de arriba envuelta en una toalla, las bolsas llenas de basura que se amontonan en el patio central, la lista de morosas en el pago de sus deudas con la pensión, miradas perdidas y pérfidas, lágrimas que funden el maquillaje, un pezón que asoma por el escote de un vestido, extensiones de pelo tendidas en una cuerda…

Las imágenes que aparecen en este libro son tan poderosas como sus propias protagonistas. Y muchas de ellas son capaces de provocar auténticas descargas de desazón al observarlas. «Había momentos de alegría y de tristeza al escuchar historias muy duras y de mucho sufrimiento. A veces, momentos de mucha confusión al volver a nuestras casas. Nos íbamos cansados y conmovidos al observar vidas que no tienen nada que ver con las nuestras», recuerda Estefanía d’Esperies.

Hotel Gondolín está dedicado a Cristal, la joven travesti que murió de neumonía.
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