Una de J-Pop, que para eso nos llamamos Yorokobu (significa ‘estar feliz’, en japonés)

18 de octubre de 2012
18 de octubre de 2012
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Puede que la aparición satánica irrupción de Gangnam Style, ese hit que canta un coreano con tendencia al sobrepeso llamado Psy, les haya hecho caer en la cuenta de que en el lejano oriente tienen la máquina para fabricar en serie canciones imposibles de sacar fuera de la cabeza. En Corea, como comprenderán, son unos advenedizos que se aprovechan de, como poco, dos décadas de trabajo japonés en esto de la orfebrería pop. Hagamos un breve e iniciático repaso al J-Pop este post épico de temática underground que nadie llegará a leer hasta el final.

Son adorables, de eso no cabe duda. La sutileza con la que se mezclan guitarras de hardcore melódico con dulces voces femeninas de infantil timbre hacen que el veredicto ante el género pueda ser única y exclusivamente un sí de proporciones catedralicias. En los inicios, los sonidos tiraban mucho de sintetizadores con tendencia a la elasticidad chiclosa pero ahora, el término tiende a ampliarse para abarcar a la mayoría de música pop facturada en el archipiélago.

Para los que aún no tengan muy claro de qué hablamos, es algo así como «la musiquillas de los dibujicos manga», si bien cabe denotar que no es únicamente eso y que los dibujos manga no son manga sino anime. Si con esta pista siguen sin estar situados, pongan el ojo en Shibuya, la meca del J-Pop, y piensen en La Casa Azul, la banda monopersonal que, al menos, no canta en guachi guachi y cuyo sonido bebe de fuentes parecidas. Si siguen sin saber de qué les hablo, entreguen las armas, disuélvanse y sigan leyendo.

Establezcamos precedentes. En los años 80, Japón vivía feliz sin el recuerdo de una II Guerra Mundial que quedaba lejana y antes del calamonazo que supuso las crisis inmobiliaria que se desataría a finales de esa misma década. En ese escenario, Akira Terao lo petaba vendiendo discos como bentos y, en 1980, su disco Reflections se convirtió en el más vendido de su país.

Una prueba de que los japoneses no son tan diferentes de nosotros es que Terao podría haber encajado como un guante en Entre Amigos, la gala de varietés que cada viernes montaba José Luis Moreno en el Florida Park, donde todo era hedonismo y muñecos de guiñol y en las que se trataba como dioses a artistas que compartían estilismo con Terao. Ya me dirán si hay diferencia entre el japonés con inclinaciones a la melódica italiana con estética de resort mediterráneo y un Luis Aguilé de la vida. La felicidad es felicidad aquí y en Japón.

A finales de esa década, el país nipón no fue ajeno a la fiebre de la laca y el cardado que asoló todo el planeta. X Japan le añadió aún más tinte y maquillaje y abanderó el visual kei, un movimiento de bandas de chicos que compartían esta estética.

Es en los años 90 cuando se acuña el término J-pop como tal y el sonido empieza a parecerse al cliché que algunos teníamos en mente. Coincidiendo con la época de mayor trascendencia d ela MTV, bandas como Mr. Children o Globe cosechan ventas literalmente millonarias, pero probablemente esto no les interese ya que estamos aquí para ver pintas estrafalarias. No se asusten que en los 90 éramos todos así de excéntricos.

La década de los 90 languidece ante el nuevo milenio. Es el momento de mayor éxito comercial de la música pop japonesa. Poca gente fuera del país sabe lo que allí ocurre, pero hay grupos, como Glay, que se acercan a cinco millones de copias vendidas. Se trataba de un disco de grandes éxitos, pero ya saben que eso se cobra igual.

B’z supera los cinco millones de copias vendidas con su recopilación y demuestra que a los japos les encanta agitar el cráneo con su versión patria de Bon Jovi.

Por esa época adquiere relevancia la banda de chicas Morning Musume. Vamos a coger a Parchís, quitamos de la ecuación a Tito y el Piraña, aunque fueran de Verano Azul, que siempre confundo
una cosa con la otra, les mejoramos el repertorio con canciones más pegadizas y los ponemos a dar brinquitos de felicidad con la inocencia que dan tus 35 años. Once ‘miembras’ forman el actual lineup aunque han desfilado por la banda casi cuatro decenas de cantantes.

La década de los cero cero la dejamos para otros día porque si no, no terminan de leer este post en una semana. A grandes rasgos, el J-Pop comienza a verse influenciado por la tecnología móvil, que a base de descargas digitales y tonos para teléfonos, populariza enormemente canciones como Flavour of Life de Hikaru Utada. Además, y debido a la ampliación del significado del término, los sonidos urbanos cercanos al hip hop invaden las listas. Si un rapero tatuado de la costa oeste daba un miedo de venirse abajo sin remisión, no ocurre lo mismo con los tatuado japoneses, que pasan en su totalidad a convertirse en yakuzas.

Ejemplo. A Halcali, un duo de chicas a las que apetece llevar a tomar un crocanti un domingo por el Retiro, les va muy bien con su inocente mirada a la vida. No me pregunten por qué pero me han recordado a Delafé y las Flores Azules.

Así vamos llegando a la actualidad. Al igual que en Europa, en Japón los festivales experimentan un incremento de citas que otorga más visibilidad en directo a los artistas. De todos ellos, el que más mola por motivos obvios es Animelo. El festival es una especie de macrogala que reúne a la crema del pop japonés, con gran parte del contenido centrado en la música de los dibujos anime. La Organización Mundial de la Salud recomienda asistir al festival con un bajo nivel de azúcar en sangre en previsión de los subidones que puede dar tanto edulcorante sónico. Mataría por ir.

Otro ejemplo del gusto nipón por meter a melodiosas voces unas guitarras más heavies que una lluvia de hachas en el Arrival of Tears de Ayane. Metal, desamor e influencias góticas pero con todo con el buen rollo y la dulzura, que no están los tiempos para ir tensando la cuerda.

Recién salido del horno está este vídeo de Livetune en el que una chica corre como Forrest Gump en clara metáfora de que, en esencia, nosotros siempre somos los mismos y que, sin embargo, el mundo que nos rodea cambia constantemente como queriendo arrastrarnos hacia su decadencia. Todo muy loco.

Como bonus track de premio para el que haya conseguido llegar hasta aquí, ofrecemos la mejor canción que se ha compuesto sobre suelo japonés. La tocan The Seatbelts, forma parte de la secuencia de inicio de la serie de anime Cowboy Bebop y ya quisiera Pink Martini molar la mitad.

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