Que levante la mano todo aquel que ha oído en alguna ocasión que vivimos en la era de la imagen, que estamos saturados visualmente, que este tipo de cultura impera sobre otras formas de comunicación como la escrita o alguna afirmación por el estilo. Valentín Roma sería uno de los que habría alzado el brazo porque las ha escuchado. Aunque no está de acuerdo con ninguna de ellas.
El historiador de arte y profesor de Estética y Cultura Digital asegura que un monje del siglo XII estaba expuesto a la misma saturación visual que cualquier individuo de hoy. La razón por la que la idea del poder de la imagen se ha extendido de forma tan generalizada en nuestra sociedad reside en el papel que el arte desempeña en determinados momentos: “El arte funciona a veces como un lugar para la hipocresía”.
Por eso echamos la culpa a la imagen y pretendemos que sean los artistas los que la aparten de la banalidad. “No podemos delegar esa labor a los artitas. No podemos pedirles que se conviertan en héroes”.
De hecho, Roma no está en absoluto de acuerdo con quienes acusa a la imagen de superficial. Le resulta una afirmación presuntuosa. Aunque reconoce que cualquier imagen corre el riesgo de que llegue un momento en el que no diga nada. “En ese momento, la imagen está muerta”.
Y aunque no lo sepamos, todos conocemos imágenes de este tipo. La más representativa, quizás, sea la del Che. “Pese a ser una imagen con una gran historia detrás, digna, incluso, de ser llevada al cine, lo que ha quedado de ella es un logotipo, estampado en camisetas y todo tipo de artículos, y que ya no dice nada”
Roma vuelve a referirse a la tendencia social de señalar con el dedo a la imagen y tacharla, sin más, de trivial como síntoma de una sociedad hipocondríaca como la que vivimos.
No era la primera vez que el historiador calificaba de esa forma a la época actual ya que ése fue sólo uno de los ‘piropos’ que el historiador le dedicó en la “oración apocalíptica” con la que inició su charla en The Brandery.
Pero como el título de la ponencia era ‘No more dramas’ era de prever que en algún momento la negatividad se tornaría en buen rollo. Y ese momento llegó cuando Roma quiso terminar su intervención con un “milagro” en forma de frase y abierto a todo tipo de interpretaciones: “Las blasfemias, quizás, sean lo único que nos salven”.