No es que no existieran, es que no los veíamos. Vivíamos con prisa, encerrados en nuestras jaulas de oro que no eran más que eso, jaulas, y no teníamos tiempo de saber si arriba o al lado había alguien más con las mismas preocupaciones y las mismas alegrías. Pero llegó un virus que nos ha obligado a parar de golpe y a mirar por las ventanas, porque es la única manera de contemplar unas calles que antes pisábamos. Y ahí están ellos, los vecinos.
El confinamiento nos ha alejado físicamente de familias y amigos, y ha cambiado el papel que teníamos como personas que habitan un mismo barrio, una misma comunidad. Nos hemos convertido en vecinos cuidadores.
Cuando se declaró el estado de alarma, enseguida empezaron a aflorar por todo el país iniciativas encaminadas a ayudar a otros cuya soledad quedaba aún más manifiesta. Fue como una ola, como empiezan los aplausos en los balcones, primero un plas, luego otro, y algunos más, hasta acabar en una explosión que nos une en el agradecimiento a quienes nos cuidan no solo desde el ámbito sanitario.
Eran pequeños gestos individuales que se fueron convirtiendo en colectivos y empezaron a organizarse. En Madrid, uno de esos primeros movimientos fue Somos Tribu Vallekas, que agrupaba a voluntarios del popular barrio madrileño para llevar la compra a ancianos y personas que no podían salir de sus casas. En los informativos empezaron a abundar las escenas de vecinos que celebraban desde los patios interiores el cumpleaños de la abuelita que vivía sola o del niño que se había quedado sin fiesta y sin regalos. El calorcito para el alma es también un cuidado. Quizá menos tangible, pero igual de valioso. Y nos gustaba cómo nos hacía sentir. Estábamos descubriendo, por fin, la vida en comunidad, con todas sus amplísimas implicaciones.
«Desde el punto de vista de supervivencia de la especie, siempre hay una combinación de mecanismos altruistas y egoístas para garantizar la supervivencia colectiva», explica Vega Pérez-Chirinos, máster en análisis sociocultural, consultora y profesora de comunicación en la UOC, que está realizando el doctorado en el programa Cambio Social en Sociedades Contemporáneas, en la UNED.
«Cuanto más complejo es el sistema más necesidad hay de apoyarse en el altruismo para poder sobrevivir. En el caso de una amenaza tan incierta, en la que además tenemos claro que necesitamos seguir unas pautas como grupo, es perfectamente lógico que se refuerce el apoyo de grupo, sobre todo porque, además, al estar aislados, nuestra necesidad de pertenencia no está satisfecha como acostumbra».
Carteles en farmacias y mercados ofreciendo ayuda o comunicando la existencia de grupos de cuidados vecinales, avisos en redes sociales… Si bien este tipo de movimientos y puesta en marcha de ayudas ya existían (basta ver proyectos como La Escalera, el trabajo de las parroquias y las asociaciones vecinales), ahora su número ha aumentado enormemente. Nos invade una ola de solidaridad a nivel mundial que parece reconciliarnos con el género humano.
Nextdoor, una conocida aplicación que pone en contacto a personas del mismo barrio y ciudad, ha aumentado su número de usuarios un 80% a nivel global, y un 94% en España, tal y como asegura su directora de comunicación Joana Caminal. Tanto es así que han puesto en marcha nuevos grupos y sistemas de ayuda para atender necesidades que antes no eran tan significativos.
«Muchas personas jóvenes han recurrido a esta aplicación (personas muy activas en redes) desde la llegada de la COVID-19 y el confinamiento para ofrecer este tipo de actividades virtuales», explica Caminal. Habla de videollamadas para conectar a personas solas y sin recursos tecnológicos con sus familias y allegados, pero también de clases de guitarra o canto, para hacer ejercicio… En definitiva, gente que pone al servicio de su comunidad su talento. «Ahora mismo puede ser una respuesta hacer un grupo de vecinos para compartir ideas, propuestas, sugerencias, hacer deporte… Lo que hemos visto es que se han acentuado grupos que ya eran activos y se han creado otros de manera más relevante».
Las asociaciones vecinales también han visto cómo ha incrementado notablemente el número de voluntarios. Aunque no disponen de cifras oficiales, sí que han observado cómo las redes de ayuda han crecido en todos los distritos. Desde la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM), Mercedes San Ildefonso asegura que uno de los servicios que ahora se demanda más es la atención a los mayores para comprarles comida y medicamentos. Pero alertan de una necesidad que ha crecido alarmantemente en muy poco tiempo: la compra de alimentos para despensas solidarias y bancos de alimentos. «Antes ya existían en algunos barrios y distritos. Ahora son fundamentales y necesarios prácticamente en todas partes», advierte San Ildefonso.
Estas redes vecinales se organizan partiendo de asociaciones, oenegés y parroquias que ya existían, y se coordinan entre sí para no duplicar servicios. Entre todos han creado la plataforma Dinamiza Tu Cuarentena. Los voluntarios, cuenta San Ildefonso, son en su mayoría personas jóvenes, cuyo riesgo de contagio es mucho menor, y se encargan de salir a la calle y asistir a sus vecinos. Por encima de ellos, están los coordinadores, que se encargan de la burocracia y de buscar soluciones a los distintos problemas que se plantean.
¿Hemos descubierto por fin que sin la comunidad y sus cuidados no funciona el sistema? Mercedes San Ildefonso opina que «es un cambio para esta generación. La vecindad ha existido siempre. De hecho, nuestros mayores siempre han recurrido a la vecina o al vecino en caso de necesidad. Lo teníamos olvidado por el cambio de sociedad; la gente trabaja y no tiene tiempo para ocuparse ni de sus propias familias. Este parón hace reflexionar sobre muchas cosas y esta es una de ellas. Se necesita al vecino y solo nos salvamos juntándonos y ayudándonos unos a otros».
«A mí me encantaría creer que esto nos está recordando que no se puede sobrevivir si no es en común, pero, francamente, creo que un cambio de paradigma requiere mucho tiempo», opina, por el contrario, Pérez-Chirinos. «Ahora los días se nos hacen muy largos y pensamos mucho; y lo hacemos, además, con el marco de referencia muy diluido, porque no tenemos visibilidad de cómo serán las cosas ni siquiera a corto plazo. Pero me temo que en cuanto esto empiece a volver a parecernos normal, usaremos los recursos con los que contamos, las estrategias que solemos utilizar, las viejas costumbres».
Porque esa es la gran duda: ¿qué pasará con toda esta ola de solidaridad que estamos viviendo cuando la pandemia acabe? Pérez-Chirinos entiende esta situación actual como una especie de tregua. En primer lugar, se está haciendo mucho hincapié en esa interpelación al grupo («lo paramos unidos», «la colaboración de todos», etc.). Incluso el ritual del aplauso, dice, nos permite no solo agradecer la labor del personal sanitario, sino sentir que las personas a tu alrededor están en la misma situación que tú.
«Lo de que las circunstancias nos igualen, por así decirlo (y dentro de la enorme variedad de situaciones que hay bajo esa uniformidad aparente), hace que no veamos a quien tenemos enfrente como un competidor. En cualquier caso, los marcos de pensamiento nunca son uniformes. Dan espacio a los matices e incluso a las contradicciones».
Preferimos mirar el lado bonito, que es la solidaridad, pero no ha dejado de existir la cara opuesta. Los mensajes pidiendo a vecinos que se vayan porque por su profesión y exposición al virus pueden ser peligrosos para el resto de la comunidad son solo una muestra. «Es interesante preguntarnos también hasta qué punto el cambio es realmente significativo y estamos siendo altruistas, o es que estamos mirando más hacia esos comportamientos que ya se venían dando porque necesitamos confiar en que podemos trabajar en colectivo para sentir que podemos superar una situación que requiere la cooperación de la sociedad en su conjunto».
Pérez-Chirinos no se muestra muy optimista al pensar en el futuro. «Creo que, de lo que estamos viendo, sobrevivirá lo que ya existía, el tejido asociativo previo. Con un poco de suerte, con más recursos porque tanto las personas como las instituciones estamos recordando a la fuerza la falta que hacen, pero compitiendo con la vorágine que suele ser la vida en las circunstancias habituales».
No opina igual Mercedes San Ildefonso, que sí es más optimista al respecto. Y aunque reconoce que, con la vuelta a la normalidad, muchos de esos voluntarios y vecinos cuidadores volverán a sus rutinas laborales, cuyos horarios no les permitirán participar en este tipo de iniciativas, sí cree que todo esto va a suponer un cambio en nuestra manera de pensar. «Cambiarán las funciones porque las necesidades irán cambiando», pero esta unión y red de cuidados ha llegado para quedarse, afirma con entusiasmo. «Yo creo que de aquí tiene que salir una sensibilidad especial, es necesario. ¡Hay tantas cosas que replantearse! Hasta el tema de modelo de ciudad».
En la misma línea optimista se sitúa Joana Caminal, de Nextdoor. «Creo que esto no se va a olvidar porque nos ha servido para aprender y para entender que ahora, más que nunca, estar en comunidad es importante. No, esto no se va a olvidar fácilmente. Hemos entendido el beneficio».