Mover la ventana que da forma al mundo (y cambia tu opinión de un extremo a otro)

ventana de overton

Quizá hayas notado que el debate público de hoy contiene ideas de ayer. Que hubo nociones que se descartaron en el pasado, por inhumanas, insensibles o retrógradas y que aparecen de nuevo entre los dientes de la gente. O al contrario, que hay ideas que ahora forman parte del diálogo colectivo, pero que antes estaban ausentes.

La conversación comunitaria, como cualquier otro artefacto social, cambia conforme cambia la sociedad que la origina. Cuando la forma de vivir y las preocupaciones y deseos de la gente ya no son las mismas, el diálogo público serpentea como respuesta. Cambia aquello que discutimos entre todos, como cambia aquello que nos parece aceptable, o inaceptable, apropiado o completamente fuera de lugar.

La ventana de lo que discutimos

La ciencia política usa el concepto de la ventana de Overton para explicar estos cambios en los límites de lo que una sociedad considera aceptable. Imagina un espectro en el que se distribuyen todas las posiciones políticas sobre una cuestión concreta. En ambos extremos, el izquierdo y el derecho, se sitúan las posiciones más radicales sobre el asunto y, en el centro, las moderadas. Sobre el espectro, se desliza una ventana invisible de lo impensable a lo más popular. La ventana contiene todas las opciones que la sociedad considera razonables o debatibles. Fuera queda todo lo que es demasiado radical o, incluso, inaceptable.

Según el padre del término, Joseph Overton, no son los políticos los que deciden qué medidas pueden aplicarse, sino la ventana. Y, así, conforme se desplaza —a veces lentamente, a veces de forma vertiginosa—, la ventana hace que lo que antes parecía escandaloso pueda llegar a ser de sentido común.

Este marco explica cómo temas que despertaban la polémica —como el matrimonio igualitario, la legalización de ciertas drogas o la inteligencia artificial— pasaron de ser impensables a discutidos, y finalmente a formar parte de la normalidad. Por ello, entender la ventana de Overton no solo nos ayuda a ver cómo cambia el mundo, sino también cómo lo podemos cambiar.

Repite, que algo queda

En cierto sentido, son las fallas de nuestro propio intelecto las que nos hacen susceptibles de cambiar de opinión. Así, la mera posibilidad de que la ventana de Overton se desplace nace de los propios sesgos de nuestro cerebro. Aunque somos —la mayor parte del tiempo— los simios más razonables que existen, nuestra evolución, como la de todas las especies, no es un fait accompli, sino más bien una corriente que avanza sin remedio. De ahí que nuestro sistema cognitivo falle cuando le obligamos a enfrentarse a situaciones para las que no está preparado. Hablamos entonces de que nuestro cerebro presenta sesgos.

Uno de estos sesgos facilita enormemente el movimiento de la ventana de Overton. Se produce porque nuestro cerebro, dotado de unas capacidades de procesamiento limitadas, está programado para rechazar toda actividad superflua. Nuestra materia gris quiere dedicar tiempo y energía solo a aquello que es importante, o, más bien, a aquello que piensa que es importante. Para ello, recurre a automatizar procesos y simplificar. Y esos atajos contribuyen a crear lagunas en nuestro razonamiento. Es el caso de la ilusión de veracidad, un mecanismo que abre una vía para que compremos hechos falsos, sesgados o manipulados.

La ilusión de veracidad hace que consideremos más creíbles aquellas afirmaciones que escuchamos más de una vez. Así, según escribían los profesores Aumyo Hassan y Sarah J. Barber, autores de Los efectos de la frecuencia de repetición sobre la ilusión de veracidad, «la veracidad percibida crece conforme aumentan el número de repeticiones». Es decir, nos creemos más aquello que nos repiten. Un crecimiento que es, además, «de naturaleza logarítmica»: nuestro cerebro se cree más (mucho más) las cosas cuando las escucha una segunda vez.

Es decir, repetir algo que es mentira no hace que sea verdad, pero hace que los demás se lo crean. Así, si te presento una posición radical por primera vez, quizá no consiga que la adoptes, pero me garantizo que la segunda vez que la escuches tu rechazo sea menor.

Cómo hacer que los británicos ya no quieran ser europeos

En 1975, dos años después de haber entrado en la Unión Europea (entonces la Comunidad Económica Europea, CEE), los británicos acudieron a las urnas para votar sobre si debían permanecer en el club de países o abandonarlo. Más de un 67% decidió que quería seguir formando parte de la CEE. Durante las siguientes cuatro décadas, el país cambió de opinión gracias a una campaña dirigida a mover la ventana de Overton.

La estrategia de los defensores del Brexit fue, probablemente, la primera en usar las redes sociales para mover esa ventana. Si todavía en el año 2000 un 62% de los británicos decía que su país debía mantener su membresía a la UE, en menos de dos décadas, la idea pasó de estar fuera del mainstream a convertirse en una política ejecutada por uno de los partidos mayoritarios del país.

Los euroescépticos, como se demostró después, usaron datos obtenidos (ilícitamente) de usuarios de Facebook para enviar mensajes segmentados al milímetro con el fin de que cualquier potencial votante encontrase sus razones. Una estrategia que terminó en los tribunales bajo el nombre de la empresa que ofreció a los euroescépticos el servicio: Cambridge Analytica.

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Alemania: de nazis no a nazis puede que sí

Después del Tercer Reich, y tras perder la Segunda Guerra Mundial, Alemania pareció haber aprendido la lección. Su nuevo código penal, que elevaba la apología del nazismo al grado de delito, así como las limitaciones impuestas por los aliados, que, entre otras cosas, ponían coto al poder militar del país, quisieron actuar como garantías de que el capítulo que acababa de cerrar el país no se repetía. Alemania, como un alumno aplicado, se entregó a implementar las lecciones aprendidas.

Los monumentos de recuerdo a las víctimas de la guerra y el Holocausto brotaron por todos los rincones del país teutón. Los colegios, los periódicos y la intelectualidad alemana se esforzaron por ofrecer a sus conciudadanos una visión crítica sobre los mecanismos que habían permitido la llegada de Hitler al poder. Alemania, de forma colectiva, rechazó el nazismo con contundencia. En parte, no nos engañemos, ante la rotunda condena internacional. Pero, con todo, la ideología que propició el episodio más oscuro de la historia europea fue proscrita del país que la engendró.

El pasado mes de febrero, más de ocho décadas después del fin de la II Guerra Mundial, un partido neonazi (Alternativa por Alemania, AfD) se alzó como tercera fuerza en las elecciones generales. AfD logró más de un 10% de los votos. 80 años después del Tercer Reich, a Alemania ya no le dan urticaria los nazis.

El aumento del apoyo de los neonazis en Alemania llegó como consecuencia de un exitoso movimiento de la ventana de Overton. En el caso de los noreuropeos, el salto no se ha producido con una aceptación explícita por parte de algunos alemanes de los postulados nazis, sino, más bien, al albor de uno de los subterfugios favoritos de la derecha radical global: la criminalización de los migrantes o, en otras palabras, el azuzamiento del miedo al otro. Ha sido precisamente el uso de la inmigración como arma política lo que ha hecho que un partido de extrema derecha en el Bundestag pase de lo impensable a lo posible.

El Trump que se coló por la ventana

Donald Trump es, en sí mismo, un enorme movimiento de la ventana de Overton. El multimillonario pelirrojo, no nos olvidemos, entró en la Casa Blanca en 2017 en sustitución de Barack Obama. Pero es que, además, Trump, especialmente ahora durante su segundo mandato, está ofreciendo unas diferencias muy marcadas con lo que tradicionalmente ha sido el Partido Republicano.

Su mera entrada en política (un empresario habitual de los negocios turbios, con varias bancarrotas a sus espaldas e incapaz del más mínimo decoro) ya supuso el movimiento de la ventana de Overton sobre lo que era posible en la política estadounidense. Los votantes, con sus papeletas, hicieron el resto. Con su entrada en la cúspide de la Administración estadounidense se normalizó la figura del magnate neoyorquino y se hizo posible todo lo que ha venido después, de los intentos de golpe de estado al intento de transformación autoritaria que pretende ahora el empresario.

Según Ezra Klein, periodista de opinión del New York Times, Trump juega ahora con la ventana de Overton de una forma diferente, una que es, además, mucho más peligrosa. Así, en un vídeo de principios de febrero titulado No le creas, Klein argumenta que el mandatario estadounidense, desde que volvió a la Casa Blanca, está enfrascado en la labor de convencer a los ciudadanos de que ostenta un poder absoluto. Uno frente al que no hay nada que puedan hacer y que, dada la escalada de poder que está protagonizando el millonario, bien podría llevar al fin de la democracia en EEUU.

La otra cara (buena) de la ventana de Overton

Manejar la ventana de Overton no solo es útil para los que quieren imponer argumentarios xenófobos, antidemocráticos o poco inteligentes, también es una estrategia efectiva para los que quieren avanzar en materia de derechos civiles.

Cuando Rosa Parks se negó en los años 40 a cambiarse de asiento en un autobús segregado, la mujer puso el cuerpo para ofrecer una imagen novedosa que cambiaría la concepción que los EEUU tenían de la segregación: la de unos afroamericanos que vivían en igualdad con sus vecinos blancos. Parks se sentó en la zona del bus destinada a los blancos y, al hacerlo, ofreció a sus paisanos la visión de un país que no separaba a las personas en función de su color de piel.

La legalización del matrimonio homosexual en España — y en casi todos los territorios en los que se ha producido— ha llegado después de un exitoso movimiento de la ventana de Overton. Hace medio siglo, la noción de una unión entre personas del mismo sexo era impensable en la mayor parte del mundo. En 2001, gracias a varias décadas de trabajo por parte de asociaciones civiles y proderechos LGTBI, el matrimonio pasó a estar al alcance de cualquier pareja en un país pionero en este tipo de uniones: Holanda.

Desde el presente, los futuros movimientos de la ventana de Overton permanecen inasequibles. No podemos saber lo que normalizaremos en el futuro porque somos incapaces de viajar en el tiempo. Mañana podría llegar con nuevas nociones sobre el sentido de la vida, las relaciones humanas o el guacamole. Todo dependerá de aquello que nosotros (y aquellos que nos rodean) decidamos poner en el centro de nuestro foco.

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Patrick Thomas

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