Contrariamente a lo que quieren hacernos creer, en estos tiempos lo mejor es ocultarse de todo y de todos. La sobrexposición que perpetramos en las redes sociales nos va a pasar factura más tarde que temprano. Ocultarse es ganar poder e incrementar nuestra aura misteriosa. Nada ganamos compartiendo nuestra vida con los demás, a pesar del eslogan de Movistar que, por cierto, sí que gana con ello.
Todos tenemos armarios en nuestra biografía de muchos tipos, diseños y contenidos. Esa malentendida obligación de proclamar con quién se mete uno en la cama al alcanzar cierta notoriedad es sencillamente absurda. No lo hacen los políticos, ni los premios nobel, ni los obispos, ni mucho menos los futbolistas. ¿Por qué tienen que hacerlo Elena Anaya o Ricky Martin?
Están de moda los edificios transparentes para que cualquier peatón casual pueda disfrutar con nuestras visitas escatológicas al cuarto de baño… y también de las otras, las más provocativas, mientras frotamos con una esponja llena de espuma nuestras curvas más deseables (si las hubiera). Pero hay que volver al armario, resucitar el misterio (así, con minúsculas, que un servidor es más ateo que una piedra).
Los pezones de Anne Hathaway fueron ‘trending topic’ durante la última ceremonia de los Óscar, como lo fue la ‘cola’ de Butragueño hace un montón de años, cazada in fraganti en un regate futbolero, cuando Twitter no existía. Ahora no está Butragueño, pero un millón de cámaras ansiosas nos vigilan, y en los restaurantes se multiplican los micrófonos mezclados con los entremeses.
Jodie Foster hizo una confesión pública que ya era conocida a voces, y por ello extemporánea, de su lesbianismo. Un servidor salió del armario en una revista ‘de chicas’ que se llamaba Femme Fatale firmando una columna que se denominaba Doctor Bolleris Causa, pero he regresado, porque el armario es un sitio fantástico. Oscuro, acogedor, abrigado, profundo… En el armario conoces a gente, aunque algunos apesten a naftalina y otros estén metidos en cajas de cartón. Las perchas, tan simpáticas ellas, nos ayudan a orientarnos.
A veces hay armarios tan extraordinarios como el de Las crónicas de Narnia que nos pueden conducir directamente a una realidad paralela, o a un bosque habitado por criaturas fantásticas.
Si el mundo sigue avanzando en la dirección correcta, pronto el sexo será solo un dato fiscal. El matrimonio gay se impone como una marea imparable de armarios abiertos, demasiado abiertos… ¡Cuidado, que hay corriente! Y si nunca han echado un polvo en un armario, pruébenlo, porque tiene su aquel. Con los abrigos y capas conviven a veces las escopetas de caza, lo que puede conducir a una experiencia que mezcle semen, sudor y sangre. No sería la primera vez.
El ‘outing’ está pasado de moda, ahora lo que se lleva es el ‘ining’. Vuelva usted al armario, de donde quizá nunca debió salir. Le estamos esperando. Somos muchos aquí… (Y muchas, faltaría más).
Anímese, lo pasaremos bien.