Cuando el hombre salía de casa, solía dejar olvidado su smartphone, el mando a distancia de la puerta del garaje y las llaves del portal. ¡Maldita cabeza la suya! La evolución le ayudó. Lo que antes eran apósitos escurridizos ahora formaba parte de de su flujo vital. Lo que necesitaba para conectarse, para manejarse por la vida, era ya una extensión de su cuerpo.
Queda mucho por recorrer. Es algo que ya era sabido si se tiene en cuenta que Google Glass, el wearable más conocido, aún tiene que ver cómo se apuesta intensamente por el desarrollo tanto del propio hardware como de las aplicaciones que otorgarán utilidad al objeto.
El potencial de los wearables es tan grande como la esperanza que proyectan algunos desarrolladores españoles. En un escenario tan improbable y yermo en investigación y desarrollo, son capaces de ofrecer propuestas ilusionantes. Lo cierto es que, en la mayor parte de casos, están demasiado verdes, pero Haile Gebrselassie también dio sus primeros pasos en los inicios de su existencia.
Marina Castán, profesora de ESDi y diseñadora volcada en dotar a la moda de una dimensión tecnológica, dijo en la edición de The App Date celebrada anoche que la clave para la implantación masiva de este tipo de prendas reside en «crear textiles que conecten con las personas, que sean prendas con las que la gente empatice».
Castán está al mando de varios proyectos de colaboración con el Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña y la Universidad de Tecnología de Eindhoven. En ellos combina textiles, elaborados en muchos casos con nuevos materiales y con herramientas de fabricación digital y tecnología Arduino. Close to the Body, el contenedor que reúne a todos estos wearables, explora de manera muy experimental las relaciones entre individuos, objetos ‘ponibles’ y entorno.
Uno de ellos es Sound Embracer, una especie de toca -aunque ni siquiera es eso- que produce sonido dependiendo del movimiento de la persona que lo porta. Es capaz de generar visuales mediante técnicas de mapeo y, en un primer paso, en la confección de la Fashion Wearable Orchestra que se presentará en junio en Barcelona.
El Trailblazer es una prenda que cubre los hombros y está provista de elementos vibradores que tienen el objetivo de guiar a los corredores por el camino correcto cuando se hallan en ruta.
Wearables en zonas de desastre
Pedro Diezma, CEO de Zerinthia Technologies, presentó su aproximación de los wearables a los rescates en zonas catastróficas. «Queremos crear tecnología útil. Hemos vinculado la aportación de, en este caso, unas Google Glass con la tecnología drone», señaló.
Diezma explicó que se pueden guiar drones con cámaras térmicas desde un punto seguro mediante las gafas de Google. La tecnología es también aplicable en otro tipo de rescates como pueden ser los de alta montaña o los que se producen en el mar. El proyecto, que se denomina Emertech, se encuentra también en fase de desarrollo.
Integración total entre personas y gadgets
Pedro Diezma explicó que la evolución natural de los dispositivos inteligentes es que acaben en las muñecas. «Ocurrió con los relojes, que empezaron en el bolsillo. Con los teléfonos pasará lo mismo. Dejarán de ser un ladrillo en el bolsillo para pasar a ser una pulsera».
Ese camino es el que han tomado en Thirteenfiftysix, una startup española dirigida por tres malagueños con la veintena recién superada que comenzaron con un sueño y sin pasta. «Sí se puede. Ese era nuestro lema desde el principio», contó Guillermo Medina, uno de esos tres jóvenes.
La pulsera que están desarrollando trata de mejorar la interacción de usuarios y smartphones optimizando y simplificando muchos procesos. Su funcionamiento se apoya en la implantación de tags NFC que permiten la conectividad entre la propia pulsera y los dispositivos inteligentes.
Según el CEO en España de The App Date, en 2018 habrá 180 millones de wearables conectados al mundo. La cotidianeidad de su uso es inevitable. También lo es el mucho camino que aún queda por recorrer.
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Yorokobu es media partner de The App Date.