El ‘wellness’ finlandés: meditación en ropa interior y una cerveza en la mano

18 de octubre de 2018
18 de octubre de 2018
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Mientras daneses, suecos y noruegos nos venden elegancia, estilo y todo el rollazo, otros nórdicos se sinceran a calzón quitado. Eso es el kalsarikännit, la respuesta finlandesa al wellness. Una mezcla de meditación, yoga y zen, pero al estilo lapón: en calzones y con un botellín para los varones; bragas y vino para las mujeres. Los pijamas también valen. Solo hace falta un sofá gender fluid.

Hoy Finlandia ya no exporta teléfonos, sino abstracciones como la mencionada kalsarikännit. Y, mientras tanto, los noruegos nos venden el antónimo correspondiente: utepils o tomar una cerveza al aire libre. El tema es que entre el bum de todo lo vikingo, las series de policías deprimidos y las nuevas palabras que suenan a productos de Ikea, Escandinavia y su vecino finlandés nos lo venden todo.

Hace un año los daneses impusieron el hygge, esa armonía cálida e íntima. Y rápidamente aprovecharon y nos vendieron millones de bombillas con filamentos anaranjados, velas y mantitas para cubrirnos en las terrazas. Porque primero se vende lo inasible –el producto estrella de las nuevas sociedades del pensamiento– y después  los productos nórdicos hogareños hechos en China.

De hecho, los finlandeses tienen una palabra para la sensación de vivir encerrado sin sol durante meses: kaamos. Un concepto que solo puede provenir de una cultura de puertas adentro. Que está familiarizada con el baño helado tras la sauna, pero ignora la valentía de tomar cubatas con cuatro hielos en pleno invierno. Pérez-Reverte se hincharía de orgullo español.

Junto con el bien ganado mito del bienestar y la felicidad, del norte también nos van llegando las peculiaridades. Algunos afirman que los finlandeses son los más mediterráneos de la región subpolar. Pero nadie que haya visto una película de Kaurismäki defendería esa afirmación. Otros, los más, dicen que Finlandia es un país triste y monótono. El novelista Tibor Fisher, lo describió como «doce horas seguidas de bosques y lagos».

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Una de esas peculiaridades es el tango finlandés. Una versión tocada con acordeones a un ritmo marcial, casi soviético. Sus intérpretes más famosos, de voces románticas y  almibaradas, son Olavi Virta y Esko Rahkonen. Pero la compositora clásica Kaija Saariaho ahonda un poco más en el tema: «Todo lo que es fogoso, fuerte y veloz en el tango argentino fue reemplazado por tristeza, añoranza y un dolor profundo».

Poco puede sorprender entonces que la gente se emborrache sola en su casa. En 2010 los finlandeses de más de 15 años de edad consumían 46 litros de cerveza, 17,5 litros de vino, 24 litros de destilados y 12,6 litros de otros alcoholes. Si muchas sociedades desarrolladas educan para la ‘sociedad del pensamiento, parece que otras prefieren llegar a casa y extinguirlo. ¿Entonces nada es tan maravilloso como dicen? Quién sabe. Aunque si se bebe lo suficiente, uno a veces se acerca.

Aún no se han inventado los países perfectos. Pero Finlandia impresiona. Es referente mundial en educación y su economía va de maravilla. Mejor así, porque en el supermercado una lata de cerveza cuesta cinco pavos y nadie quiere una población sobria y sin nada que hacer.

Es más, el Hapiness Research Institute, la institución que estudia las causas y efectos de la felicidad humana, eligió a Finlandia como el líder del Índice Europeo de Felicidad e Igualdad de 2018 (incluida la inmigración). Noruega, Dinamarca e Islandia van, nunca mejor dicho, a la zaga.

Paradójicamente, la coalición de centro derecha populista que gobernaba Finlandia en 2017 impuso restricciones en la cuota de refugiados.  Y como es natural, en finés existe el término para esos grupos y esas culturas que no facilitan la integración. La palabra es sisäänpäinlämpiävä, y debe significar algo así como «si no la puedes pronunciar, mejor te vuelves al desierto».

Este país nórdico, que no es lo mismo que escandinavo, es uno de los más igualitarios tanto en temas de género como en ingresos. Bruce Oreck, embajador de Barack Obama en Helsinki, comenta: «Puedes caminar por la ciudad y cruzarte con la persona más rica, y nadie sube ni baja la mirada. Siempre te miran a los ojos». Probablemente para no imaginarse al otro en calzones.

Los finlandeses se toman muy en serio los valores cívicos. Y, por supuesto, tienen una palabra para ello. Talkoo significa «trabajar juntos para el bien común». También tienen una gran confianza en el gobierno y la transparencia de sus instituciones. Y no solo eso, después de pagar los impuestos anuales, publican las cifras para fardar sobre quién ha cumplido más con la comunidad. Pero siempre desde la soledad aplastante de sus sofás.

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Ese sentido comunitario hace que el kalsarikännit  también pueda practicarse en grupo. Solo hay que sacarse los calcetines sudorosos, despelotarse con amigos o parientes, y  beber cervezas carísimas. Aunque en el caso de los parientes, tanta intimidad requerirá un alcohol mucho más fuerte. Pero ya se sabe: practicando el calzón-pedo se conoce gente.

Pero aquí, en el sur, siempre surgen las dudas. ¿Puede ser todo tan color de rosa en el  norte? ¿O simplemente nos querrán imponer su marca país? Si aún no se ha descubierto el país perfecto es porque no hay seres humanos perfectos. Pero sí existe la gente sincera, como los finlandeses. Por eso a veces, en la blancura inmaculada y la perfección a prueba de estadísticas, aparece una rajadura –o una hucha en este caso– por la que se filtra un poco de realidad. Un poco de esa sana imperfección humana.

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