Un selfi no se trata sólo de estirar el brazo. Ese gesto en apariencia simple esconde numerosas lecturas. Los intereses de las personas de nuestra sociedad, sus preferencias y prioridades, el concepto del «yo». Un tema que ha llenado páginas desde que, hace unos años, se pusieran de moda las autofotos, una técnica que podía realizarse también hace años con las cámaras analógicas, pero que no ha encontrado su apogeo hasta el siglo XX. En concreto, fue en 2002 cuando se usó en un foro australiano la palabra selfie por primera vez. Cuando las compañías de móviles empezaron a ver claro que se trataba de una cosa seria, comenzaron a incluir cámaras frontales en sus terminales. En 2013, ‘selfie’ fue elegida por los diccionarios Oxford como la palabra en inglés del año. En español, ya está aceptada como ‘selfi’.
Un estudio elaborado por Wiko concluyó que la realización de selfis es más común en las mujeres. Pero también que los pocos hombres que se suman a la moda se vuelven mucho más adictos y se hacen más cantidad de selfis que ellas. De hecho, la diferencia entre el número de mujeres que afirma utilizar esta técnica (39,84%) y el de hombres (34,29%) no es tan grande, pero sí lo es la diferencia entre las mujeres que se autofotografían al menos tres veces por semana (sólo el 8%) y la de hombres que lo hacen: el 28,74%.
El 90% de estos selfis no son solitarios, sino en compañía. Y eso sí: antes de ser compartidos en redes sociales, la mitad son retocados por algún programa.
Los senior no se libran: un 12,5% de los mayores de 55 años se suman al postureo del autorretrato digital. Y ¿cuál es el país de Europa donde más extendido está el selfi? Precisamente España, seguida de Italia y Gran Bretaña.
Un órgano más del cuerpo del usuario
La pasión por los selfis es una muestra más, una de las más claras, de que el teléfono se ha convertido en un apéndice de las personas. Los ciborgs ya no son cosa de las películas futuristas. Nos estamos convirtiendo en ellos, quizá sin darnos cuenta.
Los teléfonos inteligentes son una extensión de nuestros brazos, de nuestros ojos y de nuestro cerebro. Si dudamos algo, lo consultamos. Si queremos regodearnos en la melancolía, nos llevamos la mano al bolsillo y ahí están nuestros recuerdos en forma de nostálgicas fotos o mensajes.
Los nuevos terminales difuminan cada vez más esa frontera entre el cuerpo y el dispositivo. Es el caso del nuevo Ufeel PRIME de Wiko, que permite acceder a diferentes funciones según la huella dactilar que se utilice.
Dicho así quizá no te sorprenda demasiado. Pero imagina, por ejemplo, que extender el dedo medio hiciera que llamaras directamente a tu jefe. Y no precisamente porque se llame «corazón». Mola, ¿eh?
Esta relación estrecha entre el usuario y su terminal hace que cada vez sea más comprometedor que algún extraño acceda a tu terminal. El teléfono móvil es una parte más de la propia vida del usuario. Contiene información íntima sobre él, y que caiga en manos de un tercero supondría casi desnudarse ante él.
Contra esta exhibición involuntaria, el Ufeel PRIME incorpora algunas funciones de seguridad y privacidad con las que todos los celosos de su privacidad han soñado en algún momento. Por ejemplo, la posibilidad de «esconder» aplicaciones y fotos en carpetas invisibles. Y, sobre todo, la que hace una foto del intruso que intenta acceder a tu WhatsApp (o a cualquier otra aplicación que determines) sin que él se dé cuenta. A ver quién ríe el último.
(Desde Wiko nos advierten que no se hacen responsables de las parejas rotas por ese motivo).
Muchas de estas funcionalidades parecían una quimera hace unos pocos años. Pero los móviles continúan su imparable avance hacia su posicionamiento como un órgano indiscutible del cuerpo humano.