Ayer España se levantaba con un dato esperanzador: la energía eólica se había convertido en el mes de marzo en la primera fuente de generación eléctrica en nuestro país, lo que constituye un nuevo hito. La producción total fue de 4.738 GWh, por delante de la energía nuclear, los ciclos combinados y la hidráulica.
El futuro luce bien para la eólica, que está viendo como los parques se reproducen por toda la geografía mundial. Pero poca gente se ha parado a pensar que con la construcción de tantos parques eólicos para sustituir los combustibles fósiles podríamos hacer tanto daño a nuestro clima como le hacemos con el efecto invernadero.
¿Y si, después de todo, captar la energía del viento o de las olas no fuera parte de la solución sino un agravante más del problema?
Esa es la provocativa sugerencia del físico Axel Kleidon, del Instituto Max Planck de Biogeoquímica en Jena (Alemania), que ha hecho sesudos cálculos para llegar a la conclusión que es un error suponer que las fuentes de energía como el viento y las olas son verdaderamente renovables, ya que la proliferación de mecanismos para captarla podría agotar la energía disponible en la atmósfera, con consecuencias tan graves como el cambio climático más severo.
Su lógica física se basa en las leyes de la termodinámica, cuyo primer mandamiento dice que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Y más en la segunda, que impone límites fundamentales sobre cuánta energía se puede extraer de un sistema en equilibrio como la Tierra, el único que por estar en equilibrio alberga vida en el Sistema Solar.
Actualmente sólo una fracción de la energía que llega a la Tierra puede aprovecharse, el resto se pierde en forma de calor que se desparrama por nuestro medio ambiente. Y quizá nos olvidamos de esto a la hora de hacer balance.
Según Axel Kleidon (en la foto), que cuenta su teoría en New Scientist, en la actualidad los seres humanos usamos sólo cerca de 1 parte de 10.000 de la energía total que llega a la Tierra desde el sol. Pero esta relación es engañosa, ya que según Kleidon deberíamos contemplar la cantidad de energía útil disponible en el sistema global. Es lo que en termodinámica se llamada “energía libre” y lo que realmente importa es nuestro impacto sobre ella.
La energía libre es aquella cuya obtención no requiere el uso de ningún tipo de combustible o bien su gasto es ínfimo comparado con el resultado final. Esto quiere decir que vivimos en un universo cuyo espacio proporciona energía de forma natural y gratuita.
Sólo que no sabemos aprovecharla convenientemente, (como harían las plantas con la fotosíntesis, por ejemplo) y lo único que hacemos es gastarla, generalmente en forma de calor.
Kleidon se apoya en macro-cifras que es como mejor se hacen las sumas y las restas. Según el físico, los seres humanos consumimos 47 teravatios de energía al año. Cada teravatio (TW) es igual a un billón de vatios (10 elevado a 12) y también a mil gigavatios.
De los 47 TW, unos 17 TW provienen de la quema de combustibles fósiles, y el resto de varios factores que rigen nuestra vida sobre la tierra y nuestra actividad sobre ella, como la agricultura. Así que para sustituir los combustibles fósiles tendríamos que construir suficientes instalaciones de energía “sostenible” para generar por lo menos 17 TW.
Sin embargo, los generadores eólicos o maremotrices tienen muchas pérdidas de energía en forma de calor, ya sea por fricción en los cojinetes, o por la fricción entre las moléculas de aire o el agua. Esa energía hay que restarla a la energía libre, al contrario que, por ejemplo, la otorgada por la fotosíntesis de las plantas, que también genera energía libre, pero sin producir calor residual que disminuya el balance.
Utilizando un modelo de circulación global, Kleidon encontró que la cantidad de energía que podemos aprovechar del viento se reduce en un factor de 100 si se tiene en cuenta el agotamiento de la energía libre que producen los parques eólicos. Sigue siendo teóricamente posible extraer hasta 70 TW del mundo, pero ello tendría graves consecuencias para nuestro planeta.
Esta succión de tanta energía de la atmósfera cambiará el equilibrio físico de la Tierra, alterando el modelo de precipitaciones, las corrientes de aire y la cantidad de radiación solar que llega a su superficie. Y lo peor es que la magnitud de los cambios será comparable a los cambios en el clima causados por más del doble de las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono que tenemos hoy en día.
El consumo humano de energía es considerable si se compara con la producción de energía libre en el sistema de la Tierra. Si no pensamos en términos globales, podemos cegarnos con la posibilidad de utilizar los recursos energéticos naturales a manos llenas, causando un mal mucho peor del que cualquiera pudiera imaginar.
Una teoría de la termodinámica del sistema de la Tierra podría ayudar a comprender las limitaciones en el uso sostenible de los recursos por parte de la humanidad, algo por lo que cada vez más científicos a nivel mundial optan por inclinarse.
Foto: Instituto Max Plank
Gráfico: New Scientist