Y tú más: ¡Asqueroso!

Como insulto, parece broma. Infantil. Ñoño, si cabe. Hasta que se lo oyes gritar a una gaditana, como fue mi caso, con tal saña, con tanto énfasis que si hubiera llamado cabrón a su contrincante, no hubiera sonado tan denigrante. Es lo que tienen los insultos, que más que lo que te llaman, hiere sobre todo el cómo te lo llaman.


Llamamos «asquerso/a» a alguien que por su aspecto físico o conducta causa repugnancia. No es extraño, puesto que su origen es la palabra latina eschara (lleno de costras), que a su vez proviene del griego esjara (pústula causada por quemadura). Muy agradable a la vista no resulta, la verdad, por muy clásico que sea el vocablo del que deriva.

Antigüamente, por falta de higiene y de medicinas avanzadas, no era raro encontrarse con gente cuyo cuerpo estaba cubierto de estas pústulas y escaras, y cuyo olor a sucio y a putrefacción causado por la gangrena, por ejemplo, provocaba asco, rechazo e incluso vómitos a su paso. Sí, sí, ya lo dejo…

Según Covarrubias, asqueroso viene del vocablo griego aisjos, que significa ‘sórdido’, y lo explica «porque toda cosa suzia da horror y asco». Hombre, lógica tiene, pero muy exacta, etimológicamente hablando, no parece la explicación.

Y hablando de «asco», es fácil pensar que «asqueroso» se deriva de ella. Pues parece que no es así. Al menos, según la web Etimologías de Chile, donde podemos leer que es al revés y que estamos ante una etimología inversa ya que nace de sus «derivados».

Tampoco está de acuerdo Ricardo Soca, editor de El castellano.org y autor de los libros La fascinante historia de las palabras y Nuevas fascinantes historias de las palabras. Dice Soca que asco puede proceder de una antigua palabra romance en español, usgo (odio), derivado a su vez del latín osciare (odiar). «Se cree que en cierto momento del siglo XIII, probablemente en los poemas de Berceo, usgo adoptó la forma asco bajo la influencia de asqueroso, y a partir de entonces, ambas palabras se abrieron camino juntas en el español moderno».

Sea como fuere, en el Siglo de Oro español se usó para referirse tanto a quien da asco como a quien lo siente por cualquier cosa. Más o menos, como ahora. Así nos lo dice el DRAE, que define asqueroso con cuatro sentidos: que causa asco; que siente asco; propenso a tenerlo; o que causa repulsión moral o física, siendo esta última acepción la que se usa como insulto, claro está.

Y en el Madrid de principios del siglo XX, se usaba como sinónimo de miserable y despreciable.

Hoy, como nos recuerda Pancracio Celdrán en El gran libro de los insultos, es un insulto generalizado y extendido que usamos para calificar a la persona molesta, fastidiosa y pesada. Y que es el propio hablante el que escoge cómo y cuándo aplicarlo, ya que no siempre hay un contexto claro. Así, lo mismo podemos decir «¡Qué asco de tía!», «¡Tiene la asquerosa manía de llevarme la contraria!» o simple y llanamente «¡Asqueroso!». Eso sí, como te lo gritan en Cádiz, en ningún sitio.

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