Nacemos con una piel que recubre todo el cuerpo. Pero, prácticamente desde el momento en que salimos del vientre de nuestra madre, a ese primigenio tegumento se suman nuevas capas. La ropa es la primera. Y a esta se superpone luego otra: la arquitectura.
Raquel Buj mantiene esta teoría desde su laboratorio textil Zap&Buj. Allí, en 2016 y junto a Elena Zapico, comenzaron a «crear pieles»: «Para nosotras la arquitectura y la moda son pieles que rodean al cuerpo. En este sistema de dermis, la moda es la más cercana al cuerpo. Podemos entender que confeccionar prendas es como construir arquitecturas íntimas». La firma trabaja en moda, pero con «una mirada hacia fuera de la moda», buscando enriquecerla mediante la intersección con otras disciplinas.
En su camino hacia el futuro, la industria textil también se topa con la tecnología, la artesanía y la sostenibilidad. «Buscaremos que nuestras prendas vayan más allá de lo puramente estético y nos permitan un grado de interacción entre nuestro cuerpo y el entorno: prendas que cambiarán su color para protegernos de las radiaciones solares, que nos hidraten cuando nos haga falta, que se ruboricen con nosotros», vaticinaba Buj durante una reciente conferencia en TEDx Madrid.
La ropa, añade ahora, será más compleja, más artesanal y también más verde, tanto en los procesos de producción como en el uso de materiales, y pone como ejemplo de esta tendencia la biofabricación: «Se trata de cultivar tus propias prendas y que estas sean biodegradables, revirtiendo así el ciclo de consumo mediante la protección de nuestros recursos naturales».
Desde su taller, Zap&Buj sigue aportando ideas al porvenir del sector. Raquel Buj considera que «las propuestas más especulativas, que no tienen un planteamiento comercial directo, tienen valor por sí mismas ya que abren caminos y maneras disruptivas de pensar la moda que pueden hacer evolucionar la disciplina». En su caso, lo hacen con propuestas que acercan «lo duro de la arquitectura y lo blando de la moda».
¿UN ABRIGO DE PIEL?
No, no es pelo. Cada uno de esos pequeños hilos son navetes, esos filamentos de plástico con los que se sujetan las etiquetas en la ropa. «Es un material pensado para ser desechado, sin valor, que nosotras trabajamos meticulosamente para devolverle una cualidad noble». Mediante la inserción de 90.000 navetes cortados a diferentes alturas, el vestido trataba de emular la topografía de un paisaje natural.
ENVASADO AL VACÍO
«Trabajar con materiales diferentes es como hacer cocina experimental», dice Buj. Sobre todo en prendas como esta, en la que se utilizaron («y nos comimos») 200 mejillones («mucho hierro, sí», bromeaba en TEDx). Con ellos, además de con silicona y otros ingredientes, confeccionaron una especie de vestido «envasado al vacío» («más propio de la sección de congelados de un supermercado»). Además, a partir de este crearon otro vestido: su negativo.
UN TRAJE PARA SIAMESAS
Todo partió de un molde con forma de pétalo abierto que luego rellenaron de silicona, como si de un pastel se tratara. El proceso se repitió hasta conseguir 98 pétalos de ese material. Con él, Zap&Buj creó un traje de siamesas. «Los pétalos de silicona crecían y se movían entre los dos cuerpos, como si fueran algas del mar».
DE UNA HUMEDAD, UN VESTIDO
Antes de llamar a un albañil o un pintor, las integrantes de Zap&Buj escanearon y dibujaron la humedad de una de las paredes del estudio, haciendo un seguimiento de su desarrollo. La humedad tomó vida a través un tejido de tul muy elástico con el que crearon un vestido que se adaptaba a todos los movimientos del cuerpo. «En total fueron 160 horas de impresión para conseguir esta especie de bordado tecnológico que parece estar impreso directamente sobre la piel».
UN ERIZO DE MAR SUAVE
Tecnología y artesanía para crear un vestido que simula a un erizo de mar «pero más suave». Los 14.000 pinchitos fueron incrustados a mano en la base del vestido con pinzas de depilar.
VESTIDOS QUE REACCIONAN AL CALOR
Para esta prenda utilizaron un material dicroico, una lámina que se pone entre vidrios de fachadas. «Nos interesaba el efecto irisado y los cambios de color que producía». El vestido se cosió con un hilo de polímero que tenía una cualidad especial: memoria de forma. Cuando se le aplicaba calor, el tejido retrocedía, permitiendo que entrara el calor. «Buscábamos un movimiento orgánico, parecido al de la piel».