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A mil euros por cabeza la vida tenía una comodidad relativa. Miguel Aza (Madrid, 31 años) y Julia Silva (Zaragoza, 28 años), pareja de trabajo y de agarrarse la manita, decidieron que a pesar de los tiempos que corren tener un curro como creativos de publicidad en una agencia de Barcelona no era lo que realmente querían. “Ahora o nunca”, pensaron estos imaginativos tortolitos. Y con esas abandonaron sus días de “ajetreo, stress, horas extra y competitividad”, prepararon las mochilas y dijeron “adiós Mariano, nos marchamos”.
Su proyecto: recorrer el mundo a base de trueques cambiando su capacidad creativa por cama y comida. Por el momento, en los siete meses que llevan de aventura, aún no se han visto durmiendo en la calle ni les han faltado las judías.
Out the Studio es el nombre de su idea. Se trata de “un estudio nómada de diseño y comunicación que reaviva el sistema del trueque”, definen los creadores. “Nuestro objetivo es viajar creando y diseñando por el mundo e intercambiar nuestros proyectos por necesidades básicas para mantener el estudio en continuo movimiento, y con él, el viaje”.
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Para dar con la clave de cómo recorrer el globo y hacer algo creativo al mismo tiempo, echaron mano de sus métodos de trabajo: “Empezamos a ahorrar y a darle vueltas a la cabeza, cubrimos una pared de nuestra casa en Barcelona con papel de embalar y comenzamos a tener sesiones de brainstorming en nuestro tiempo libre. Al principio realizábamos proyectos para marcas con el fin de que nos lo pudieran subvencionar, pero finalmente dimos con esta idea y acordamos llevar a cabo el experimento”, explican. “En nuestra profesión hay que tener imaginación y ser emprendedor, así que decidimos cambiar las imágenes de internet y la oficina por el mundo exterior”.
Los estudios de Bellas Artes y Fotografía de Julia y la experiencia como diseñador de Miguel, ambos especializados en Estrategias de Comunicación y Dirección de Arte, serían un fajín de activos suficientes para poder pagar a quienes cubriesen sus necesidades diarias.
Empezaron por Cuba, de ahí pasaron a Colombia y fueron bajando la carretera Panamericana cruzando Ecuador, Perú y Bolivia. Les queda algo más de un mes para conocer Chile y Argentina. A finales de febrero, piensan saltar el otro charco para recorrer el lejano oriente (les queda la rabia de que las compañías aéreas no estén dispuestas a poner dos asientos a precio de diseño). Y así “hasta que nos cansemos”, le borran el límite a su gran viaje.
Por el camino ya han rubricado, entre otras cosas, una campaña de comunicación para una agencia de tours en Montañita (Ecuador), el cartel de un restaurante en Trinidad (Cuba), la web, la cartelería y la papelería de un hostal natural en Salento (Colombia) y la señalítica artesanal de un hotel y el diseño de los llaveros de un hostal en Coroico (Bolivia). Ahora andan desplegando su talento diseñando un blog para un hospedaje de Samaipata (Bolivia).
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A cambio, en cada uno de esos lugares no solo han recibido comida, bebida y cama, sino que a veces el trueque les ha dejado propinas como el acceso a tablas de surf, piscinas, saunas, divertidas instalaciones hoteleras, excursiones en bicicleta y hasta una “increíble cena de Nochevieja”, van haciendo recuento de sus ganancias.
Hacer entender su idea a los dueños de todos esos lugares a veces no es fácil. “Cuando la zona está muy desarrollada, normalmente te dicen que lo tienen todo solucionado, o muchas veces no se fían y tienes que mostrarles tu trabajo. Cuando el negocio lo lleva una persona mayor, y generalmente conservadora, también suele ser complicado, ‘¿Trueque? ¿Cómo funciona eso?’, y en otros lugares simplemente no se le da importancia al diseño y a la comunicación”, relatan su experiencia, Pero entre timbrazo y timbrazo van encontrando gente interesada: “Lo primero que te preguntan es cuánto les va a costar, y cuando les explicamos nuestro sistema de trueque, se les ilumina la cara y dicen ‘hablemos’».
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Una vez con el sí en la saca sus experiencias siempre han sido buenas. Cuentan que el tiempo que pasan instalados con sus clientes les da la oportunidad de integrase con ellos y con la zona, algo que también contabilizan en su haber de ingresos. Eso, además de verse por fin en una ‘oficina’ con vistas trabajando a la verita de “un batido de papaya”. Lo de Asia les ilusiona, aunque no saben cómo saldrá ahí el experimento. “¿Tendremos la posibilidad de trabajar en una isla paradisiaca?…”, se preguntan. Comienza de nuevo la aventura.
No todo les sale gratis, “por desgracia”. Pero calculan que grosso modo el ahorro que consiguen frente al de un viajero habitual es de más del 30%. Para lo que hay que pagar en metálico cuentan con un presupuesto de 15 euros diarios por testa.
Además de todo eso, a las creativas cabezas de Julia y Miguel se les ocurrió que mientras vivían del trueque podrían llevar a cabo otro proyecto que les mantuviese en contacto con sus seguidores de Facebook. Se llama Aire Fresco. Con la colaboración de Santiago Durieux como ilustrador, realizan un concurso a través de la red social en el que preguntan algo sobre el viaje. “El primero que acierte gana un pack de Aire Fresco de los lugares más emblemáticos y mágicos del mundo”, exponen. Ellos mismos se encargan de recogerlo, documentar el empacado en un vídeo y enviarlo derechito al merecedor de ese oxígeno extranjero.
Demostrado, la inspiración de estos emprendedores no conoce ni límites ni fronteras. “Nos gustaría animar a la gente a que busque la manera de salir adelante con sus proyectos y sueños. Las cosas en Europa están difíciles, pero si dos nimileuristas consiguieron venir al otro lado del charco para montar un estudio nómada, cualquier cosa es posible”, alientan al personal.
Mientras cuentan su experiencia su ordenador abierto para dar los últimos retoques a su último diseño. Tienen que acabar pronto porque de ello depende su plato y su lecho. De frente, unas tumbonas, una piscina, aire puro y un increíble valle verde de esos que uno sólo ve el salvapantallas de su computadora. Esta vez en real y al precio de cero céntimos. Ahí se quedan dándole duro, están en horario oficina.
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Patrick Thomas

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