La estupidez creciente, un mal de nuestro tiempo

(Todos los testimonios son reales).

La tontería comienza en la edad del pavo (antes se es niño, no tonto) y para muchos se alarga más allá de las muelas del juicio.

En otros tiempos había una serie de remedios naturales contra la tontería: el pellizco, la colleja, el capón, el capirotazo, el pescozón, el zapatillazo, el tirón de patillas, el tirón de oreja… según el grado de enquistamiento de la tontería y la edad del tonto. Así tenemos que «un chorlito» es un pequeño golpe a un cabeza de chorlito lo mismo un joven que un adulto. («Chorlito» es un curioso hermanamiento etimológico del padecimiento y el remedio).

LA ZAPATILLA QUITABA MUCHA TONTERÍA

Sin duda, uno de los remedios más efectivos era el lanzamiento de zapatilla. El guionista Sergio Guzmán comenta al respecto: «La zapatilla tenía un diseño depurado: No importaba hacia qué dirección la lanzara la madre porque la zapatilla iba al objetivo e impactaba con una eficacia en el acierto casi del cien por cien». (Es posible que la tecnología de los misiles inteligentes esté basada en la zapatilla de madre, pero ésta provocaba daños colaterales).

Mo, mi mujer, está de acuerdo con la eficacia de la zapatilla y añade: «La zapatilla era de la madre y el periódico del padre. La zapatilla tenía mayor capacidad de alcance que el periódico. El alcance del periódico estaba limitado al largo del brazo del padre más el largo del periódico enrollado. Por ejemplo, El País tenía un buen alcance, pero poco impacto porque se doblaba por el medio; sin embargo, el ABC, más corto, tenía más contundencia en la pegada si te cogía».

No siempre se recurría a estos remedios considerados hoy como violentos. En muchos casos, la sutil amenaza atajaba la tontería.

«La mirada de papá y la mano tamborileando en la mesa, eso era señal de que se acabó la tontería. Eran los 50 y 60; ahora ha cambiado todo», dice la bloguera Encarna Gallego.

MAMÁ CONTRA LA TONTERÍA

Si el padre estaba en el trabajo, la madre usaba frases como: «Ay, si entera tu padre…» o «Cuando venga tu padre te dará dos guantás y se acabarán las tonterías».

Las madres de los 80 con adolescentes tardíos a su cargo apelaban al sentimiento de vergüenza: «¿No te da vergüenza que un tío tan grande como un castillo haga tantas tonterías?»

En cualquier caso, la tontería se cortaba de raíz o al menos desaparecía por un tiempo. Estados de eficacia similares contra la tontería sólo se conseguiría hoy amenazando con la supresión de la tarifa de datos.

Actualmente, las leyes prohíben la violencia física o la amenezada de ella para reconducir al tonto. Esto unido a la desaparición del servicio militar obligatorio (que quitaba mucha tontería en los hombres), ha provocado un aumento del cretinismo en las últimas décadas.

ESTUPIDEZ CRECIENTE

En cierta ocasión, una profesora de autoescuela de mediana edad me comentó que el número de alumnos empanados creció desde los 90 del siglo pasado. La profesora dice que reconoce al tonto en cuanto entra en el coche:

«El tonto se ríe cuando le haces una reprimenda: «Cuidado, has podido atropellar a esas chicas», y se ríe más.  ¿Te parece gracioso?, dice una y más ríe el tonto».

De alguna manera, el tonto es una persona insensible al dolor ajeno. No en vano llamamos cretino a quienes carecen de inteligencia emocional, aunque presume de títulos y másteres. (El imbécil ilustrado es quizá la especie más dañina).

LOS TONTOS QUE NO LEEN LOS CARTELES

R. M. también se queja del aumento de la estupidez en los últimos años. Trabaja para una compañía eléctrica atendiendo las quejas tras un mostrador. Cuenta que a pesar de haber colocado carteles de todo tipo a su alrededor nadie los lee.

NO HACEMOS FOTOCOPIAS
LA MÁQUINA DA NÚMEROS HASTA LA UNA (sobre la máquina de turnos)
ALTAS, BAJAS, PAGAR CORTES DE LUZ
NO INFORMAMOS DE EMPRESAS AJENAS A LA COMPAÑÍA DE LA LUZ
NO SE ATIENDE DESPUÉS DE LAS 14:00 H.

«Sin embargo, todos los días alguien pregunta: “¿Aquí también puedo pagar el agua”», dice R. M. «Y cuando digo que no y me dice que a ver si nos coordinamos, qué retraso con tanto ordenador…»

R.M. se lamenta que las personas esperen varios minutos para su turno y que NINGUNO lea los carteles.

«¿Personas mayores?», pregunto a R.M., y responde que en absoluto, que los cretinos son personas entre treinta y cincuenta años con instrucción mínima de EGB que, por alguna extraña razón, no se enteran de las cosas, pero lo saben todo de su equipo de fútbol.

Cuenta cómo todos los meses, las mismas personas van a pagar la luz el último día, tras el aviso de corte. Estas personas tienen dinero para abonar las facturas, pero sin domiciliar y prefieren dejarlo todo para última hora. Cuenta un caso clásico de necia de libro:

«Está la típica que saca número de turno y dice: “Uy, diez por delante, voy a dar una vuelta…”. Se va. Vuelve a la media hora con bolsas de ropa o zapatos. Ha perdido el turno y grita si la dejan pasar, y como nadie cede su turno, saca otro número.

La tipa se va a tomar café y cuando vuelve, resulta que se le ha pasado otra vez turno y no hay clientes. Me ve recogiendo y me grita: “¡Pero si quedan dos minutos para cerrar!” Le pido que vuelva mañana y espere en la sala a que la llame y se marcha llamándote maleducada, gritando que la máquina está mal, que no hay derecho…»

«ME HAN DICHO», UN ARGUMENTO CRETINO

R.M. cuenta que otra característica del cretino es que a falta de argumentos dice: «Mi primo, que es abogado, dice… Abogado o lo que le convenga al tonto» o bien «Mi vecino me ha dicho…»

Esto no es nuevo.

«Mi primo» o «Mi vecino» o «Me han dicho» es un argumento con el que el tonto pretende cerrar discusiones a su favor en cualquier contexto y oportunidad.

LA RIÑONERA, LA BANDOLERA, EL MALETÍN Y EL TONTO

Sin duda, muchos de nosotros hemos visto a necios similares mientras hacíamos cola para entregar unos papeles o realizar cualquier otra gestión ante una ventanilla o comprar dos barras de pan. Unos visten bien, otros con chándal. Unos llevan riñoneras y otras bolsas en bandolera o maletines de cuero. El hábito no hace al necio, ni la riñonera, la bandolera ni el maletín. Pero es curioso cómo estos objetos pueden llegar a funcionar como prolongación de la tontería más que como un utensilio. El cretino que saca de la riñonera los papeles con varias dobleces; el tonto que saca del bolso un smartphone de última generación y dice: «Señorita, en la página web de… se dice que…», y el que quiere apabullar con el maletín, cara estreñida y una pose de tipo duro: «Quiero hablar con el encargado de todo esto». Sin duda el último, es el mayor cretino, de la especie de imbécil ilustrado.

CUANDO LOS TONTOS VAN JUNTOS

A veces, los tontos van en pareja: el imbécil y su vecino, no menos necio. En este caso, el tonto no sólo argumenta «mi vecino dice», sino que pretende dar fe con la presencia del mencionado. El tonto confunde apoyo con tener la razón. (El político es otra clase de necio, que esgrime el número de votos para llevar a cabo ciertas políticas contra el pueblo. «Estamos legitimados por las urnas», dice el político. Si cree esto es imbécil. Si solo es una excusa, es mala persona). Que el número valida cualquier solicitud o acción explicaría por qué familias enteras de tontos acuden para solicitar un simple documento a un organismo que no puede concederlo.

«Hemos venido aquí…», dice el cabeza de la familia idiota. Cuando le niegan lo que pide.
«Pero me han dicho que aquí…», dice el tonto.
«Pues no, señor, aquí no es…», dice la sufrida persona que atiende al tonto y a su familia.

EL ABUELO Y EL EMPANADO

También está el tristísimo caso del abuelo y el empanado adultescente. El abuelo acompaña a su nieto a renovar el DNI o entregar los papeles para el carnet de conducir o recoger los papeles para entrar en la universidad. Cuando llega el turno del empanado, el abuelo siempre habla.
«Usted no puede pasar, caballero, sólo su nieto», dice el policía.
«Voy con mi nieto, que no se entera».
«Ya nos encargamos nosotros de que se entere».

EMPANAMIENTO Y ATROPELLO

Lamentablemente el empanamiento juvenil se ha extendido y esto es un peligro para quién lo padece, el imbécil, y su familia. El empanado de último cuño a menudo aparece en las noticias de sucesos por sufrir un atropello mientras caminaba mirando a sus pies, con cascos puestos y wasapeo. En cierta ocasión, un joven que perdió la batería del móvil y el iPod descubrió una panadería frente a la casa. «La panadería la abrieron hace un año, cielo», dijo la madre.

Un remake de Matrix colocaría a la humanidad empanada en artilugios electrónicos mientras va por la calle. Las gafas para ver «las cosas como son» no serían necesarias. A los protagonistas les bastaría con apartar la mirada del Instagram.

En el autobús una señora cuenta un suceso sobre su empanado de ventisiete y tres primeros de carrera:
«Voy tres días con mi marido a un hotel rural y me llama para preguntarme dónde estaba el papel higiénico. Claro, como siempre lo ve en el portarollo. Le expliqué que bajo el lavabo hay un armarito con rollos de repuesto…»

EL NÚMERO DE NECIOS ES INFINITO

Junto a estos necios de nuestro tiempo, los imbéciles de la vieja guardia: quien no tiene para comer y compra un abono de fútbol; el que habla sin saber; el militante que hace proselitismo de una causa recién adoptada (y no cuestionada); el que paga 65 euros por puré de arvejas con espuma de zanahoria cuando preferiría unas lentejas y el imbécil que se opone a todo (por deporte) y el imbécil que no se opone a nada (por vagancia).
«El número de necios es infinito», está escrito en Eclesiastés 1:15. Ya que no podemos usar el chorlito, el capirotazo… No contribuyamos a las estadísticas.

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Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

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