El arte escrito a máquina de Keira Rathbone

Cada cierto tiempo vuelve a aparecer en los medios la historia del experimento que Joshua Bell, el famoso violinista, y The Washington Post realizaron en el metro de Washington en 2007. El músico se puso a tocar en hora punta, con un Stradivarius, algunas de las piezas más complejas que se han escrito nunca para ese instrumento. Solo algunas personas se pararon. Recopiló unos pocos dólares. Solo una mujer entre miles lo reconoció. Desgraciadamente hoy en día son pocos los que escapan de esa falta de criterio. Para reconocer algo como bueno alguien nos tiene que decir que lo es, lo sea o no.

El pasado viernes 27 de abril, en la Galería Il.lacions de Barcelona una mujer puso a prueba otra vez el gusto colectivo. Eran más de las diez de la noche y había ambiente de presentación, el alcohol se servía generosamente en vasos de plástico y la alegría salía por la puerta desparramándose por la calle entre gorras de diseño, barbas y ropa vintage que hace unos años cualquiera hubiera quemado sin dudar.

Entonces entró aquella mujer. Iba vestida como una oficinista de los 70 y en la mano llevaba un maletín cuadrado. Se deslizó entre la gente y los beats de vanguardia que el DJ liberaba del vinilo y consiguió dejar su carga sobre una mesa al fondo de la galería. En un momento se agenció un vaso de cava rosa, abrió el maletín que contenía una máquina de escribir Brother Deluxe 1350 y volvió a salir a la calle con ella.

Una vez allí, se sentó en un macetero callejero, le puso papel a la máquina y se puso a escribir, aunque no exactamente. En realidad se puso a hacer retratos de la gente que había por ahí. Enseguida quedó demostrado que escribir a máquina en la calle llama más la atención que tocar el violín, en un minuto estaba rodeada de gente que literalmente alucinaba.

Se trataba de Keira Rathbone, una artista de Londres famosa en todo el mundo por dibujar con máquinas de escribir. Comenzamos a hablar con ella mientras inmortalizaba, utilizando unos guiones, el humo que salía del cigarrillo de un chico.

«Estaba estudiando primero de Bellas Artes en la Universidad de Bristol. Un día estaba sentada en mi habitación frente a la máquina de escribir. Me apetecía mucho hacer algo con ella, presionar las teclas, pero no tenía nada que decir así que empecé a aporrearla, presionando teclas al azar. Terminé una línea y volví a escribir sobre ella, lo que creó algunas formas interesantes. Me gustó».

El chico del cigarrillo se acerca para ver el resultado. Entre un montón de otras figuras que Keira ya había dibujado en ese papel, reconoce su silueta. «Además estaba diciendo algo a través de una herramienta para expresarse, pero usándola de un modo totalmente diferente. Era una forma de desobediencia que encajaba conmigo».

La penicilina también se descubrió por casualidad. «En realidad yo soy pintora. Así es como empecé y es a lo que quiero volver en el futuro. Pero lo cierto es que mi trabajo cada vez es más conocido gracias a esta técnica y yo también disfruto mucho con ella. Hoy en día me encuentro con que tengo más de 30 máquinas que he ido comprando en anticuarios y mercadillos de todo el mundo y los encargos siguen llegando. Así que por ahora la pintura seguirá esperando».

Me intereso por las máquinas. «Para mí cada máquina es como una paleta diferente, cada una tiene su propia personalidad y símbolos particulares. Por ejemplo, tengo una máquina que conseguí en Rusia, con caracteres cirílicos, con la que puedo conseguir efectos completamente distintos».

Dejamos por un momento el Street Typing y volvemos a entrar en la galería, Keira se sienta en un escalón y en un segundo se ve rodeada de miles de euros en material fotográfico. Comienza a dibujar a quienes la fotografían. «Siempre me ha gustado dibujar al aire libre, del natural, y con la máquina empecé a hacer lo mismo. Enseguida vi que era algo que a la gente le llamaba muchísimo la atención y pensé que hacerlo en un lugar público podía ser divertido. Lo he hecho en sitios tan distintos como Rusia, Holanda o un pub de Dorset, y la reacción es siempre muy positiva».

Hoy Keira está haciendo retratos muy pequeños, pero no siempre es así. «Dependiendo de la escala o de la densidad de caracteres de la imagen, terminarla puede llevarme semanas o meses las más grandes. El proceso es similar al dibujo o la pintura».

Le pregunto por su ropa. «Intento vestirme a juego con la época de la máquina de escribir que estoy utilizando, pero no me considero parte de un movimiento nostálgico ni nada de eso. Todo empezó cuando me invitaron a dibujar en la London Fashion Week en 2008, hasta entonces yo hacía esto en vaqueros, con mi ropa normal. Pero, ya sabes, uno no va a la London Fashion Week vestido como si fuera al súper. Decidí darle un sentido a la ropa que llevaba y vi que funcionaba muy bien. Desde entonces siempre lo hago y lo considero parte de la performance».

Volvemos a salir a la calle, rápidamente un chico francés se coloca frente a Keira para que lo retrate. Posa como si lo hiciera para un retrato de Velázquez. Lentamente, su figura se va formando en el papel, sus piernas están hechas de enes y kas, el cuerpo de guiones, barras y paréntesis, su pelo en punta se transforma a uves dobles sobre el papel.

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Patrick Thomas

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