Me acunaba el susurro del oleaje Mediterráneo, un rumor blanco y constante de espuma, medusas y hamacas a cinco euros… Soñaba que yo mismo era un celentéreo, un jellyfish que se desplazaba majestuosamente de Poniente a Levante, enmarcado por las doradas arenas de Benidorm… Y entonces sonó por primera vez el timbre del telefonillo, una flecha eléctrica que dio en el blanco: Madrid.
No estaba en la playa; estaba en San Blas y el rumor de las olas no era otra cosa que el tráfico de la M-30. El cartero traía algo para mí.
Lo cierto es que todas las compras llegaron casi al unísono: la impresora 3D para poder generar mi propio armamento, el array de discos duros, los sistemas de biometría que encargué a una empresa israelí… Al ver tantas cajas de remotos orígenes ocupar la salita de estar sentí un extraño orgullo local repartido entre Vicálvaro y mi barrio, mis patrias chicas, sin olvidar Valdebernardo y Moratalaz, otras dos pequeñas repúblicas exsoviéticas en mi imaginario municipal.
Pero me gusta cocinar, y no sé de qué modo me vi estrenando la flamante máquina de impresión 3D para hacer cupcakes en vez de una pistola… Las impresoras 3D no tienen tinta, sino una serie de sustancias con las que recargar los cartuchos, y esas sustancias pueden ser polímeros plásticos para fabricar armas… o chocolates y levaduras comestibles.
A las 24 horas de estar abducido por las posibilidades gastronómicas de mi nuevo gadget volví a afeitarme, y una nueva gota roja cayó sobre el jabón del lavabo. Esa era la señal.
La amapola del crimen.
Me miré al espejo, medio mareado por la sangre y repetí tres veces:
¡No soy un cocinero! ¡Soy un asesino!
¡No soy un cocinero! ¡Soy un asesino!
¡No soy un cocinero! ¡Soy un asesino!
De acuerdo. Ahora lo que necesitaba era un buen empujón de marketing.
¿Y si ofrecía un 2 x 1, como en las campañas de Carrefour? No, primero debería labrarme una reputación con algún cadáver que mereciera la pena, aunque tuviera que matar gratis. Al fin y al cabo era nuevo en el gremio y debía ganarme el respeto de mis futuros clientes… y el de mis competidores, que no eran pocos, como se verá más adelante. Pero ¿cómo empezar?
Si eres un asesino disponible en el mercado no cuelgas una anodina página web con plantilla WordPress, y las consabidas pestañas pop-up:
¿Quién soy? – Mis trabajos – Contacto – Tarifas – Privacidad – FAQ – Aviso Legal
No. Antes que hacer eso prefiero volver a vender fustas de fibra de carbono en El Corte Inglés.
Hice algunos experimentos en portales de anuncios y de compra-venta, escribiendo la sencilla cadena «Se ofrece asesino a sueldo» y dispersándola por los principales buscadores, sin recurrir por el momento a la Deep Web, que tan útil me resultaría meses después… Por supuesto lo hice desde un cibercafé, por si las moscas, pero fui tan imbécil que puse mi móvil de toda la vida. Nadie se lo tomó en serio, pero tuve mucho éxito como humorista y tipo ingenioso; y lo que no me esperaba es que fuera Amanda quien primero contestara a mi reclamo.
Fue por azar ya que, según ella, andaba buscando otras cosas («¿otras cosas… ? WTF!!!») pensé yo. Reconozco que Amanda me pone, sobre todo por incidentes como este. Ella contestó a mi anuncio con este mensaje:
Cariño, ¿qué se te está pasando por la cabeza? Ja, ja, cuando he visto tu móvil… ¡eres tan gracioso y tan imaginativo! Me encantas ¿sabes? Y estoy deseando saborear tu capullo salado y riquísimo… hmmmm… ¿Me paso luego por tu casa?
Pues sí, Amanda se pasó luego por mi casa, y saboreó mi capullo salado y riquísimo. Me preguntó por todas aquellas cajas llenas de artefactos, y le ofrecí un par de cupcakes de postre, que había confeccionado con mi flamante impresora unas horas antes. Amanda está más gorda que yo, pero me vuelve loco, o quizá por eso me vuelve loco…
En vez de armas… estaba fabricando magdalenas de colores. ¡Glorioso comienzo como sicario!
Días después, y siguiendo los consejos de diversos blogueros con actividades poco claras, me agencié un móvil chino con un par de ranuras que alojaban sendas tarjetas prepago asociadas a números diferentes, que ya venían activadas desde la remota patria de Mao Zedong. De este modo eludía la obligación de identificarme como titular de la línea, y podía asociar un número a cada reclamo.
Mi móvil Xiaomi ® era un prototipo con unas prestaciones brutales, que no referiré aquí para que no piensen que en vez de un asesino a sueldo soy un comercial que trabaja para el simpático régimen de Xi Jinping; pero les daré una pista: no es coincidencia que la marca de mi móvil y el nombre del presidente de China comiencen por… Xi, que en mandarín coloquial significa «de puta madre».
Como ya dije al principio de esta crónica, habría de ganarme mis emolumentos con un primer crimen cometido con las manos, que son el arma más antigua de la Humanidad. Caín mató a Abel con una piedra, pero la esgrimió con su mano desnuda. De aquellos polvos estos lodos… Lo que nunca imaginé es que la suerte me brindara la ocasión de oro para mostrar mis aptitudes ante mi mercado potencial.
Hay muchos fallecimientos que parecen accidentales, un choque en una carretera secundaria (¿recuerdan al carismático líder nazi Jörg Haider?), una rama de un árbol que se desprende precisamente cuando cierta persona está bajo ella, un escape de gas… todo eso engrosa las estadísticas de lo cotidiano, pero lamento decirles que muchas de esas muertes obedecen a motivos muy distintos del azar. Una herencia, celos irrefrenables, un ascenso laboral, alta política, grima extrema… o puro placer. CIA, Mossad, KGB, CNI, DIA, BBC, IS, TV3… las siglas o entidades responsables son tan numerosas como opacas. No es mi caso, como ya anuncié al comienzo de estas crónicas yo solo mataría por dinero. Cualquier otra motivación me parece mezquina.
El dinero nos hace humanos.
Demasiado humanos, que diría Nietzsche…
La maté accidentalmente. Yo salía apresurado de una tienda de vinilos de segunda mano, en el centro de Madrid, mientras las campanas del Monasterio de las Descalzas Reales repicaban con una furia impropia de la reclusión de sus monjas de clausura, o acaso eran una llamada de socorro al exterior… Sea como fuere, llevaba un par de joyas, sendos LP’s de Kraftwerk y Raphael… El encontronazo fue muy violento, no había mirado antes de emerger de las escaleras, y aquella mujer… aquella mujer literalmente se precipitó sobre mí cuando comenzaron a sonar las campanas de un modo tan desaforado. El resultado final fue una parada cardiorrespiratoria, según el parte de los atentos profesionales del SAMUR que acudieron de inmediato al lugar del impacto.
La mujer cayó al suelo y se golpeó la nuca con el bordillo, y un pequeño charco de sangre comenzó a dibujar una amapola tan roja como el pasado de Limónov… Yo perdí el conocimiento, pues como ya he dicho no soporto la visión del espeso y bermejo fluido que nos sustenta.
Cuando fui reanimado y se me ofreció asistencia psicológica me sentí desolado al ver cómo cubrían el cadáver con una de esas sábanas de aspecto metálico, dorado por fuera y plateado por dentro, como una macabra y chispeante adivinanza del destino que todos correremos tarde o temprano.
La cámara de seguridad convenció a los agentes policiales de que todo fue un accidente desgraciado y fortuito, y que no cabía atribuírseme responsabilidad penal alguna… Pero vamos al detalle.
Me interesé por la identidad de mi víctima y espié la conversación de uno de los polis… Había matado a una tal Lady Vapor… Busqué rápidamente en mi Xiaomi ® … No podía creerlo… La llamaban así por su habilidad para esfumarse… Supe que me había cargado nada más y nada menos que a una de las más buscadas prowlers del mundo del hampa virtual.
Entonces, y todavía tendido en el interior de la unidad móvil aproveché un descuido de unos y otros para retirar la sábana metalizada y hacerme un selfie con el fiambre. Colgué en mi cuenta de Instagram la foto con el cadáver semidescubierto de Lady Vapor, y difundí el siguiente texto, que, supuse, solo sabrían leer los connaiseurs:
Soy Binary Killer…. Y esto lo he hecho gratis. Si quieres que pinche en tu próxima fiesta, seré tu DJ.
Pensé equivocadamente que, a buen entendedor, pocas palabras bastan, y que mis posibles clientes captarían la metáfora y sabrían que un nuevo profesional estaba en el mercado. Pues no, y como ya dijo Séneca:
Vulgus veritatis pessimus interpres
(«El vulgo es un pésimo intérprete de la verdad»)
Por eso me convertí en DJ Binario.
Aquel remoto verano, perdido ya en la niebla de mis recuerdos, lo pasé pinchando en lugares de moda, y lo que es peor, mi fama crecía y mi caché se disparaba, cabalgaba en la espuma de las redes sociales, donde mi popularidad y número de seguidores iban en aumento desde el dichoso selfie. ¡Pero yo quería ser asesino, no pinchadiscos! ¿Por qué todo el mundo es tan condenadamente esnob?
Una noche, mientras ofrecía una sesión en Ibiza, recibí mi primer encargo… Una nena rubia de pelo largo se acercó a la cabina, donde yo estaba haciendo un mix con el vinilo de Kraftwerk con el que comenzó todo el lío, y lo estaba mezclando con el Hypnotics de Suso Saiz… Los gorilas de la sala la dejaron acercarse a mí, probablemente el DJ más obeso que haya pinchado jamás en Amnesia (creo que con los cupcakes que salían de mi impresora 3D ya andaría por los 130 kg). Se aproximó a mí, y pensé que me diría algo al oído, como los mafiosos en la saga de El Padrino, pero tomó mi barbilla con delicadeza y me besó.
Y no fue un beso cualquiera.
Me metió la lengua hasta la campanilla, que tintineó alarmada… y no solo la lengua. Cuando se retiró y me sonrió noté que había depositado algo bajo mi paladar. Disimulé ante los gorilas mientras manejaba los platos y hacía la siguiente mezcla, un viejo disco del sello Stax ® con las bases planeadoras de Tangerine Dream.
Cuando tuve ocasión extraje el objeto de mi boca, hallé una cápsula de gran tamaño: ¿me había intentado drogar la sirena rubia? Allí estaba bajo demasiadas miradas, debería terminar la sesión antes de descubrir el contenido de la cápsula, que guardé en un bolsillo del chaleco plateado con que DJ Binario se dejaba ver en cabina.
Decidí por una vez volver sin compañía al hotelazo (se gana mucho como DJ) extraje la cápsula y la abrí cuidadosamente. Contenía un mini USB, que conecté a mi tableta y se activó de inmediato. Apareció un dibujo animado, una especie de conejo mezclado con mapache y perro, con patas de insecto, ubres de vaca y ojos saltones inyectados en sangre… En resumen: una de esas aberraciones salidas de las retorcidas cabezas japonesas que luego los niños occidentales adoran hasta el paroxismo. Su voz, aunque distorsionada electrónicamente, se entendía a la perfección.
Tenemos un encargo para ti…
Cuando vi y escuché todo el vídeo la reproducción se detuvo, la pantalla se llenó de regiones pixeladas, y al intentar verla de nuevo el fichero ya no estaba allí. Tomé nota apresuradamente de todos los datos en un cuaderno cortesía del hotel, que lucía orgulloso su logotipo y sus cinco estrellas en cada página.
Apagué la luz, y me hice una paja pensando en la boca de Amanda… y también en la lengua de la chica rubia. Las mezclé a las dos en mi fantasía, y creo que también apareció un tío en el último momento ¿por qué no?… Me corrí en silencio, como nos corremos los asesinos, y entonces alguien llamó a la puerta suavemente con los nudillos…
Desde la cama, con los dedos pegajosos y el corazón todavía acelerado por la eyaculación, pregunté:
– ¿Sí?
Una voz femenina, amortiguada por la puerta, dijo con un fuerte acento ruso:
– ¿Sabes quién era Lady Vapor?
—
Nota: ¿Y esto… de qué va? Lee el prólogo y el primer capítulo para ponerte al día.
Prólogo
Capítulo 1
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