Por definición, la poesía y el poeta son dos entes vanidosos. Dionisio Cañas (Ciudad Real, 1949), escritor, artista y excatedrático de la City University de Nueva York, ha decidido acabar con el fatuo estigma de su pasión y oficio. Su último proyecto desgarra todos los sellos de la lírica tradicional: adiós al protagonismo del autor; este se trata de un trabajo anónimo y colectivo. Adiós a la métrica de los versos, que en este caso es tan aleatoria como cada participante quiera.
Adiós al sentido cerrado de la obra, el observador debe extraer el suyo propio. Y lo más importante, adiós a la vanagloria de las palabras, cada una de ellas ha sido extraída de la mismísima basura. Solo el tiempo ha campado a sus anchas por este ejercicio que ha tardado diez años en ser concluido. El resultado de todo se titula El Gran Poema de Nadie.
“Se trata de una acción poética participativa durante la cual se recogen y reciclan palabras impresas encontradas en carteles, cajas, envases comerciales y cualquier otro soporte que haya sido arrojado a la basura”, explica Cañas. “El producto es un texto colectivo hecho con todas esas palabras, un collage en forma de banderola, que posteriormente se cuelga en un espacio público”, define.
La primera vez que Cañas puso a prueba su idea fue en la facultad de Bellas Artes de la ciudad de Cuenca, en el año 2002. Aquella vez los participantes eran en su mayoría estudiantes relacionados con el arte.
Pero el éxito de la acción no se limitó a los implicados, sino que la gente por la calle se interesó por saber que hacían todos esos jóvenes recogiendo y recortando basura por ahí.
“Me di cuenta de que El Gran Poema de Nadie fomentaba la interacción entre el grupo y también con la gente”, afirma Cañas. Eso le hizo pensar que su idea podría extrapolarse a otros sectores y ser útil en cada una de las sociedades donde lo propusiera. Así que allá fue.
La siguiente experiencia fue en Barcelona. Después llegó Madrid, Salamanca, San Sebastián, Murcia, Alcázar de San Juan o Tomelloso. Más tarde vino Toulouse, Rabat, Nueva York, El Cairo… Así hasta una quincena de ciudades distintas de todo el planeta.
Cañas decidió recorrer el mundo con su poema, más bien el de nadie, y así pasó la siguiente década de su vida, hasta que por fin este año ha dado por concluido el proyecto.
En cada sitio, en cada cultura, en cada idioma, el responsable encontraba nuevas reacciones que le impresionaban y adquiría nuevas sugerencias que, loco por dejar que los colaboradores se sintieran verdaderos dueños de la inspiración colectiva, aceptaba y ponía en práctica en las siguientes estaciones.
Recuerda con especial cariño el día que, elaborando el poema frente al MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona) con motivo del Festival Internacional de Poesía de la ciudad (2003), unos niños marroquíes que estaban en la plaza se incorporaron voluntariamente a la composición trayendo palabras en árabe. Tres años después aprovecharía esta experiencia para incluir a los niños en la elaboración de un Poema de Nadie en Marruecos.
O la ocasión en la que en el taller de la Theatre National de Toulouse (2004) los participantes leyeron en voz alta el texto final alternando sus voces de una manera orquestada. Cañas fue grabando cada una de esas experiencias para elaborar un gran documento audiovisual que las aglutinase.
“Se trata de un proyecto de interacción. La desconexión social es cada día más palpable en la grandes y pequeñas ciudades, especialmente entre las diferentes clases sociales y los grupos de riesgo”, cuenta el poeta.
“En este sentido, las artes visuales y la poesía participativa pueden cumplir una función social muy importante: la de reconectar, aunque sea fugazmente, algunos estamentos de la sociedad que por su situación marginal y sus circunstancias especiales se encuentran aislados”.
Cañas cuenta que su experiencia con el El Gran Poema de Nadie le ha permitido experimentar esa posible reconexión en la sociedad a través de la poesía con personas de ámbitos sociales muy diferentes, poner en contacto a lenguas y ámbitos culturales muy variados y crear un diálogo social entre los participantes y el resto de la gente.
Se emociona cuando recuerda a una señora marroquí que preguntó a los niños de Rabat que recogían palabras de la basura que qué era lo que estaban haciendo. Los niños se lo explicaron. Un rato más tarde, la mujer regresó con unas palabras árabes impresas en el cartón de una caja. Se dirigió al grupo y dijo: “aquí tenéis unas palabras para vuestro poema”. “¡Eso es la participación espontánea de la gente!”, exclama.
También se queda con las palabras de aquel chico de Tomelloso (Ciudad Real) que, una vez acabada la banderola, preguntó en alto: “¿Por qué en lugar de El Gran Poema de Nadie no lo llamamos El Gran Poema de Todos?”.
Asegura que los materiales que se han ido acumulando a través de los años y las reflexiones de los participantes, y las suyas propias, “son ilustrativas de un proceso vivo que no se reduce a la producción de un texto, sino que permanece abierto constantemente a lecturas y formas de verlo, variadas e inagotables”.
Está tan convencido de la eficacia del proyecto que incluso se atreve a asegurar que tiene cualidades curativas. “Igual que la musicoterapia u otras modalidades artísticas”, indica.
Cañas ha pasado los últimos 10 años de su vida dedicado a hacer un poema que jamás ha firmado. “Lo importante no es el texto que se realiza, ni su conservación, ni su autoría. Lo esencial es, insisto, el proceso de realización y la interacción social que se produce. En suma, un modelo de colaboración que se puede extrapolar a otros ámbitos de la vida”.
Está claro que lo ha conseguido. Adiós a la vanidad de poeta. Adiós a la vanidad de la poesía. El gran poema de Cañas no lo firmará nadie. El Gran Poema de Nadie, simplemente, pertenece a todos.