Estoy escribiendo en Open Office, pero si lo estuviera haciendo en Word o en Pages la historia sería exactamente la misma. Resulta que miro hacia la parte superior de la pantalla, donde están las barras de herramientas, y me sumerjo en una especie de espiral de nostalgia, como si acabara de entrar en un museo. Veo un disquete de aquellos de 3 y ½, un antiguo ‘floppy disk’; veo una lupa como la de Sherlock; veo unos prismáticos; veo una carpeta con pinza como la que llevaba Ramón García cuando presentaba el Grand Prix…
toolsoffice
Todos estos objetos del pasado están indisolublemente asociados a significados informáticos en mi cabeza, igual que en las de todos vosotros: el disquete es para «guardar», la lupa es para «ampliar», los prismáticos son para «buscar» y la carpeta es para «pegar». En muchos casos, el vínculo entre la imagen y su carga semántica es evidente; en otros, como sucede con la lupa, hay cierta polisemia (en diseño web, una lupa también se identifica con «buscar»).
whatsappvsskypePor cierto, me pasa lo mismo con el móvil. Tengo Android, pero si tuviera iOS la historia sería exactamente la misma. Me asombra, por ejemplo, el icono del WhatsApp: un vetusto teléfono de los ruleta dentro de un bocadillo de cómic. No solo es retro por encima de sus posibilidades, sino que además confunde. ¿Acaso es una aplicación para hacer llamadas? Más bien no – al menos de momento. Sin embargo, veo Skype y sí pienso en hablar, aunque su icono no haga referencia a un aparato. Curioso, ¿verdad?
moviesvsyoutubeMe pasa lo mismo con Play Movies y YouTube, representadas en el escritorio – otro término vintage – por un fotograma y un botón de Play como el del obsoleto reproductor de VHS. Sí, es cierto, antes de entrar sé a qué atenerme, pero también sé que voy a ver vídeos cuando accedo a Vine y su icono es una simple uve. ¿Sigue siendo necesario recurrir a la tecnología histórica?
instagramYa no. Cada vez está más claro. Piénsalo por un momento: ese chaval de 13 años al que su padre acaba de regalar su primer móvil no ha visto una Polaroid en su vida y no asocia la imagen de aquella cámara de fotos a otra cosa que no sea Instagram. Tal vez tampoco ha visto nunca un calendario de aquellos de arrancar las hojas y, sin embargo, es el icono que se encuentra cuando quiere que el móvil le recuerde el cumpleaños de su madre.
Y luego está el más surrealista de todos: el correo electrónico. Tanto la aplicación por defecto de Android como Gmail tienen como icono una carta que asoma por la abertura de un sobre. Solo faltan sello y matasellos para redondear la ironía.
Pero esto de los iconos desfasados no es exclusivo de Android o los procesadores de texto. Está por todas partes. Fíjate en las ruedas dentadas, los destornilladores y las llaves inglesas que hemos adoptado como estándar para hablar de «configuración» u «opciones»; repasa la imagen del televisor (de tubo y con antenitas) que están fijando los diseñadores o, aún mejor, deja que tu cabeza se pierda entre las nubes.
Sí, las nubes. Las nubes informáticas donde se supone que están ahora todos nuestros archivos (y no en un ‘floppy disk’). Tal vez no os habéis fijado, pero son todas exactamente iguales. Mira, mira:
nubes
nubeicloudIncreíble, ¿verdad? Son idénticas. Con lo variado que parece el catálogo de nubes cuando miras al cielo. Siempre hay una que te recuerda a un ser querido, un lugar importante de tu infancia, un objeto… Pero no, la informática moderna ha decidido que las nubes son todas como la del icono del iCloud. Y sirven para casi todo: aplicaciones de fotografía, para controlar tus sueños, carteras virtuales, apps vinculadas con la meteorología – menos mal -, música en ‘streaming’ y, por supuesto, servicios de almacenamiento. Menudo chaparrón. Al fin y al cabo, hoy todo está en la nube.
appstorePero volvamos a la nostalgia, a esa especie de museo de la innovación del siglo XX que son los iconos del siglo XXI. ¿Cómo empezó todo? ¿A quién hacemos responsable de que nuestros hijos confundan un lápiz y un pincel con la App Store de Apple? Para descubrirlo, precisamente, nos vamos a tener que remontar a los 70, cuando los investigadores del Xerox PARC concibieron la interfaz de ordenador como hoy la conocemos.
Si no has oído hablar de este laboratorio, una sola anécdota hará que entiendas su importancia. Se cuenta en la biografía de Steve Jobs escrita por Walter Isaacson y es uno de los ejemplos más célebres de la rivalidad entre Microsoft y Apple. Resulta que el fundador de la firma de la manzana mordida, enfadado tras el lanzamiento de Windows, acusó a Bill Gates de haber plagiado su interfaz de usuario y su sistema de ventanas. A lo que respondió Gates: «Creo que más bien ambos tenemos un vecino rico llamado Xerox y yo me colé en su casa para robarle la tele, pero vi que ya la habías robado tú».
Efectivamente, eso fue lo que sucedió. Tanto Apple como Microsoft copiaron las ideas de los programadores y diseñadores de Xerox, que son por tanto responsables últimos de la popularización de los iconos metafóricos.
xerox_star_8010
Ese conjunto de iconos que acabas de ver es el del Xerox 8010 Star y data de 1981. No es el primero – ese fue el del Xerox Alto en 1973 -, pero sí el que revolucionó el pixel art y sirvió de inspiración a los futuros gigantes. Ya andaban por ahí la carpeta de papel y el cubo de la basura, que hoy día aún nos acompañan en multitud de aplicaciones.
Mira ahora los iconos del Apple Lisa (1983) y los del primer Windows (1985). ¿Tú qué crees? ¿Se parecen o no se parecen?
apple_lisa
windows_1
Como veis ya estaban presentes la carpeta con pinza y el disquete, que en aquellos tiempos tenían un sentido. Después llegó el primer Macintosh y con él un nuevo nombre que añadir a la lista de culpables: Susan Kare, la artista que elevó el listón de los iconos y asentó su componente simbólico. Suya es la mejor defensa que se puede hacer de esta tendencia: «Creo que los buenos iconos se parecen más a señales de tráfico que a ilustraciones, y deben presentar una idea de una forma clara, concisa y memorable».
Unas palabras cargadas de razón. Asociar a los nuevos conceptos imágenes por todos conocidas acercó la informática a las masas y popularizó los ordenadores personales, que de repente se volvieron más o menos intuitivos y fáciles de utilizar. En aquel momento era imprescindible. La gente necesitaba referencias para saber a qué atenerse cuando se disponía a pulsar un botón.

Igual que el solitario, que también diseñó Susan, hizo que aprendiéramos a manejar el ratón, los iconos cargados de significado nos hicieron la vida más fácil a la hora de mover ficheros, copiar archivos, crear documentos y utilizar procesadores de texto, hojas de cálculo y programas de edición de imagen. Fueron un invento revolucionario, pero se han quedado obsoletos.
Ahora los tiempos son otros. Prácticamente todo el mundo sabe manejar un PC, un móvil y hasta una tableta. Los bebés prácticamente nacen con ellos bajo el brazo y con la lección aprendida. No solo ya no es necesario que los iconos hagan referencia a objetos cotidianos, sino que dichos objetos cotidianos han dejado de serlo. Ya no mandamos cartas, no usamos disquetes, ni montamos las películas cortando y pegando fotogramas. La tecnología avanza a un ritmo vertiginoso, pero los iconos se están quedando atrás.
Por eso decimos que ya es hora de ir pensando en renovarlos. No sabemos cómo, no sabemos cuándo, pero seguro que hay por ahí una Susan Kare o unos científicos de Xerox que acaban dando con la clave. Mientras tanto, seguiremos viendo cada día el auricular de un teléfono de rueda cuando echemos mano del ‘smartphone’ para mandar un WhatsApp.

Último número ya disponible

#141 Invierno / frío

Sobre nosotros

Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

Suscríbete a nuestra Newsletter >>

No te pierdas...