Fallecer puede ser divertido, pero ya saben que Woody Allen, interrogado acerca de la muerte respondió con energía: “¡Estoy totalmente en contra!”. Todos querríamos dejar este mundo como Vito Corleone en el huerto familiar, jugando con su nieto y sorprendido por un plácido ataque al corazón… Pero la realidad es más cruel y sonrojante que la pantalla.
Los fallecimientos relacionados con alguna actividad sexual son los más mediáticos y misteriosos. David Carradine, que encarnara a Kung Fu en aquella mítica serie de TV apareció muerto en un armario de un hotel de Bangkok (Thailandia), desnudo y con sendos cordeles de nylon rodeando su cuello y su pene… Otro tipo falleció sepultado en un corral español con una gallina gallega ensartada en su entrepierna, en lo que se considera una de las muertes más ridículas jamás documentadas, como ilustra la fotografía.
El austriaco Felix Baumgartner saltó desde la estratosfera en esa hazaña aerodinámica patrocinada por Red Bull, marca austriaca (como todas las marcas de bebidas energéticas, si se fijan en las etiquetas). Si Baumgartner se hubiera estampado contra el suelo Red Bull habría perdido mucho dinero, pero su muerte habría sido trending topic. ¡Cuántos quisieran que su obituario copase las portadas de los diarios!
Paul G. Thomas, un trabajador de 47 años de edad, encontró una muerte indigna e indecorosa, pero increíblemente sugerente cuando en agosto de 1987 apareció sepultado en un ovillo de lana gigante. Fue atrapado por una máquina de hilar, que lo asfixió bajo cientos de metros de tejido rojo.
Se habla mucho de las “ironías de la vida”, pero para “ironía de la muerte” la del señor Jimi Hesselden, inventor del Segway (esa mezcla de monopatín galáctico con silla de ruedas sin asiento), que murió precisamente en un accidente de Segway. Probablemente es la única persona del mundo que ha fallecido pilotando uno de estos artilugios…
En 2005 Kenneth Pinyan, un ingeniero de Boeing, tuvo sexo anal con un caballo, mientras un amigo filmaba la hazaña. Pero calculó mal su propia capacidad (léase sus dimensiones intestinales), porque falleció con el colon perforado. El caballo, ajeno al revuelo mediático, y técnicamente inocente siguió pastando sin pensar jamás en la muerte, un concepto abstracto que solo sirve para fastidiar a quien lo conoce.
También se puede morir de risa, literalmente. Eso le sucedió a Ole Bentzen en 1989, un médico danés que no sobrevivió al humor de los Monty Python, y falleció en una eterna carcajada mientras veía la película “Un pez llamado Wanda” (Charles Crichton, 1988). Su corazón no lo soportó.
La cantante Tangerine Kitty ha escrito una canción sobre distintas formas absurdas de morir:
En general, cualquier exceso es bienvenido para poner punto y final a nuestras vidas, ya sea comida, bebida, placeres carnales o sustancias químicas. Se puede combinar todo: una cena pantagruélica, bien regada de alcohol y viagra, luego un par de gramos de cocaína, una orgía con personas desconocidas y atractivas… y un chupito de Jägermaister. Pero el momento cuenta, y muchos autores recomiendan el orgasmo como el instante ideal para pasar al otro mundo.
A las compañías de seguros no les pasa desapercibido este detalle, que influye en los diferentes precios de las pólizas a todo riesgo, así que, antes de morir, lea la letra pequeña.