Hace ya años que visité mi primera feria (curiosa palabra polisémica). Llegué al mostrador y ofrecí mis datos personales a una bella azafata, que me suministró un colgante con la acreditación. El nombre del sponsor recorría la cinta, que encontraba así la deseada intimidad entre una marca de televisores y la piel de mi cuello.
Me excité.
Me ponen las ferias. Desde entonces no me pierdo una, y tengo una curiosa e improbable colección de acreditaciones. Cuanto más alejada de mis intereses personales se encuentra la feria en cuestión, más valioso es el trofeo. Me paseo por sus calles artificiales, observando con atención depuradoras para piscinas, antigüedades, maquinaria para fabricar bisutería o canapés de algas sostenibles.
Entre mis piezas favoritas se encuentra una feria de pompas fúnebres que visité en Polonia, llamada NECROEXPO. No fue fácil obtener la acreditación, pero me hice pasar por un importador de relleno acolchado para ataúdes a precios populares.
Las cafeterías, los croissants corporativos, que solo se ofrecen a posibles clientes; las azafatas, sus tacones, sus peinados, sus sonrisas, sus folletos de papel cuché… Todo ello me sume en un estado de sensualidad a flor de piel que a menudo me empuja a los lavabos, donde me ofrezco un alivio rápido.
Pero este hobby requiere ciertas habilidades. Hay que ser versátil, y lograr mimetizarse con los verdaderos profesionales que acuden al congreso. Hacer las preguntas precisas a los representantes de las marcas, tomar sus tarjetas de visita, fingir que las nuestras se nos acaban de agotar… Hay que ser camaleónico, pero sin llamar la atención, o seríamos desenmascarados.
Acabo de regresar de la feria de la NRA (ya saben, la National Rifle Association), que esperaba batir un récord de asistencia en el congreso de este año en Pittsburg, como resultado del rechazo de la gente a que el gobierno toque la sagrada “Segunda Enmienda”. El caso es que al evento se esperaban 60.000 personas ¡cifra que se duplicó! Lamento formar parte de esa estadística, porque allí estaba yo, convenientemente acreditado y con un Colt colgando del cinto. No crean que mi hobby es fácil ni barato.
Sé que no estoy solo. Son muchos los varones de mediana edad que frecuentan la moqueta de los palacios de congresos fingiendo ser quienes no son. Un matrimonio roto, una crisis de identidad… cualquier revés de la vida puede arrojarnos en brazos de las acreditaciones. Avalado por mi experiencia, me atrevo a afirmar que no son pocos los que, además, se travisten… La próxima vez que acudan a un congreso o feria, fíjense bien: son las azafatas más altas y mejor depiladas.
Vayan aquí algunas de mis favoritas, como FDM (Forum Dental Mediterráneo), SNACKEX, que es la feria del aperitivo y despierta mi simpatía y mis jugos gástricos; o esta otra, con el nombre menos sexy de todos: EXPOCECOFERSA, que no es otra cosa que un encuentro comercial de ferretería. Créanme, la ferretería es un territorio raro raro raro… Quizá es el tipo de feria en el que más se acusa la diferencia entre géneros. Los clientes son todos tipos medio calvos con corbatas baratas, y las azafatas son de primer nivel. ¿Para cuándo un mundo en el que la fontanera llegue a casa a arreglar el desagüe de cualquier padre soltero?
Y que nadie me tache de sexista, solo soy un observador acreditado… y depilado.
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Antonio Dyaz es director de cine
Foto: Tarotastic Wikimedia Commons