La icónica flamenca vasca que nunca cobró ni un duro por sus derechos de imagen

No existe icono más reconocible y cliché en el imaginario español que una bailarina flamenca estampada en una postal, un abanico o un cenicero. Pero detrás de esa figura con volantes que los turistas se llevan a casa, se esconden historias como la de Arantxa Arzak, una donostiarra amante del baile español que protagonizó un sorprendente caso de derechos de imagen.

Arantxa, una chica vasca en las antípodas de la lozana andaluza que representaba, era la imagen de la gitana que apareció desde finales de los años sesenta en una gran parte de esa memorabilia que aún hoy llena los bazares. A pesar de que casi 45 años después sigue encontrándose con su efigie cada vez que entra en una tienda de recuerdos, nunca cobró ni una peseta por ello.

Corría el año 1967 y aquella joven de solo 16 años nacida en el barrio de Herrera de San Sebastián estaba a punto de dar el salto a la inmortalidad. «Me llamaban el boli por las pocas curvas de mi cuerpo adolescente, tenía que llevar postizo en los pechos; pero ya por entonces bailaba como los ángeles», recuerda al contar cómo todo se gestó en un lugar concreto, la sala de fiestas «El Relicario» de Lloret de Mar, el famoso patio andaluz-catalán a donde había ido con su primer trabajo para buscar fortuna en el mundo del baile español, su pasión desde la niñez.

Allí, en una de las actuaciones vespertinas que hacían para los turistas y donde probaban el vestuario y los números que presentarían en las giras, Arzak fue fotografiada como tantas otras veces ocurría en sus espectáculos. Sin embargo, en esa ocasión su imagen no quedó en los álbumes personales de recuerdo, sino que se transformó en postales donde aparecía con los distintos trajes flamencos que usaba, postales que comenzaron a venderse en las tiendas de recuerdos de la Costa Brava.

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La joven Arantxa Lorca, a la que por aquel entonces ya le habían cambiado su apellido vasco por el apellido artístico del escritor granadino, no le dio demasiada importancia a este hecho y siguió centrada en su carrera, formando parte de la compañía de Ballet Español de Paco de Lucio como primera bailarina, representando a España en distintos lugares del mundo y recorriendo los cinco continentes.

Hasta que un marine americano se cruzó en su camino, se casó con ella y se la llevó a la base militar de Fort Brag a criar una familia. Posiblemente no habrá lugar menos flamenco para vivir que Carolina del Norte, pero la imagen de Arzak se quedó en España en forma de imágenes, las de esas postales de sus actuaciones que, con el paso del tiempo, fueron mutando en platos, ceniceros, colgadores de llaves, abanicos y otros objetos de souvenir.

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Cada vez que Arantxa volvía de vacaciones a España, no hacía más que encontrarse inmortalizada en forma de recuerdo. Y decidió encomendar a su madre que investigara si por este hecho debería cobrar algún dinero. Cuando la mujer llamó por teléfono al depósito legal que aparecía en las postales, intentaron darle largas y le prometieron que (para calmar una posible reclamación) la madre recibiría a los pocos días, y en su propio domicilio, un sobre a modo de «regalo».

Cuando el sobre llegó descubrieron que donde debía aparecer dinero, había un lote de 200 postales de su hija como las que vendían en las tiendas. «Todavía tengo postales en casa de mi madre; en todos estos años todavía no me ha dado tiempo a regalarlas todas».

Tras la muerte de su marido, Arantxa volvió al País Vasco poco tiempo después y siguió bailando. Aunque esta vez cambiando los tablados por el parquet de las salas de noche, convirtiéndose en 2004 en campeona senior de Euskadi, de España y de Europa de Bailes de Salón.

Y aún hoy, cada vez que uno de sus amigos sale de vacaciones por España, tiene como costumbre visitar una tienda de recuerdos y traerle una postal u objeto donde salga su imagen, que durante casi medio siglo sirvió como icono de la «Marca España».

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Patrick Thomas

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