A principios de los años 60, Andy Warhol comenzó a rodar películas. La idea había sido de Leo Castelli. El galerista había comprobado que, al trabajar con serigrafía, el volumen de producción de Warhol era excesivo. A ese ritmo, el mercado se saturaría y el valor de la obra descendería.
Aunque no eran superproducciones de Hollywood, las películas, con su proceso de guion, producción, rodaje, revelado y montaje, mantendrían a Warhol ocupado una buena temporada.
Uno de los referentes artísticos de Warhol fue Salvador Dalí. A pesar de las diferencias de estilo, ambos compartían el modo de entender el mundo del arte: era una magnífica forma de ganar mucho, mucho dinero.
Cuando Andre Breton creó con el nombre de Salvador Dalí el anagrama Avida Dollars no se equivocaba. El pintor catalán fue una máquina de hacer dinero, especialmente cuando descubrió que podía aumentar sus ingresos sin apenas esfuerzo vendiendo obra seriada.
El problema fue que, a diferencia de Warhol, Dalí no tuvo un Castelli a su lado. Nadie de su entorno le advirtió que esa forma de hacer las cosas podría perjudicar toda su obra.
Según recuerda el periodista Ian Shank en un artículo de Artsy, en 1974 los funcionarios de aduanas de Francia interceptaron en la frontera un camión con un extraño contenido. Nada menos que 40.000 hojas de papel en blanco. ¿La particularidad? Todas llevaban la firma de Salvador Dalí.
Desde los años sesenta, y para hacer aún más rentable el proceso de producción de la obra seriada, Dalí había comenzado a firmar hojas en blanco que después eran estampadas con sus dibujos.
Ayudado por uno de sus asistentes, que le colocaba la hoja para firmar y se la retiraba para poner a continuación una nueva, Dalí podía llegar a rubricar 1800 hojas a la hora. Unas piezas que, aunque estaban en blanco, tenían un coste estimado de 40 dólares. Solo por la firma.
El problema fue cuando el número de hojas en blanco firmadas aumentó y muchas de ellas salieron del control del entorno del pintor. Un hecho al que tampoco ayudó que los colaboradores del artista estuvieran implicados en tramas de falsificación de sus obras.
Poco a poco, en el mercado comenzaron a aparecer extrañas piezas. Obra seriada con dibujos falsos, pero con firma real… Dibujos originales procedentes de planchas ya utilizadas anteriormente firmadas pero realizadas sin conocimiento de Dalí… Un lío.
A día de hoy, los expertos en la obra del pintor deben enfrentarse constantemente a problemas derivados de esta política daliniana. Una situación que roza el surrealismo por todas las derivadas que plantea.
Además de su dimensión económica, está el problema legal. Si bien muchas de las piezas no son originales y no valen lo que se afirma, es complicado procesar a los responsables por un delito falsificación. Como mucho, podrían ser acusados de fraude, pero aún así la cosa no es sencilla.
Al fin y al cabo, la firma es original y, en ocasiones, el dibujo también. De hecho puede que no sea un Dalí de gran valor, pero al menos vale lo que esos 40 dólares se han revalorizado a lo largo de estas décadas. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística español, aplicando solo el coste de la vida y no el valor artístico, esas hojas costarían hoy alrededor de 600 euros.
De hecho podrían costar mucho más. Como explicó el pintor al periodista mexicano Jacobo Zabludovsky: «Cuando el divino Dalí, que es su modesto servidor, firma de manera que se forma la cruz perfecta, cosa que es muy difícil, esas firmas son muchísimo más caras». En definitiva, Avida Dollars.
[…] La surrealista forma de ganar dinero de Dalí […]
A mí me resultó muy curioso descubrir que uno de los motivos por los que Dalí comenzó a hacer cuadros solamente con su firma era para vengarse de su padre. Éste era notario y Dalí, que lo odiaba, le juró que un día ganaría más dinero que él con tan solo una firma. Parece que lo cumplió. [Esta información aparece en la biografía que escribió Javier Pérez Andújar, «Salvador Dalí: A la conquista de lo irracional»]