«Un camino que se recorre con precisión hasta su final, desemboca, precisamente, en ninguna parte».
Frank Herbert. Dune.
El ser humano siempre ha querido, porque ha necesitado, cartografiar el mundo. Porque nos aterra la incertidumbre. Porque necesitamos conocer la realidad para respirar en ella. Así, desde la aparición del pergamino, y aún más del papel, la descripción válida de cualquier territorio, de incluso de cualquier espacio, se ha venido realizando mediante documentaciones bidimensionales. Planos arquitectónicos, planes urbanísticos, representaciones forestales o costeras, redes de carreteras, cartas de navegación. En definitiva: mapas.
Solemos pensar que los mapas son herramientas, pero en realidad, en su propia naturaleza, los mapas son huellas. A veces previas y casi siempre posteriores. Sí, es cierto que un camino se puede trazar en un plano antes de su creación, pero antes debemos saber por dónde va a discurrir ese camino. Y para eso, necesitamos saber cómo es el territorio en el que transitará ese camino. Y entonces alguien ha tenido que recorrerlo antes y mapearlo. Antes ha tenido que dejar su huella.
De hecho, hasta no hace mucho, los mapas eran pura huella. Cuando el marino otomano Piri Reis llegó a Sudamérica en siglo XVI – si es que llegó-, su huella no se podía trazar en el mar. Como el camino que horadaron sus barcos desaparecía entre el oleaje, la única manera de solidificarlo en el tiempo era representarlo en papel. Su huella –y su camino- fue el mapa costero que dibujó.
Es precisamente el papel el que comienza a despojar al mapa de su, a priori, contenido intrínseco como huella. Los mapas, convertidos en planos, podían copiarse, redibujarse, doblarse, plegarse y transportarse. El mapa dejaba de ser camino y se convertía en herramienta. Es más, desde que a la Tierra la orbitan cada día cientos de satélites que transmiten sus datos a los GPS o a Internet, los mapas ya son solo herramienta pura.
Herramienta para conocer un lugar antes de recorrerlo y, a veces, herramienta de ensoñación para caminar con otros ojos por territorios que nunca conoceremos a través de los nuestros. Es una suerte de literatura de viajes en formato gráfico: ¿cuántas veces has abierto Google Maps y has deambulado por calles y playas del otro extremo del globo? ¿Cuántas has querido saber cómo es el aeropuerto de Ilulissat en Groenlandia o el Parque Nacional Cabo de Hornos en Chile?
Con todo, se diría que, desde que el globo terráqueo está completamente mapeado, e incluso desde que colocamos robots en Marte o en la Luna, ya no quedan caminos sobre los que dejar nuestra huella gráfica. Que ya no quedan mapas que dibujar.
Pero no, claro. Lo decíamos al principio: el ser humano necesita cartografiar el mundo. Todo el mundo, no solo el físico.
Los escritores de fantasía y ciencia ficción llevan mapeando mundos no-físicos desde hace siglos. Desde los mapas de la Atlántida que Athanasius Kircher dibujó a mediados del siglo XVII o la Nueva Suiza de Georges Roux para La Segunda Patria de Julio Verne, pasando por la cartografía galáctica de Star Trek o el famosísimo mapa de la Tierra Media de J.R.R. Tolkien hasta el formidable croquis del Espacio Compacto que la escritora C.J. Cherryh creó para su Saga de Chanur.
Y no debemos cometer el error de creer que son mapas de territorios no existentes. Los lugares que se representan existen, como existen sus descripciones literarias o audiovisuales. Sencillamente existen en un plano distinto al de la realidad tridimensional física. Como decía Gilles Deleuze: «Escribir no tiene nada que ver con la semántica o el significado. Tiene que ver con la topografía y la cartografía, incluyendo el mapeado de terrenos que aún no existen».
Estos mapas son tanto huella de la creatividad como herramienta para la imaginación. Nadie podrá jamás recorrer esos lugares, ni siquiera sus creadores. Son mapas híbridos desde su propia naturaleza y uso.
Además, al ser nacidos de la creatividad pura, sin realidad física sobre la que apoyarse, responden a propuestas que van más allá de la representación. Paradójicamente, a veces intentan ser neutros en un esfuerzo de dotar de credibilidad al mundo imaginario; pero en otras ocasiones, estos mapas recogen intenciones plásticas o estilísticas, como la carta estelar steampunk que Mike Mignola dibuja para el cómic IronWolf.
Sin embargo, los territorios no-físicos no tienen por qué pertenecer siempre a mundos fantásticos. El español David García crea mapas de lugares existentes, pero inaccesibles. En su proyecto Archive, García dice que «desde la antigüedad hasta el presente, y con un impulso exponencial, hemos estado obsesionados con la recolección y la reorganización de lo que en efecto ya existe […]». Se refiere al empeño que el hombre pone en, efectivamente, archivar el conocimiento, pero cabría pensar que también alude a esa necesidad que tenemos de poner por escrito el mundo.
Los mapas de García representan el presente y el futuro de lugares tan inalcanzables -en el tiempo o el espacio- que son prácticamente imposibles. Chernóbil, la Antártida o la Tierra tras el deshielo polar son algunas de sus piezas.
Los planos no solo imaginan el espacio físico, sino que están cargados de gráficos y de tablas. De posibilidades de desarrollo, de construcción y reconstrucción. De huellas futuras y caminos por recorrer. De mapas.
Porque como afirma Peter Cook: «Vivimos en un mundo en el que no solo se están extinguiendo los territorios, la comida, las plazas de aparcamiento o los osos polares. También se está extinguiendo ese vieja mercancía: las ideas». Y estos mapas son ideas. Ideas para un asentamiento controlado en zona radioactiva.
Ideas para la recuperación de una zona costera anegada por el cambio climático. Ideas para aeropuertos en el hielo antártico o para grandes baúles flotantes de cultura. Ideas gráficas y escritas para recuperar un mundo antes de perderlo. Y Peter Cook es uno de los arquitectos creadores de Archigram, así que de ideas sabe bastante.
Además, los mapas de García vuelven a recuperar el papel y su plegado. Vuelven a ser mapas-objeto, en una ingeniosa respuesta -sin respuesta- a la dicotomía entre caminos (imaginados) y herramientas (sin uso).
Instrucciones para mapear un territorio no-físico
