El mundo está fascinado con Airbnb y Couch Surfing. En decenas de artículos, encuentros y congresos se presentan sus modelos como las primeras genialidades de una nueva generación que rechaza los valores de una forma de salir al mercado que ya no funciona. Y sin embargo, el primer servicio europeo de este tipo arrancó hace ahora 40 años.
Jeann-Marie Cash era una joven de Toulouse que se iniciaba en el esperantismo. La vida esperantista giraba entonces en torno a grandes congresos anuales que daban la oportunidad de viajar y conocer nuevas culturas a partir de la lengua compartida. En los 70 viajar en avión era todavía algo extraordinario para un joven y Jeann-Marie ahorró durante dos años para poder ir a uno de esos congresos en Japón. Como después de pagar el billete no le quedaba para el alojamiento, pidió a los organizadores que le encontraran un anfitrión. La experiencia fue maravillosa: una joven esperantista japonesa no solo le albergó sino que le enseñó la ciudad, le llevó de viaje por el país y le inició en la cultura.
A la vuelta a Touluose, Anne-Marie comenzó a escribir cartas a todos sus contactos. Les preguntaba si estarían dispuestos a alojar gratuitamente a otros. El resultado fue una primitiva base de datos, un boletín en papel que vendía por un dólar al que llamó Pasporta Servo. La primera edición contenía las direcciones y teléfonos de 39 esperantistas de 19 países que ofrecían alojamiento gratuito a otras personas que usaran la lengua neutral. Fue pronto un éxito y se convirtió en un libro de papel cuya edición anual financió durante años a la asociación mundial de jóvenes esperantistas (TEJO). En 2010 listaba 1450 personas de 91 países.
Con cuarenta años de recorrido en una comunidad relativamente pequeña como la esperantista, la experiencia nos puede dar pistas sobre cómo el desarrollo de la Sharing Economy (economía colaborativa) y el turismo basado en compartir cambiarán probablemente el mundo.
Antes de Pasporta Servo, los esperantistas eran básicamente la unión de una serie de asociaciones y grupos nacionales que se encontraba en congresos y grandes eventos. Con Pasporta Servo pasaron a ser una red transnacional de personas que se conectaba sobre un primitivo sistema P2P basado en el correo postal y las visitas presenciales. El cambio de la estructura de contactos impactó pronto en las biografías: comenzaron a aparecer redes de amigos y parejas, cuadrillas que organizaban vacaciones juntas por su cuenta, pequeñas redes de autores y aficionados a la literatura.
Al desarrollarse los lazos comunitarios de forma directa y personal, el tejido de grupos esperantistas nacionales dejó de ser el único aglutinante del movimiento. Hoy la red está llena de vídeos y memorias de ‘hijos de Pasporta Servo’ y según Ethnologue, hay unos 2.000 hablantes maternos de Esperanto, muchos cuyos padres se conocieron así. Según algunos investigadores, el movimiento se convirtió entonces en una verdadera comunidad transnacional, con una identidad propia tan fuerte o más que sus orígenes nacionales.
¿Podrá la actual sharing economy replicar este sentimiento de pertenencia común por encima de fronteras y nacionalidades? Sin duda nos dará una nueva oportunidad de aquello para lo que Zamenhof creó su idioma, hablar «no como franceses con ingleses, ni como rusos con polacos, sino como personas con personas». Aunque queda en nuestro tejado agregarle el idealismo –y la gratuidad– de aquellos «padres fundadores» de la sharing economy europea.

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Patrick Thomas

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