¿Tienes algún plan para antes de morir?

Leningrado 1942. Las tropas alemanas tenían sitiada una ciudad hambrienta en la que ya no quedaban perros, gatos, caballos ni ratas. Sus habitantes se los habían comido. También aparecían cadáveres con miembros amputados, pero este tema de la necrofagia es un tabú del que nunca se ha querido hablar.

¿Cómo podía nadie, en aquella situación, plantearse organizar un concierto? Sin embargo, en medio de aquella tragedia, el director de orquesta Karl Eliasberg recibió el encargo de dirigir la Séptima Sinfonía de Shostakovich compuesta en honor a esa ciudad. Para llevarlo a cabo llamó a la orquesta de la radio de Leningrado, pero se encontró que tan sólo quedaban quince músicos vivos. Tuvieron que buscar entre el ejército ruso soldados que supieran tocar los instrumentos restantes.

Cuando finalmente llegaron los músicos para el primer ensayo, los organizadores comprobaron que la mayoría no se tenían en pie y que apenas podían sujetar el instrumento. Vestían harapos y temblaban por el frío y las enfermedades. Estaban tan desfallecidos que el primer ensayo apenas duró 15 minutos.

Finalmente se fijó el 9 de agosto para el estreno en La Filarmónica de Leningrado. Poco antes, la artillería soviética bombardeó masivamente a los alemanes para tratar de impedir que ellos, a su vez, dispararan contra el concierto.

El interior de La Filarmónica estaba radiante, con los candelabros encendidos como en los viejos tiempos. El público que llegaba al auditorio se encontró a los músicos vestidos de etiqueta. Entonces Karl Eliasberg se subió al pódium y comenzó a dirigir la orquesta.

La música sonaba en el teatro, pero también en los numerosos altavoces instalados por toda la ciudad, con lo que incluso los alemanes pudieron escucharlo. De hecho, algunos años más tarde y finalizada la guerra, un grupo de soldados de La Wehrmacht que estuvieron presentes en aquel momento contaron que al oír el concierto, en medio de su propia penuria, no pudieron evitar las lágrimas.

La Séptima Sinfonía de Shostakovich se convirtió así en un símbolo de resistencia, y fue interpretada en Londres y Nueva York como homenaje a la defensa de Leningrado. Pero tal vez lo más impresionante de este suceso fue que en aquellos meses tan trágicos, en el centro de una ciudad donde murieron más de 750.000 personas, algunas de ellas decidieron salir esa tarde de sus casas a sabiendas de que muy probablemente sería lo último que harían en su vida (de hecho, y pese a los esfuerzos antes mencionados del ejército ruso para evitarlo, las bombas y proyectiles alemanes no dejaron de caer junto al edificio durante todo el concierto).

Porque, al margen de las intenciones propagandísticas que pretendieran los dirigentes soviéticos con este estreno, hay algo más íntimo y conmovedor que relataron posteriormente varios de los asistentes: su deseo de enfrentarse a la muerte con decoro mientras disfrutaban, con sus mejores y maltrechas galas, de la grandeza de aquella música interpretada en directo.

Enfrentarse al último instante de tu vida con serenidad requiere mucho temple. Pero en tales circunstancias, a veces la estética también ayuda. Para algunas personas, incluso es el último recurso para sobrellevarlo. Esa es la razón, por ejemplo, de que muchos militares se abrochen la botonadura del uniforme ante el pelotón de fusilamiento.

Cuentan que en los momentos finales del hundimiento del Titanic, un reducido grupo de pasajeros de primera clase vestidos de esmoquin se encontraban en el bar tomando una copa. De improviso, un camarero se acercó a ellos con varios chalecos salvavidas de color blanquecino instándoles a que se los pusieran de inmediato. Ante tal demanda, uno de ellos le respondió sin perder la calma: «Joven, ¿no pretenderá usted que me ponga eso? Lo que sí le agradecería, en cambio, es que me trajera otra copa de coñac».

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#142 Primavera / spring in the city

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Patrick Thomas

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