El día en que se inventó la primera droga de laboratorio

19 de octubre de 2015
19 de octubre de 2015
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La primera droga de laboratorio fue inventada hace más de doscientos años. Fue el primer tóxico de laboratorio y, además, desencadenó los primeros informes científicos de lo que hoy denominaríamos «adicción». Y su descubridor se labró tal reputación que hasta se publicaron tiras cómicas en las que se tiraba pedos de dicha droga. No en vano, el descubridor de la primera droga de laboratorio también inició las rave para probarla.
Gas invernadero
La historia del conocimiento de los estupefacientes se inició con el descubrimiento del óxido de nitrógeno, que irónicamente resulta común en el planeta Tierra, abunda en la atmósfera y, además, es un potente gas de invernadero, unas trescientas veces más poderoso que el dióxido de carbono de resultas de su influencia sobre el cambio climático.
Sin embargo, el óxido de nitrógeno no fue captado por los receptores del cerebro humano hasta que los químicos idearon la forma de purificarlo en recipientes de cristal y atraparlos en bolsas de seda. Tal y como explica Zoe Cormier en su libro La ciencia del placer:

Los experimentos con N2O constituyeron la primera investigación auténtica y sistemática de una droga. También es el primer compuesto psicotrópico fabricado en laboratorio que llega al cerebro humano.

El primer químico que aisló el óxido de nitrógeno fue Joseph Priestley, quien lo produjo en 1772 y lo llamó «aire de nitrógeno de flogisto». Recogieron el testigo James Watt y Thomas Beddoes, que propusieron que este extraño gas pudiera tener aplicaciones terapéuticas.
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El primer colocón de la historia
Fueron los estudios de sir Humphry Davy los que popularizaron el óxido de nitrógeno, siendo la primera vez que se aplicaba investigación de una droga sobre sujetos humanos (principalmente él mismo), conduciendo también la medicina moderna a uno de sus mayores logros: la cirugía indolora.
Davy probaba consigo mismo toda clase de gases a través de artilugios inventados por él mismo que disponían de boquillas metálicas, máscaras de seda o tubos con tapón de corcho que se insertaban directamente en la nariz. Pero dejemos que el propio Davy describa lo que sentía cuando inhalaba este gas:

Una emoción muy placentera, sobre todo en el pecho y en las extremidades […] los objetos de alrededor me deslumbraban y el sentido del oído se agudizó […] este gas me subió el pulso más de veinte pulsaciones, me hizo bailar por el laboratorio como un loco y, desde entonces, tengo los ánimos por las nubes […] y con una seguridad tremenda y al estilo profético, exclamé: “¡Nada existe, solo los pensamientos! ¡El universo está formado por impresiones, ideas, placeres y dolores!”.

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Las rave de N2O
Entusiasmado con su hallazgo, aquel científico victoriano se aficionó a celebrar fiestas nocturnas para mostrar a sus colegas y otros personajes influyentes las bondades de su hallazgo químico, como más tarde hicieran los prosélitos psicodélicos de los movimientos contraculturales, casi dos siglos después.
Pero Davy no solo buscaba la diversión, sino dispersar el conocimiento a la vez que recopilaba datos con sujetos nuevos. Entre las voces más célebres de la época encontramos declaraciones encomiásticas hacia el gas, como las de Samuel Taylor Coleridge («un placer puro, sin mezcla») o el poeta Robert Southey («¡Estoy seguro de que el aire del cielo tiene que ser este placentero gas de las maravillas!»).
Davy no llegó a imaginar jamás que el descubrimiento de los efectos de aquel gas acabarían por aplicarse como analgésico en las intervenciones médicas, una idea que probablemente deba atribuirse al estadounidense Horace Wells, que fue el primero en usarlo para extraer una muela sin dolor. Los efectos del gas eran tan potentes que las primeras ideas que suscitaba era otras, como declararía Oscar Wilde un siglo más tarde del hallazgo, mientras estaba sacándose una muela en el dentista: «Tenía la sensación de saberlo todo».
Davy, pues, hizo uso del óxido de nitrógeno para penetrar en los lodazales de la conciencia e incluso trazar una línea divisoria entre la vida y la muerte un poco más precisa que la existente. Como señala Cormier:

Fue objeto de burlas, dado que sus demostraciones públicas se centraban más en los usos psicodélicos del nitrógeno que en los anestésicos. Por ejemplo, una viñeta cómica publicada en 1802 lo representa expulsando por el trasero una nubes del maravilloso gas.

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Con todo, Davy se convirtió en un científico eminente, presidente de la Royal Society británica, y también uno de los grandes pilares del desarrollo científico de la época victoriana: construyó, por ejemplo, la batería más potente del mundo, confeccionada con más de 250 placas metálicas. Este gigantesco ingenio fue empleado entonces por Davy para aislar nuevas sustancias, como el potasio, el sodio, el bario, el estroncio, el calcio y el magnesio. Ya como reputado conferenciante en la Royal Institution, en 1813 publicó un libro que trataba por primera vez el tema de la aplicación de la química en la agricultura. En 1811, Davy quedó inválido como consecuencia de un envenenamiento químico, y en 1812 una explosión de tricloruro de nitrógeno le dañó la vista. Murió en Ginebra el 29 de mayo de 1829, después de viajar por innumerables países para compartir conocimientos con otros científicos.
Pero no habríamos de olvidar su otra faceta. La de descubridor de la primera droga de laboratorio, la de organizador de raves para probarla. Y que parte de su imagen pública era también la de un tipo que se tiraba un cuesco de gas psicodélico.

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