Cada vez es más difícil que alguien se sepa de memoria un poema completo o incluso un par de líneas, pero hay quien tuvo que aprenderse versos y más versos en el colegio. Recitar de carrerilla poesías y romances tradicionales como el mítico Fonte Frida, que tan poco útiles parecen algunos años después.

Fonte Frida, Fonte Frida,

Fonte Frida y con amor,

do todas las avecicas

van a tomar consolación,

si no es la tortolica,

que está viuda y con dolor.

Un equipo de investigadores británicos está dispuesto a demostrar que la memorización de los poemas influye en la manera de entenderlos y asimilarlos. Para ello han puesto en marcha el proyecto Poesía y memoria. Desde enero, y durante tres años, van a recabar datos entre los ciudadanos británicos, tanto mayores de edad como escolares.
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«Durante muchos años, la mayoría de los niños no han aprendido poesía en el colegio», asegura Debbie Pullinger, una de las investigadoras principales del estudio. Pullinger admite que últimamente ha resurgido el interés y pone como ejemplo otro proyecto, Poetry by Heart, un concurso de poemas para chavales.
De momento, han empezado con los adultos. El 2 de octubre, el día nacional de la poesía en Reino Unido, lanzaron una encuesta online. Los participantes deben superar los 18 años, residir en el país y saber al menos un poema de memoria. Las preguntas son sencillas: tienen que indicar el título, cuándo y cómo lo aprendieron y qué significa para ellos.
«El poema puede ser cualquiera que seas capaz de recitar de memoria, aunque hayas olvidado algunas palabras», explican Pullinger y David Whitley, otro de los impulsores (ambos trabajan en el departamento de educación de la Universidad de Cambridge). Advierten que no valen nanas ni canciones.
También estudian textos y documentos sobre educación, exámenes oficiales, test pedagógicos y obras poéticas posteriores a 1944. Y van a hacer entrevistas más exhaustivas, durante las que los voluntarios deben recitar el poema y reflexionar sobre él. «Todavía estamos en una etapa temprana y las estamos diseñando», dice la experta en educación.
Los resultados les permitirán deducir una relación entre la obra y el individuo. Establecer las diferencias entre leer unos versos y aprendérselos, saber si cambia el sentido que se le otorga y la manera de entenderlos. ¿Influye también la experiencia física de recitar?
Otro de los objetivos es estudiar la evolución del poema memorizado a lo largo de la vida; saber cómo pueden influir los versos en ciertas situaciones y en qué contextos cristaliza el sentido que les hemos dado. Y analizar si existen cambios en la interpretación.
periódico
«Aprenderse las cosas de memoria no está bien», señala Pullinger. La investigadora cree que el rechazo a esta práctica fue una de las razones por las que la poesía ha desaparecido de las clases. «Pero los poemas no se memorizan de la misma manera que otros textos y, aunque así sea, se acaban entendiendo», concluye.
Hace décadas, la memorización de los poemas era una práctica habitual en los colegios británicos. Whitley y Pullinger admiten que, aunque últimamente la costumbre parece haber vuelto a los currículos educativos, no existen investigaciones sobre los efectos positivos de aprender poesía en las aulas o cómo debería integrarse en los programas.
En España ha ocurrido algo similar. Como explica Teresa Colomer en su artículo La didáctica de la literatura: temas y líneas de investigación e innovación, desde la Edad Media al siglo XIX, el principal propósito de la enseñanza literaria era preparar a futuros profesionales para hablar en público. Sermones de iglesia, discursos políticos, lectura dictada en clérigos, notarios, etc.  También servía para inculcar ciertos valores morales. En ambos casos, lo mejor eran los clásicos griegos y latinos.
Un poco más avanzado el siglo XIX, el clasicismo dejó de representar la base de la educación. Las obras de autores nacionales cobraron importancia y se las consideró esenciales. Recitar y leer los contenidos en voz alta era una forma de despertar el sentimiento patrio desde el colegio.
Ya en los años 60, el texto se convirtió en el centro de la enseñanza: se analizaban e interpretaban. Y un par de décadas después, la importancia recayó en el lector. Los avances en psicopedagogía impulsaron una mayor preocupación por la compresión y la creación de un bagaje cultural.
La oralidad resucitó más bien en los 90. Si en décadas anteriores se recitaban textos para celebrar el producto literario nacional, pasó a entenderse como una vía de comprensión y de asimilación afectiva.
Pero, años después, la moda de aprender los textos de memoria se ha diluido. Los impulsores del proyecto Poesía y memoria advierten que «está desapareciendo un elemento de la cultura». Se preguntan qué se está perdiendo exactamente y qué merece la pena recuperar.
tomos de libros
Culpan en parte a los cambios provocados por los avances tecnológicos. Han modificado nuestra manera de percibir el mundo, pensar e interactuar. Además, lo que antes memorizábamos, lo almacenamos ahora en discos duros y tarjetas SIM. «Ahora que podemos guardar miles de poemas en un smartphone o una tableta en cuestión de segundos, la idea de aprendernos un soneto carece de sentido», afirman los investigadores.
Hace solo unas décadas, la única manera de retener de forma prolongada un dicho, una canción o un poema era aprendérselo de memoria. Nadie cargaba con un libro (y menos una biblioteca entera) las 24 horas. Lo único que siempre tenían a mano era su propia cabeza. Ahora, una memoria metálica hace todo el trabajo.
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Las imágenes que ilustran este artículo son propiedad de poetryandmemory.com

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Patrick Thomas

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