Religiones en versión ficción

Que la religión, sea la que sea, es algo de vital importancia en nuestra sociedad es innegable. La aplastante mayoría de las civilizaciones conocidas ha tenido una deidad, alguna inspiradas en el miedo, otras en la superstición y otras en la imagen de algún tipo de ser superior y regularmente bondadoso dispuesto a interceder en nuestro favor a cambio de la observación de una serie de reglas. Hasta el capitalismo hunde sus raíces en la idea protestante de la salvación a través del trabajo. Y esa influencia llega hasta nuestros días reflejada incluso en las construcciones ficcionales más mainstream.

En esencia muchas de las cosas que culturalmente tenemos hoy en día han pasado o han sido influenciadas por la religión. Desde la música a la escritura pasando por el nacionalismo, muchas de las guerras y colonizaciones más salvajes y un gran número de actuaciones desinteresadas en rincones del planeta de los que no solemos saber demasiado.

La religión responde, según los escépticos, a la necesidad de buscar respuestas a preguntas que no entendemos. La consabida moral de débiles de Nietzsche, el miedo a la muerte, el temor atávico a lo desconocido, la búsqueda de respuestas al origen de la vida o los fenómenos naturales. Pero también el arte medieval, la transmisión de la cultura, la elaboración de unos ritos y costumbres, incluso el aprendizaje de idiomas y músicas en determinadas épocas.

Por más que el mundo de hoy gire hacia el laicismo y la tan buscada separación entre iglesias y Estados, la narración religiosa no es ajena a casi nadie. Y por eso muchos autores de obras fantásticas se apoyan en el rito religioso, readaptado a su forma, para crear historias con una estructura reconocible.

Tolkien, inspirador de muchos de los relatos medievales de corte fantástico, no incidió particularmente en las deidades en sus obras más conocidas, pero creó un libro profundamente religioso reservado a un público más concreto.

Es el Silmarillion, donde se narra la creación de La Tierra Media a modo de Génesis, el devenir de las tres primeras Edades, la forma en el que tuvo lugar el hundimiento de Númenor y cómo uno de los dioses se rebeló contra los otros y se convirtió en un espíritu oscuro que acabó creando su fortaleza al norte del mapa, en Angmar, y tuvo como heredero al Sauron que la mayoría de la gente sí conoce.

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El libro no es una novela fantástica, de lectura fácil, sino una sucesión de relatos con personajes que forman la mitología de la historia. Es una estructura calcada a la Biblia, con sus mismas cadencias, tono e incluso guiños: Númenor como Sodoma y Gomorra, o como el diluvio, las lámparas de los Valar como Babel, el Rey Brujo de Angmar como Luzbel el ángel caído.

Incluso la numerología, tan presente en algunos cultos, incluso en la Cábala, tiene un hueco en la elaboración de los anillos: nueve para los hombres, siete para los enanos, tres para los elfos y uno para el Señor Oscuro, todos números de profundo sentido místico a lo largo de la historia. Al final sólo nueve sucumbieron a ellos, los nueve Nazghul, como apóstoles oscuros.

En composiciones más modernas, como Juego de Tronos, parte del rito iniciático de los caballeros del Muro es un juramento en el que puedes elegir si lo haces ante los dioses viejos o los nuevos. En Pike el supuesto heredero de las Islas del Hierro es bautizado en el mar al más puro estilo de Juan Bautista con Jesús en el relato bíblico. Uno de los hermanos Baratheon reniega de los dioses más extendidos para rendir culto al Señor de Luz en un rito pagano en la playa. Los Dothrakis hablan de dioses jinetes y sementales, y los hombres-cordero tienen hechiceras y vestales como en la Antigüedad. Hasta un cometa anuncia el inicio de algo.

Dioses nórdicos reconvertidos por la Marvel, caricaturas irónicas en Los Simpson, midiclorianos en un niño nacido sin padre anunciado en una profecía, personas que nacieron esclavas convertidas en diosas como en Atlas de las nubes o dioses extraterrestres que traen consigo el apocalipsis como en el Necronomicón. El esquema casi siempre aparece, como un ritmo básico de la partitura que es la historia.

Hay otros casos en los que lo religioso no es parte activa y presente de la historia, sino más bien una referencia de fondo. Es el caso de Matrix, donde un elegido -ungido- tiene la capacidad de subvertir las normas -resurrección incluida- para buscar a un Creador. En esa historia hay profetas, cuestionamiento del propio ser, un oráculo y una Sión como último reducto de la humanidad. Morfeo, el Ben Kenobi/Eddard Stark/Aragorn de la historia, profesa una profunda creencia en que la profecía es real y se cumpliría.

El esquema del hecho religioso como empaste para articular o acompañar historias fantásticas es algo común, en muchos casos con una importancia mucho mayor que algo tan determinante en el mundo real como es el dinero. Quizá por eso sean historias fantásticas…

Foto portada: Matrix

Foto Interior: Señor de los Anillos

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Patrick Thomas

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