El obsoleto eres tú, no tu móvil

Los 40 megapíxeles de la cámara son lo de menos. Si se sumerge o no, qué importa. Tampoco es relevante el sistema operativo, ni nos preocupa la memoria interna. En realidad, que la pantalla tenga 4, 5 o 6 pulgadas nos da igual. No se trata de eso.
El impulso irrefrenable que nos lleva a comprar lo último, la tecnología más moderna, revolucionaria y cara, responde a algo mucho más íntimo. «Deseamos adquirir nuevos dispositivos no solo por su uso específico, sino porque nos hacen sentir nuevos y relucientes».
Son palabras del artista contemporáneo Daniel Canogar, primer español que ha logrado exponer su obra en las pantallas de Times Square. Durante todo septiembre, cada medianoche, la mítica plaza neoyorquina era ‘asaltada’ por este compatriota y sus más de 1.200 ‘escaladores’, que reconquistaban metafóricamente un espacio público en manos de las multinacionales.

Parecen elevarse sobre las fachadas, como saltando esa valla de Melilla que dio la inspiración a Canogar, pero en realidad se estaban arrastrando. Los voluntarios fueron grabados desde una perspectiva cenital, dando lugar a unas imágenes que el artista vuelve a utilizar en su obra más reciente, Small Data, una descorazonadora reflexión sobre la obsolescencia programada de las máquinas, pero también de las personas.

«Con las tecnologías buscamos burlar el tiempo», explica en una entrevista. «Las tecnologías nos hacen sentir más jóvenes, más inmortales: siempre he pensado que ese es el gancho que nos motiva a comprar el último modelo de móvil u ordenador».
Pero no sirve de nada, por supuesto. El primer arañazo sobre la pantalla de un reluciente móvil nuevo no tarda en aparecer. Los aparatos que nos venden las multinacionales están pensados para romperse, para durar un par de años y volverse inútiles, inservibles. La rueda del capitalismo tiene que seguir girando y, para ello, tú tienes que comprar un nuevo ordenador. Si quieres escapar, no puedes: se inventan uno instalado en tu bolsillo, tu muñeca o la montura de tus gafas.
La muerte, como a los humanos, vendrá a igualarlos. Todos acabarán en el mismo cementerio: el vertedero, allí donde comienza el viaje de Daniel Canogar en busca de nuestros recuerdos.
«Visitar vertederos es una experiencia muy educativa», afirma. «Los colegios deberían organizar excursiones a estos lugares […] Si de veras quieres conocer tu ciudad, visita tu vertedero local. Lo que tiramos nos define». Y así sucede también con la tecnología, como muestra el artista en Small Data.
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Son bodegones de chatarra tecnológica. Teléfonos móviles ‘ladrillo’, impresoras viejas, pantallas agrietadas, discos duros y otros aparatos obsoletos cobran una segunda vida bajo el haz de luz del proyector de Canogar, que trata de desenterrar – afirma la nota de la exposición – «memorias de su pasado».
Pequeños y aparentemente irrelevantes momentos que forman parte de nuestras vidas y que se fueron al vertedero al mismo tiempo que tiramos nuestro antiguo móvil. Small Data en contraposición al big data, las grandes bases de datos repletas de información sobre nosotros, nuestros hábitos, nuestros gustos y hasta nuestros movimientos que están en manos de gobiernos y multinacionales.
«Utilizo estos ‘artefactos’ para hablar de nosotros, de nuestras ansiedades y miedos ante la pérdida de la memoria, del deseo de querer dejar huella, que es innato al ser humano, de lo efímero de la vida», explica el autor, que acaba de cumplir 50 años y admite preguntarse, de cuando en cuando, si él mismo se estará quedando obsoleto como la tecnología que protagoniza sus obras. «En el fondo, Small Data no habla sobre las tecnologías, sino sobre nuestro efímero paso por el planeta Tierra».

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Patrick Thomas

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