The Wire y el capitalismo salvaje

The Wire (quinta temporada): lee entre líneas
El capitalismo salvaje en cinco secuencias
“Que se joda el espectador medio”, dijo David Simon sobre qué pretendía con The Wire. Frases como esta quisiera parir más de un guionista o director de cine metido en Twitter a modo de eslogan para su marca personal. Aunque lo más probable es que a Simon no le interese ganarse una reputación online. Está demasiado ocupado pateando las calles de Nueva Orleans, pergeñando tramas y escenas para concluir la cuarta temporada de Tremé, su penúltima aventura para HBO.

“Que se joda el espectador medio” no significa que The Wire sea oscura. Es posible que haya más luz en The Wire que en la mayoría de las series norteamericanas actuales. Simon no pretende mantener enganchados a los espectadores con enigmas como hace J.J. Abrams; no hace magia con el tiempo ni con los objetos como Vince Gilligan; no trata de adoctrinar a nadie mediante discursos como Sorkin y, por supuesto, está alejado a años luz del manierismo de Alan Ball. Sencillamente, Simon quiere contar historias, historias de gente corriente, como las que conoció siendo periodista de sucesos para The Baltimore Sun.

“Que se joda el espectador medio” significa que tienes que joderte si cuando enciendes la tele quieres tramas bobas, tramas que no te lleven a pensar. The Wire no es una serie para el espectador cómodo. Tampoco es una serie para el espectador que piensa en las facturas de la luz, el agua, el gas… The Wire no es una serie para el espectador jodido, es una serie para joder al espectador acomodaticio que paga una suscripción mensual a HBO y que si no fuera por Simon, quizá no conocería el mundo.

Si puedes dormir porque no tienes miedo a las facturas, si no estás pendiente de los recortes en tu empresa, si estás harto de las series de televisión industrial y si aún no conoces de The Wire, déjate llevar por David Simon, el cicerone de Baltimore, EEEU. Te pido que comiences en la quinta temporada.

¿Por qué en la quinta? Porque te propongo que veas The Wire como un juego cortazariano. Porque la quinta temporada habla de nosotros, ahora, en este momento, aunque no seamos nosotros. Porque si eres un creador o quieres serlo, o te interesa la mecánica de la narrativa, aprenderás a no usar profesores con chaquetas con coderas ni exiliados republicanos para exponer qué piensas de la sociedad. Te lo agradecerán tus espectadores.
“Que se joda el espectador medio” no significa que Simon esconda lo que piensa de la vida y de las personas bajo una oscura simbología. Es posible que Simon sea uno de showrunners más inteligentes a la hora de armar un corpus ideológico de toda una serie en diez o quince páginas de guión de manera que el espectador saque sus propias conclusiones. (Reconozcamos que son las conclusiones que Simon pretende con su ficción; aunque es probable que él sólo quiera contar historias de la gente).
Los quince primeros minutos del capítulo uno de la quinta temporada de The Wire es un compendio de los resultados del capitalismo salvaje.

1. LA DESEDUCACIÓN PÚBLICA
La policía hace creer a un joven delincuente que una fotocopiadora es la máquina de la verdad. Cada fotocopia que vomita la máquina tiene una palabra FALSE o TRUE.


“¿Cuantos años piensas que llevamos haciendo la misma mierda?” dice un policía.

“Veinte por lo menos”, dice otro.

El delincuente de poca monta es hijo de la educación pública norteamericana que ha inspirado numerosas películas: centros sin fondos con profesores mal pagados y desmotivados.

Es posible que el joven delincuente pillado robando en una casa sepa qué robar, dónde y a cuánto colocarlo, pero no conozca un libro más que por las portadas. Una personificación de la deseducación que puede conducir a la marginalidad si los padres son descuidados y las instituciones ausentes.

2. CAPITALISMO SALVAJE
“Todo lo que te digo es que si voy a vender tu movida, sé justo con el porcentaje” dice un negro con rastas a otro rapado. Cada uno es jefe de su banda. Están en la calle. Porque los negocios de verdad no se hacen en aparcamientos abandonados ni bajo un puente, salvo en las películas de clichés. “Tú me estás subiendo el precio y yo le tengo que pagar a mi gente lo mismo”.
“Págales menos”, dice el tipo rapado.
“Ya, pero ellos son mi gente”, dice el de las rastas.
“Pues recorta tus beneficios”, dice el rapado.
El de las rastas lo piensa. Acepta el nuevo trato. ¿Acabará recortando sus beneficios para contentar a su gente?
Los recortes empiezan siempre por la parte baja. La alta política y las altas finanzas no son muy diferentes de la política y las finanzas de las cloacas. Se rigen por los mismos principios: oferta y demanda, los beneficios se reparten entre los directivos, los empleados se quedan con las migajas. Brecha salarial entre directivos y empleados o entre delincuentes y malvividores.

3. FUNCIONARIOS VESTIDOS DE AZUL
El políptico de “escenas de una economía camino de la quiebra” se cierra en la central de policía de Baltimore. (David Simon demuestra poco menos que las dotes de videncia de los grandes artistas).
El briefing mañanero de la policía de Baltimore se convierte en una reclamación del cobro de las horas extras. Los policías se juegan el cuello para pagar las facturas, llevar a sus hijos a colegios de pago (para que aprendan que una fotocopiadora es una máquina de oficina y no un aparato para sacar la verdad). A cambio reciben promesas de pagos, papeles que valdrían más como hoguera que como canje por dinero en un banco.

4. LA IMPOTENCIA QUE SE VUELVE VIOLENCIA
La incertidumbre de llegar a fin de mes lleva a los policías a meterse en peleas estúpidas entre ellos. Peleas que no son reñidas por sus superiores. Un sargento quiere poner orden, pero un jefazo le pide que no intervenga.
«Esos chicos no han tenido una nómina honesta en semanas», dice uno de los mandamases policiales a un sargento. La violencia puede ser un momento para desfogarse.

5. RECORDAD LAS PROMESAS
Los mandamases de la policía hablan con el Alcalde, Meñique antes de ser Meñique. Se quejan de los sueldos, de la falta de vehículos policiales, del equipamiento obsoleto para luchar contra el crimen. El Alcalde no puede complacerles.
“Ahora mismo tengo que lanzar cada dólar a las escuelas”, dice el Alcalde. Los padres tienen más votos que los policías. Pensamos. “Pero di a tu gente que sé que hice promesas”.
Las promesas del político como la tierra prometida por Moisés. Palabras para acompañar en el desierto. Las promesas del político sin maná que llueve del cielo.

RECORTAR EL OLVIDO
“¿Qué más se puede recortar?” dice un asesor del Alcalde.
El Alcalde pide recortes. Los mandamases de la policía proponen después de un arduo estudio, dicen, que deje de emplearse fondos para un caso del año anterior en el que murieron veintitrés personas.
El Alcalde, Meñique antes de ser Meñique, se hace el digno: murió gente. Las palabras “hace un año” acaban por convencerle de que es una buena idea. Se vota en presente, pensando en el futuro, mientras se olvida el pasado.
Catorce minutos intensos. Nadie mira pasar los coches. Nadie afeitándose en el baño. Ni un viejo borracho contando verdades. Ni un viejo profesor universitario con coderas. Historias de la gente sin más, con sus diálogos sin adornos. Y por entre todas estas historias, un puñado de personajes honrados.
“Que se joda el espectador medio” es una medio verdad. David Simon es también espectador medio y quiere creer que en el mundo hay cierto orden y personas en las que fiarse, sobre las que apoyarse en medio de tanta realidad.

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Patrick Thomas

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