En otoño de 1950 Leonard W. Doob, profesor de la Universidad de Yale, publicó un artículo titulado Goebbels’ Principles of Propaganda. Doob trazaba en él, a través del repaso de 19 puntos, un análisis de las reglas que Goebbels, en lo que presumiblemente parecía su diario, había señalado que debían aplicarse a la comunicación del III Reich.
(Opinión)
Estos puntos los recuerda la última obra de José Manuel Querol, Postfascismos. El lado oscuro de la democracia, cuya tesis es que si Hitler transmutó la política en estética, […] nosotros hemos convertido esa estética de nuevo en política: esta vez suave, […] mientras nos licuamos, diluidos en discursos de paz, progreso y bienestar. Son discursos en 140 caracteres en Twitter, decisiones votando en Appgree con un teléfono móvil, apoyos de click en un «me gusta» de Facebook y firmas que acumulamos en Change.org. ¡Vaya refuerzo para la democracia!
El punto 14 de los mandamientos goebbelianos era claro: la propaganda debe etiquetar eventos y personas con frases o eslóganes distintivos. Y nos explicaba Doob las cuatro características de las etiquetas de Goebbels: (1) debían evocar respuestas ya conocidas por la audiencia, (2) ser de fácil aprendizaje, (3) ser de utilización reiterativa pero solo en situaciones apropiadas y (4) no debían revolverse contra su usuario.
Si Aristóteles inventó las categorías, Goebbels inventó la praxis de las etiquetas. Y en un alarde ‘tecnopolítico’, la inteligencia colectiva se inventó en Twitter los hashtags, que simplemente consisten en añadir una almohadilla # a la etiqueta goebbeliana.
El punto 12 de los mandamientos señalaba los mejores facilitadores de la propaganda (los ahora prescriptores); el 13 incidía en la táctica temporalidad de los mensajes (si no, no se llega a trending topic); el 14 aconsejaba el desplazamiento de la agresión marcando los nuevos blancos del odio esto es, montemos ruido para desviar la atención.
Tuitear es muy importante. Lo es tanto que los medios de comunicación se hacen eco de los trending topics, de los líderes de opinión, de lo que se comenta en las redes sociales. La noticia, lo más relevante, es una metaconversación. Y sólo será superable por un trending topic que hable de un trending topic. Oh, eso será sublime.
No pasa nada, nos decimos, tenemos la tecnopolítica para regenerar la democracia. Tecnopolítica: la gran novedad. Como si, según Javier Creus, atar una piedra a un palo no hubiera sido la primera forma de hacer tecnopolítica. Como si la bomba atómica no hubiera sido tecnopolítica. La vacuidad de las palabras conseguida a través del uso reiterativo de greguerías en 140 caracteres constantemente nos recuerda que la tecnopolítica fetén, esa que se hace con móviles, iPads y ordenadores, nos salvará.
De tanto usar el término de tecnopolítica-bla-bla-bla para el uso de la tecnología de hoy, nos hemos olvidado que lo de ayer también fue tecnopolítica. Nos lo recuerda Querol citando el discurso final de Albert Speer, el arquitecto de Hitler, en el juicio de Núremberg: Las dictaduras de otros tiempos precisaban de hombres de grandes cualidades incluso en los puestos inferiores; hombres que supieran pensar y actuar por su cuenta. El sistema autoritario de los tiempos de la técnica puede prescindir de ellos; los medios de telecomunicaciones permiten mecanizar el trabajo del mando inferior. La consecuencia de todo ello es el tipo de hombre que se limita a obedecer órdenes sin cuestionarlas.
Si ni siquiera parece que seamos capaces de reflexionar sobre lo que se esconde bajo nuestra etiqueta de «tecnopolíticos», ¿cómo vamos a lograr un discurso donde lo relevante sea el pensamiento y no la mímesis? Cada vez que se pide un retuit, pienso en el mecanicismo de Speer, pero cada vez que un grupo tecnopolítico pide el retuiteo masivo acrítico para obtener un trending topic no puedo dejar de pensar en si Goebbels no estará manteniendo sueños húmedos en su tumba. No me cabe duda que una red distribuida de tecnolíderes cuyo límite de pensamiento es el mensaje corto es una feroz expresión de la imbecilidad colectiva.