Decía William Morris que el «trabajo auténtico» debía ser una «fuente de arte, gozo y felicidad personal». Esto implica que «nadie puede realizar un buen trabajo si no le gusta lo que hace» y, por eso, lo más sensato sería «hacer atractivo todo trabajo, incluso el más ordinario». El filósofo inglés (1834-1896) pensaba que «obligar a un hombre a realizar la misma tarea día tras día, sin ninguna esperanza de escapar ni de cambiar, significa, ni más ni menos, convertir su vida en un tormento de presidiario».
El escritor advertía en su obra Trabajo útil o esfuerzo inútil que esta idea es totalmente contraria al tipo de actividad que estaba imponiendo el capitalismo industrial. No se equivocó.
La dictadura de las cuentas de resultados ha llevado a ese modelo productivo que Morris denunciaba a «despojar al individuo de sus habilidades creativas y subordinar su tarea al ritmo de la máquina». Pero el humano nunca deja de soñar. En esos sueños huye del aburrimiento y del dolor. Y ocurre tan a menudo que llega a convertirse en un anhelo colectivo.
El deseo de escapar del puesto de trabajo y dejar en ese lugar una copia de uno mismo es ya una especie de mito urbano. Y ocurrió que un día alguien ejecutó el sueño. Jonathan Notario creó a su doble. A tamaño real. Y lo llamó Worker Man. «Trabajaba como diseñador gráfico y esto, para los artistas, es como una segunda profesión. El arte no da para vivir y tenemos que hacer otras cosas. Al final, dedicamos nuestro tiempo a tareas que nos permitan vivir, en vez de emplearnos en lo que de verdad nos gusta», indica.
La profecía de Morris, efectivamente, parece haberse cumplido. No es que el humano acabe trabajando al dictado de la máquina. Es que, según Notario, «trabajos como el de diseñador obligan a pasar todo el día sentado frente al ordenador y, al final, acabas convirtiéndote en otra máquina».
El primer Worker Man nació en un dibujo. El ilustrador hizo un cómic de un personaje que reemplazaba a un trabajador en su asiento. Poco después Notario empezó a pintar, esculpir y hacer trabajos plásticos. Worker Man estaba a punto de encarnarse en un muñeco que copiaba el físico de su autor y que, dentro de su caja de juguete, llegaría a medir 2,20 metros de alto por 1,40 de ancho y 40 centímetros de profundidad.
Era el primero de una serie que iría creciendo después con piezas similares. Notario llamó al conjunto Reality Toys y con esa marca comercial inventada intenta enfrentar la aparente inutilidad de los productos con las reglas convencionales del mercado de consumo (packaging, manual de instrucciones, campaña publicitaria…). Aunque, a la vez, según dice, «estos juguetes pretenden solucionar problemas comunes de las personas».
Worker Man nació en 2009. Ese año se expuso en Estampa y un año después recibió el Premio INJUVE. La figura posó en varias galerías y después fue a descansar a casa de su autor hasta nueva orden. En 2013 despertó de su sueño momentáneo para actuar como modelo de Levi’s por el 140 cumpleaños de la marca.
Notario cree que aún hay mucha historia que sacar del personaje. «Me gusta tanto que quiero seguir haciendo cosas con él», indica. «Me interesa ver cómo puede evolucionar el proyecto a lo largo de los años».
El artista plástico pensó llevarlo al cine y, desde hace unos meses, trabaja en dos piezas audiovisuales que concibe más como arte que cine al uso.
Una lleva al personaje a los últimos años 70. En esa pieza, «un equipo de eminentes científicos de la Universidad de Stanford desarrollan un proyecto secreto: el descubrimiento de una forma de alteración de las propiedades moleculares de los cristales y espejos, de manera que todo lo que sea reflejado en ellos adquiera la propiedad de materializarse físicamente y pueda construir, así, un duplicado exacto del original», explica el autor. «Jack Holes, un insignificante becario del departamento de al lado y cuyo trabajo es rutinario se limita a hacer escaneados del papeleo a media jornada y teclear informes a máquina, acaba robando el invento a los científicos». El becario crea un duplicado del espejo y se lleva el original a casa después de una larga trama de suspense en la que va descubriendo el proyecto secreto.
La primera fase de esta pieza audiovisual está formada por unos carteles ilustrados que siguen la estética de los años 70. «Me fijé en algunas películas de base y después introduzco a Worker Man», explica.
La otra película va más atrás. Se sitúa en los años 30 y en sus créditos escribe que «está dirigida por Charles Chaplin y Jonathan Notario». El artista toma como base la película Tiempos modernos, pero en esta versión hay un nuevo argumento y un protagonista distinto. «Chaplin se convierte en Worker Man», explica el editor de vídeo. «Es un proceso que requiere mucho trabajo. Estoy interviniendo digitalmente la película original y modifico algunas imágenes. Introduzco carteles, cambio detalles…».
Esta pieza es la historia de «un humilde trabajador de fábrica agobiado por el estrés, que crea un invento para no ir a trabajar y seguir cobrando la mensualidad: un muñeco mecánico réplica de sí mismo». Es 1936 y el empleado se llama Charlie. «Al cabo de un tiempo, el jefe lo descubre, le despide y le roba la idea. Después la comercializa y años mas tarde, todos los trabajadores de la fábrica son sustituidos por robots idénticos a Charlie. El protagonista se venga del jefe infiltrándose en la fabrica. Se hace pasar por un robot más y provoca un motín catastróficamente divertido para humillar a su jefe y hacer que todo vuelva a la normalidad».