El adelantamiento comercial de la Navidad provoca que haya personas agobiadas apenas comenzado octubre. Los dolientes imaginan gastos, comidas con familiares y compañeros de trabajo. Y preparan excusas.
Primavera, verano, Halloween y Navidad son las estaciones del año en la ciudad. Ajenas al calendario occidental, al frío y al calor. La lógica de los negocios establece cuándo empieza y cuándo acaba cada estación. El Corte Inglés fija el comienzo de la primavera y el verano. Halloween empieza cuando los chinos colocan los disfraces baratos de bruja y vampiro a la entrada del bazar. El espíritu navideño se asoma con el primer anuncio de turrón, y se impone con el de la Lotería de Navidad. Con frecuencia, las estaciones se solapan: junto al disfraz de zombi, los primeros abetos de plástico.
En cada estación hay imposiciones sociales que devienen en postureo en el trabajo y en las redes sociales. La primavera, que exige perder kilos para el verano, provoca fotografías de zapatillas deportivas. El verano, aunque pobre en visitas a la playa, necesita fotos de barbacoas, de remojo en bikini y de pies. En Halloween están prohibidas las máscaras baratas de Krueger: se ruega vestuario, maquillaje y peluquería digna de telefilm, al menos. La Navidad impone sonrisas, vaciar las cuentas y video-felicitaciones.
De todas las estaciones comerciales, Navidad es la que más conflictos crea entre las personas. Es fácil eludir las exigencias de la primavera, el verano y Halloween. La Navidad, que lo envuelve todo, y todo el tiempo, no permite escapatorias. La Navidad como fiesta es ingrata y exigente para quién desea mitigar su dolor en el silencio o descansar del ajetreo cotidiano. A una feria no se va, si no se quiere, pero la Navidad está en las conversaciones, la tele, los escaparates, las redes sociales…
El adelantamiento comercial de la Navidad provoca que haya personas agobiadas apenas comenzado octubre. Los dolientes imaginan gastos, comidas con familiares y compañeros de trabajo. Y preparan excusas. A estos ideas acompaña un malestar por la incapacidad para atender los requerimientos de los mayores y de los niños. Pensamientos que consumen energía y tiempo. Para cuando la Navidad es una bofetada de colores, ruidos, gentío y llamamientos a la felicidad, hay quien desea una escopeta para abatir a los Papás Noel trepadores. Por la convivencia familiar, los opositores a la Navidad perfeccionan el arte de la interpretación.
Es probable que en otros tiempos, los opositores a esta Navidad callaran. Ahora, las redes sociales permiten disentir, aunque con reservas: la policía de las emociones siempre está lista para amonestar. De manera que en el muro de Facebook se mezclan las felicitaciones navideñas con los deseos de que llegue enero «cuanto antes». (Esto ocurriría si El Corte Inglés decidiera que sería conveniente adelantar enero a diciembre).
Puesto que la Navidad es ineludible, conviene a los sufridores con imaginación no anticiparse al futuro. Distraer la cabeza con libros, con series y películas, con manualidades, con pensamientos ajenos a la Navidad, hasta el primer anuncio de turrón. Y cuando este llegue, más libros (a la vuelta de página no sorprende un anuncio de Navidad), volcarse en una afición… Sentir agobio por la Navidad antes de tiempo equivale a revivir el Día de la Marmota, a sacrificar lo que está pasando para traer lo que se presume que pasará.