Hay quien busca agua de manantiales montañosos, el que la prefiere de fuentes minerales y hasta el que la importa de las islas Fiyi con consecuencias cuestionables para el medioambiente. Es generalizada la creencia de que el mejor H2O se encuentra escondido en algún lugar recóndito e impracticable al que nosotros nunca accederemos por nuestros propios medios. El emprendedor mexicano Bosco Quinzaños, sin embargo, se ahorró esa búsqueda y pensó que habría alguna manera de obtener, sin ir tan lejos, un agua que cumpliese las condiciones de ser sana, sabrosa, bien tratada y respetuosa con la naturaleza. Ahora los análisis de laboratorio le han dado la razón: la lluvia que cae en su tejado es el agua embotellada más pura de todo el mercado nacional mexicano.
Hace un año que Quinzaños abrió en Ciudad de México las puertas de su proyecto, Casa del Agua (C/ Puebla 242. CO. Roma). Este ‘Bar de Agua’ con estructura de alto diseño, es el primero que aprovecha las precipitaciones para transformarlas en un líquido no solo apto para el consumo, sino superior a la de la calidad media que comercializan las otras marcas.
El edifico de tres plantas en el que se encuentra este local es, al tiempo que un establecimiento abierto al público, un sistema autónomo de producción en sí mismo. Rogelio Gutiérrez, subgerente de producción de la empresa, va explicando piso por piso el proceso encadenado -y visible- que sigue la lluvia desde que cae en el tejado hasta que a través de un sistema de tubos y filtros llega a los grifos que tiene la barra en la planta de abajo.
En dos horas, el gigantesco plato que cubre la azotea de la casa “es capaz de recolectar hasta 5.000 litros de agua”, va explicando Gutiérrez. “Los primeros 15 litros se depositan en esta cisterna porque son los más contaminados”. A partir de allí, a través de un sistema de tuberías, recipientes, maquinaria y bombas el líquido baja al segundo nivel, un espacio también abierto al público (como toda la casa) que recuerda a esos laboratorios de película donde los científicos crean sus circuitos de funciones encadenadas.
El agua «sigue un proceso de triple filtración”, explica el subgerente. Entre las etapas que describe, muestra los distintos puntos donde sufre minuciosas filtraciones (de hasta 130 micras), su paso por el coladero de arena, grava y serenita, el lugar exacto en el que se evapora y se vuelve a condensar, el filtro de carbón activado y el punto donde se remineraliza e ioniza para que “mejore su capacidad hidratante y antioxidante” y llegue a adquirir un PH de 8,5. “El más óptimo”, apostilla.
Pero es que ahí no acaba la cosa. El asunto termina pareciendo ciencia ficción de verdad cuando, siguiendo el líquido hacia la planta baja, se observa que el agua queda depositada en unos gigantescos recipientes de cristal donde se le impregna de luz natural, luz artificial, y “¡música clásica combinada con palabras de amor y respeto!”.
No es producto de una locura sobrevenida. Esta empresa, basándose en los estudios científicos del investigador japonés Masaru Emoto, ha comprobado que las moléculas del agua cambian de forma en función del sonido al que se le exponga. “Eso provoca que el efecto que te hace un vaso de agua sea distinto, por ejemplo, si ha estado expuesta a al Canon en Re de Pachebel, o a Las Cuatro Estaciones de Vivaldi».
Y del concierto para gotas al grifo de la primera planta, donde el agua se puede servir sola o mezclada con menta, romero, albahaca, hierbabuena o lavanda. Para los que quieran sabores más consistentes, disponen de 16 infusiones naturales con las que preparar tés de silvestre lujo culinario.
También embotellan (en cristal con tapón de cerámica para que sean envases reciclables y recargables). “La botella nueva cuesta 40 pesos, 45 si es con plantas y 70 si es de té, pero si lo que quiere el cliente es recargar la suya los precios son 10, 20 y 30”, explica Idi Amín, un miembro del personal.
Parece que el negocio en la zona está teniendo buena respuesta. Por el momento, además del líquido que venden allí mismo, empacan 500 botellas diarias que distribuyen a lugares y establecimientos del barrio. Los clientes la buscan por su calidad, “es que muchos afirman que desde que la beben se encuentran mejor”, afirma el subgerente. “Es mejor objetivamente”, añade Amín, “lo que está permitido por la ley es que una botella de agua embotellada tenga como mucho 17 partículas por millón. Nosotros hemos analizado las nuestras y las otras que se venden en el supermercado, y mientras las nuestras poseen entre 0 y 6 partículas, algunas de las otras superan incluso el centenar de ellas”.
Parece que Quinzaños al final ha creado un prodigio acuático con la lluvia de su tejado. No por eso se va a lanzar a la piscina empresarial de transportar en camiones su producto por todo el mercado. Otra de las filosofías de Casa del Agua es que su producto tenga ‘huella de carbono’ cero. “Siempre agua local, fresca, nunca transportada ni almacenada”, cita como un eslogan Juan Manuel Márquez, el encargado. “Con el tiempo, la intención del proyecto es crear espacios iguales por todas las colonias de DF, que cada una aproveche su propia agua sin necesidad de camiones transportadores contaminantes. Después, por todo el país y después, en el extranjero”.
Ni el diseño, ni la estructura, ni la maquinaria, ni el más mínimo detalle tiene fugas en este templo de culto al líquido básico. Quinzaños, según afirma, está concienciado con la importancia de la calidad del H2O y la necesidad de hacer local el aprovechamiento de este recurso. Él ya tiene su laboratorio-bar particular, una manera de abrir el grifo de las ideas, y también un modo de aportar su gotita de responsabilidad natural al respecto. “Eres el 70% agua, lo que tomas importa”, eligió como eslogan para su cristalina empresa.