«Me llevaba a los gitanos a ver películas de Fellini», contaba Kiko Veneno en un encuentro en La Térmica (Málaga) con motivo del 40 aniversario del disco que sacó con los hermanos Rafael y Raimundo Amador, cuya cotizadísima primera edición fue censurada por llevar de portada una placa de hachís. Fue elegido por Rockdelux mejor álbum español del siglo XX y se llama igual que él: Veneno. «Para los gitanos la guitarra eléctrica fue una liberación».
Significó, entre otras cosas, que su instrumento sonase más alto que la voz de los señoritos del tablao. Pero Kiko Veneno no adolece de soberbia ni va de absoluto mesías o gurú: tras regresar de sus viajes por Europa y Estados Unidos –donde pudo ver a Frank Zappa, a los Who y a Bob Dylan, entre otros– sabía bien a dónde volvía, y también que el caldo de cultivo (en forma de puchero, de cocido, de gazpachuelo) ya estaba ahí.
En parte, porque antes de él vinieron otros, determinantes en aquella revolución, que sacaron partido de las válvulas de escape de la Andalucía del segundo franquismo: la libertina y exótica Costa del Sol de los 60, la influencia británica en el Campo de Gibraltar, también la americana gracias a las bases militares de Rota y Morón de la Frontera y, por último, la conversión de los parajes almerienses en platós de cine hollywoodiense.
Todas ellas trajeron aire fresco a una región castigada por la dictadura –y otrora por tantos otros–; ventilaron entero el sur construyendo realidades culturales que se nutrieron de un imaginario ya conformado por lo andalusí, por lo mediterráneo y por un riquísimo folclore. Algo más tarde vendría la psicodelia que tanto ayudó a intentar vencer al ufano «caballero andaluz» del que escribió Antonio Machado y que, como el dinosaurio del microcuento de Augusto Monterroso, todavía está allí.
Hablamos de referentes como Luis Gordillo (Premio Nacional de Artes Plásticas en 1981), el grupo Smash (y todo el rock andaluz), Guillermo Pérez Villalta (Premio Nacional de Artes Plásticas en 1985), Nazario, también Ocaña, muestras arquitectónicas tan particulares como el estilo del relax, bandas como Los Ángeles y Los Íberos, figuras claves del underground como Gonzalo García-Pelayo (productor de Triana y de Lole y Manuel, entre otras muchas hazañas entre las que se incluye la invención de un método para ganar a la ruleta) o Ricardo Pachón (responsable, por ejemplo, de La leyenda del tiempo de Camarón) hasta llegar a la Granada independiente de 091 y Joe Strummer; todo esto haciendo muchos saltos en el camino.
Hace apenas un año el periodista Fran G. Matute, voluntarioso, recopiló en su libro Días de viejo color –título prestado de la hermosa película de Pedro Olea que se desarrolla en el Torremolinos de los años 60– treinta testimonios que evidencian la existencia de una Andalucía pop que él enmarca entre finales de los 50 y los principísimos 90.
Las entrevistas, hechas ex profeso para la causa, engloban por primera vez esta amalgama de manifestaciones artísticas del largo periodo ya citado, ya que, aunque según Matute «existen, por supuesto, monografías centradas en diferentes aspectos o periodos concretos», no hay otra que las ponga a dialogar y que establezca esta «multitud de conexiones entre las distintas artes», ofreciéndonos un panorama general de las vanguardias posmodernas andaluzas, particulares por ser fruto de la fusión «entre lo foráneo y lo local».
Porque el que alguien hiciese rock and roll en los 60 en España «no tiene ninguna trascendencia» («también se hacía en Katmandú», incide Matute), como tampoco la tiene una pintura abstracta en los 50 o 60; de hecho a España el movimiento llegó tarde. «El punto es hacerlo en un momento en el que eso chocaba», esto es, dentro de una dictadura. «La otra capa de interés es que lo que se hace en Andalucía no es solo tocar rock and roll, sino hacer algo nuevo: incorporar un folclore a algo que ya existe». Eso sí es vanguardia.
Ahora el periodista y crítico cultural hace las veces de comisario de una exposición homónima que completa «todo aquello que los testimonios no fueran capaces de cubrir». Se inauguró el pasado 4 de diciembre y estará hasta el 14 de abril (las fechas no parecen demasiado inocentes) en el Museo de la Autonomía de Andalucía-Casa de Blas Infante (en Coria del Río, Sevilla). La entrada es gratuita.
El visitante recorrerá una muestra protagonizada por artistas como Luis Gordillo, Equipo 57, Guillermo Pérez Villalta o Chema Cobo; fotógrafos como Carlos Pérez Siquier o Jorge Rueda; cineastas como Gabriel Blanco, Gonzalo García-Pelayo, Miguel Alcobendas o Juan Sebastián Bollaín.
Narradores como Alfonso Grosso, Luis Berenguer, Ángel Torres Quesada o Carlos Pérez Merinero; poetas como Fernando Millán, Juan de Loxa, o Fernando Merlo; músicos como el grupo Smash, Los Íberos o Veneno; compañías de teatro como Esperpento, Teatro Estudio Lebrijano, Cascao o La Cuadra.
Flamencos como Mario Maya, Lole y Manuel o José Menese; dibujantes como Nazario, Máximo Moreno o Carlos Pacheco; comiqueros como Antonio Lara o Antonio Martín; modelos como Juana de Haro y otros inclasificables, en definitiva, como Costus y Ocaña.
De un vistazo. Especialmente recomendada para aquellos a los que todo esto les resulte insólito o imposible en una Andalucía que asistía hace poco al apedreamiento virtual del autor del cartel de la Asociación de Belenistas de Sevilla, encargado de anunciar la Navidad en la ciudad.
Hubo, créanlo, una jet set que lo pasó muy bien en Torremolinos (Brigitte Bardot, Frank Sinatra, Grace Kelly, Ava Gardner u Orson Welles); también los jipis disfrutaron de sus playas aún sin urbanizar, incluso los franquistas, y puede ser que por eso se permitiese la «rebeldía dentro de un orden».
Debieron pensar, como suscribe el escritor Juan Bonilla en el libro de Fran G. Matute, «que en la Costa del Sol no podía haber rebelión de ningún tipo». Tal sería la fiesta, que «una vez dentro, quién se iba a acordar del Partido Comunista».
Paralelamente, en Rota y Morón la juerga flamenca se fusionaba con auténticos rodeos, partidos de béisbol, autocines, discos, tabaco Marlboro, revistas Playboy y hasta con la píldora anticonceptiva. En Almería se rodaban películas de la talla de Lawrence de Arabia, pues para el cine histórico no había mejor paraje que el desierto de Tabernas y el Parque Nacional de Cabo de Gata-Níjar.

También en la provincia nacerá la revista AFAL, en la que fotógrafos de todo el mundo pondrán el ojo. De vuelta a Torremolinos, muchos podrán escuchar a Bowie, Talking Heads o The Police antes que nadie, y previamente ya allí surgieron grupos. Ejemplo primigenio: Los Íberos serán de los primeros del rock español con un álbum íntegramente grabado en Londres (Los Íberos, 1969, Columbia).
Al oeste de la región, de una mezcla entre blues, psicodelia, rock progresivo y flamenco, nacía Smash (con teoría propia: Manifiesto de lo borde), y también Gong, Green Piano o Nuevos Tiempos. A todo eso asistirá Nazario, que entre copa y copa iba dibujando viñetas inspiradas en asuntos cotidianos: una amiga suya se casó con la pretensión de poder estar de fiesta más allá de las once de la noche, pero con su marido tuvo nuevos problemas de dependencia.
De ahí nace la historieta Purita, braga de jierro, situada en la Edad Media. En definitiva, toda la intrahistoria de este periodo está narrada en la exposición a golpe de fanzines, textos, imágenes, esculturas, pinturas, cortometrajes, documentales, novelas, poemarios, fotografías, carteles, cómics, revistas y discos de vinilo.

En total, más de un centenar de piezas adquiridas bien por la buena disposición de las instituciones que las custodiaban o bien gracias a las incursiones de Matute en páginas webs como Todocolección. Estos dos caminos en busca de vestigios no son baladís, más bien son claves para entender cómo el canon absorbe y acepta ciertos términos, ideas o muestras artísticas y regurgita otras tantas.
Puesto que el proyecto Días de viejo color «gira no solo alrededor de lo que llamaríamos la “alta cultura”, sino también de la cultura popular, las piezas que han resultado más difíciles de localizar han sido precisamente aquellas que tenían que ver con el arte no reivindicado por la oficialidad hasta la fecha».
No es lo mismo solicitar el préstamo de obras del Equipo 57, del Equipo Córdoba, de Jorge Rueda o de Chema Cobos que lanzarte a buscar en los mercadillos el Escatófago del poeta malagueño Fernando Merlo (aparece esnifando cocaína en una buscadísima cubierta), fanzines andaluces contraculturales como Sopa de ganso, el libro Degeneración del 70. Antología de poetas heterodoxos andaluces, volúmenes antiquísimos como la Guía secreta de la Costa del Sol o discos muy codiciados, como Nuevo día, de Lole y Manuel o A la vida, al dolor, de Gualberto (músico histórico andaluz falto aún de justa reivindicación que, por cierto, descubriría tempranamente referencias de los Yardbirds, Cream o Country Joe & The Fish gracias a su novia americana, residente en Morón de la Frontera).
Aunque todas estas obras de arte fueron facturadas entre 1956 y 1986 por artistas andaluces, en algunos casos «resulta innegable» que el grueso de sus carreras se desarrolló más allá de Despeñaperros, ya que, según Fran G. Matute, «en Madrid o Barcelona tuvieron además la posibilidad de formar parte de una escena (que al fin y al cabo es lo que permite vertebrar una reivindicación histórico-colectiva), cosa que en Andalucía no ocurrió, o si ocurrió lo fue a un nivel muy pequeño, local, por lo que nunca llegó a trascender».
Sin embargo, «lo que intenta poner de manifiesto Días de viejo color no es ya señalar que muchos de los artistas que protagonizaron la posmodernidad española (llámese el underground de Barcelona o la Movida madrileña) nacieron en Andalucía, sino que en sus obras puede verse claramente la impronta de lo andaluz».
No hay más que ver las procesiones de Ocaña en Barcelona (por mencionar tan solo una de sus performances más folclóricas) o leer lo que Pérez Villalta le contó a Matute para su libro: «(…) en la famosa Nueva Figuración Madrileña casi todos éramos andaluces. Y eso se notaba bastante. A mí lo popular, lo que es nuestra cultura base, me ha influido muchísimo.
»Me refiero con esto a eso de andar por las calles en mi infancia, no lo que después se ha hecho con lo popular, que ha sido una cosa dominada por los medios. Había una estética real y verdadera en esas señoras que ponían sus patios llenos de macetas maravillosas, y ese es un mundo que cuando niño evidentemente me influyó mucho, porque me gustaba de verdad. Y de algún modo tiene que ver con mi arte».
Si lo que busca este recorrido de 30 años es reivindicar una trascendencia, la pregunta del que lo finaliza bien puede girar sobre la existencia de un legado. Lo cierto es que la transgresión de entonces es fácil de ejecutar hoy por la misma razón que Las Bistecs no pueden ser Almodóvar y Mcnamara.
La clave, como casi siempre, es el contexto: «aquella posmodernidad murió en el momento en el que ya no fue necesaria», explica Matute. «Tras la Movida, ser «moderno» dejo de tener sentido. De hecho, durante la Movida, hubo mucho artista que se hizo «el moderno» sin en verdad serlo. En cambio, todas las modernidades que se retratan en Días de viejo color son auténticas.
Y en esto la dictadura, me temo, tuvo mucho que ver». Las de ahora, según el comisario de la exposición, «no pueden competir con las anteriores por una cuestión social, por no decir vital». La crítica hoy está más dispersa; ser transgresor es más difícil cuando el enemigo no es común, sino que es «todo aquel que no piense como yo», que es lo que pasa, de acuerdo con Fran G. Matute, en democracia.
«La realidad es que ya está todo hecho, no es una cuestión de modernidad o de ser pionero en algo», continúa. «Hacer todo esto en el año 68 en España era una revolución. Hacer ahora lo que se está haciendo en todo el mundo no tiene para mí mucho valor porque es una contemporaneidad, no hay nadie que esté rompiendo moldes en la medida de que todo el mundo puede hacer ya lo que le dé la gana».
No obstante, aquí va un apunte interesante: «si extrapolamos el concepto de transgresión con el de ofender, hoy es mucho más fácil hacerlo que antes». Basta con poner «un tuit». Matute menciona la última gran polémica: la del cuadro de Balthus. Con este panorama, «¿qué vas a transgredir?».
Habría que ver si muchos de los cómics de Nazario, películas de García-Pelayo como Corridas de alegría o el skyline de penes del corto Sevilla tuvo que ser, de Juan Sebastián Bollaín (expuesto en la muestra), podrían salir hoy a la luz sin trabas, 40 años después.
Me encantado. Cuando vaya a Sevilla en Navidad pienso acercarme a Coria a verla.
Gracias por reivindicar el arte andaluz!!!
Maravilloso artículo. Enhorabuena 🙂
Enorme! Gracias por recopilar de forma tan ilusionante. Cierto, aquello era un crash, si ahora se hicieran obras así caerían en la indiferencia o en manos de colectivos de ofendidos… Aun así, me niego a pensar que hayamos llegado al final, que ya no haya nada que transgredir, que no se pueda…
Buenísimo, deseando saber más
Artículo genial muy bien referenciado
Yo también pienso ir. Tenía previsto pasarme por Sevilla estás navidades, y ahora tomaré el desvío para Coria. Tiene muy buena pinta.
Absolutamente de acuerdo con el artículo al cual solo le pondría una pega,en el año 1981 Ricardo Texidó, junto a Cris Navas fundan el grupo Danza Invisible, el cual reformó y renovó las estéticas y formas musicales y abrio camino a decenas de grupos que se apuntaron a la nueve oka. Desde Torremolinos tomando como referencia a Bowie, Japan, Simpke Minds, Ultravox, Echo & The Bunnymen, Talking Heads… sus contemporáneos británicos y americanos de la new Wave, el post punk. los nuevo romanticos, y la música alternativa e “indi” de la época, en general nada conocida ni apreciada por la mayoría del publico de aquellos primeros 80. Además es el grupo moderno y vanguardista con mayor proyección nacional en los 80 y dicho por los mejores críticos musicales como Diego Manrique, Jesús Ordovás, Julio Ruiz, Gonzalo Garrido, Rafael Abitboll o el malagueño Juan Gámez.
Y cómo va el artículo va de demostrar la modernidad de los andaluces decir que Ricardo Texido, quien dió nombre al grupo, es de Córdoba, el resto de los miembros andaluces menos Chris, nacido en Bedford, Londres y el grupo danza invisible se funda, forma y ensaya en Torremolinos, donde incluso tienen una calle con su nombre, la calle danza invisible, saludos cordiales.