Andar por las ramas

26 de marzo de 2013
26 de marzo de 2013
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Bajo cero. Sujeto por una cuerda a varios metros de altura. Buscando el equilibrio con posturas imposibles y muchas veces dolorosas. Y armado con una motosierra para limpiar un enjambre de ramas en árboles imponentes. Así son las condiciones de trabajo de un podador de altura.
Quien se plantee dedicarse a este duro menester deberá evitar ‘andarse por las ramas’, tener mil ojos y poseer la agilidad y destreza para moverse por los árboles como hiciera El barón rampante de Italo Calvino. Esta es una profesión de alto riesgo que requiere una gran preparación, pero que como contrapartida tiene una salida profesional garantizada y bien remunerada. La demanda de podadores es constante en todo el país.
Hasta ahora, un podador lo era porque lo había sido su padre. Y probablemente su abuelo. Pero Carlos Velasco, un curtido y magullado podador, quiso que estos conocimientos se ampliaran a todo el mundo. Al menos, a todo el que estuviera dotado para ello, ya que subirse a varios metros de altura con una contundente motosierra no está exento de peligro. Por eso abrió en el valle de Lozoya, en plena sierra madrileña, la primera escuela de España de poda en altura.
El compendio de habilidades que requiere este trabajo es extenso. Lo primero es el dominio de los nudos y la técnica de la trepa que aseguren una sujeción eficaz y permitan moverse por el árbol con soltura. La manera de subir y bajar de él difiere de otros trabajos verticales, e incluso del alpinismo, y se acerca más a la espeleología. Y aunque la mayoría de los nudos proceden del alpinismo, ser un experto escalador no es suficiente en el mundo de la poda. De hecho, algunos alpinistas que han probado suerte en esta escuela han desistido aterrados por la gran inestabilidad que supone estar suspendido en un árbol, en contraste con la previsible quietud de las rocas. La poda en altura es un arte de equilibrio dinámico, y los nudos empleados —que rondan los veinticuatro tipos— se adaptan a cada situación. En definitiva, a cada árbol.
Porque los árboles son como las personas; cada individuo es diferente. Esto obliga a adquirir amplios conocimientos de arboricultura que permitan reconocer las características de cada especie: el vigor de su crecimiento para hacer la poda adecuada, la resistencia de las ramas para poder moverse por ellas sin que se partan, la época de parada vegetativa y las plagas y enfermedades, así como la manera eficaz de combatirlas. Y después, hay que examinar in situ la situación particular en la que se encuentra cada ejemplar. La observación y el aprendizaje sobre botánica son constantes en esta profesión, a tenor de la gran variedad biológica de árboles en la península ibérica y su diversidad climática.
La irreversible globalización obliga a seguir estudiando árboles de cualquier rincón del mundo porque especies de todo tipo están viajando hoy más que nunca. Un caso paradigmático está siendo la plaga del escarabajo picudo que está afectado a los palmerales de la costa mediterránea. Este parásito letal llegó a España en unas palmeras egipcias. En Egipto, el escarabajo tiene un ave como depredador natural, pero se rechazó traerla aquí para evitar un posible desequilibrio de los ecosistemas. La acción de la poda es urgente para evitar la desaparición de exuberantes palmerales como el de Elche.
La destreza en el manejo de la motosierra es otro de los requisitos imprescindibles en este trabajo. Su uso inadecuado puede conllevar una grave caída por el corte accidental de una cuerda de sujeción o que el podador pueda herirse de gravedad. Aunque esta herramienta no es muy pesada —alrededor de los 3 kg— tiene la ‘mala costumbre’ de agitarse de manera continua. Y estas vibraciones las recoge el podador, por lo que no es extraño que a la larga termine padeciendo la enfermedad conocida como ‘manos blancas’. Este síndrome provoca la parálisis de los brazos desde los dedos a los codos, y en ocasiones va acompañado de un intenso dolor.
“Es un trabajo duro por el enorme desgaste físico, y penoso por las condiciones en las que se realiza”, dice Velasco, que hace unos años se tuvo que bajar de los árboles porque se lesionó gravemente, hasta tal punto que ni siquiera podía levantar con sus brazos a su hijo recién nacido. Y parece que esto no es la excepción, sino la norma, cuando confiesa que como mínimo todos los podadores tienen ‘tocadas’ la cuarta y la quinta vértebras. Él, además de este problema, padeció contracturas desde la cadera hasta los hombros y lesiones en las lumbares y cervicales. “Es el resultado lógico de una actividad en la que día tras día la espalda soporta el peso de todo el cuerpo”, explica.
Tras una lenta recuperación de más de diez años, Carlos Velasco ha canalizado su experiencia en esta escuela que recibe aspirantes de toda España. Él no se conforma con que sigan sus pasos, sino que está preocupado para que no sufran las mismas consecuencias. Para ello, se ha puesto en contacto con un fisioterapeuta con el fin de buscar soluciones que intenten paliar las seguras dolencias que sufrirán estos trabajadores. Juntos estudian la posibilidad de realizar una gimnasia preventiva y estiramientos que estimulen el fortalecimiento de músculos, y de diseñar posibles fajas para la zona lumbar.
Uno de los aspectos claves para ejercer la poda en altura es el factor psicológico. “El desmoche ofrece al podador una recompensa fácil porque enseguida se consiguen resultados. La satisfacción rápida genera euforia y así es inevitable convertir el trabajo en un juego en el que este profesional entra en una vorágine de trabajar más y más, gracias a los altos niveles de adrenalina y dopamina que se generan. Y aquí surge su mayor peligro, “la repentina acumulación de cansancio”, comenta Velasco, quien subraya que “la mente comienza a funcionar lentamente e incluso puede llegar a quedarse en blanco, con lo que las posibilidades de cometer un error fatal son enormes”. Por eso, se decanta por definir un perfil de buen podador: “menos testosterona desbocada y moldear un carácter templado y equilibrado que sepa gestionar los impulsos y dosificar el esfuerzo para terminar la jornada sano y salvo con el trabajo bien hecho”.
Y si las cosas se complican ahí arriba, aprender a realizar un rescate es la lección de oro de este curso. Este siempre lo llevará a cabo el ‘ground man’, el ángel de la guarda del podador que durante la tala le está asistiendo continuamente desde el suelo con cuerdas y serruchos, y ayudándole a realizar el descenso controlado de las ramas cortadas. Un podador nunca podrá hacer su trabajo sin él. El motivo del rescate puede ser el encuentro con una ‘procesionaria’, una oruga urticante que habita en las coníferas. Lo importante es la rapidez en la liberación ya que puede afectar a su propia vida. “Si alguien se quedara colgado inconsciente boca abajo entraría en parada cardíaca a los diez minutos; si alguno permaneciera colgado sujeto solamente por el arnés más de veinte minutos, este se convertiría en dos torniquetes que terminarían provocándole una metástasis celular”, comenta Velasco.
Aunque en las urbes es habitual la intervención de un podador, la poda en altura adquiere su dimensión más importante en el mantenimiento y conservación de las masas forestales. Muchos incendios se podrían evitar si se realizara a tiempo, y este trabajo resulta fundamental en el tratamiento de epidemias en áreas boscosas. “Podar, e incluso talar un árbol enfermo, puede evitar el contagio a sus semejantes”.
Y a pesar de su importancia, esta profesión se encuentra en un limbo legal. El Ministerio de Industria no la reconoce porque, a diferencia de otros trabajos verticales, la poda en altura no puede asegurar evitar una caída, argumentando, además, que un árbol no es una estructura estable y por eso ante Hacienda son meros jardineros. Y para remate, la normativa europea que establece un protocolo de seguridad para este tipo de labores está basado en un sistema de poda americano totalmente obsoleto y peligroso.
En su escuela, Carlos también enseña estas tareas siguiendo un procedimiento arcaico para que después sus alumnos lo comparen con el sistema ideado por él. Quizás pronto, su método Carve —acrónimo formado formado por las primeras sílabas de su nombre y apellido— se convierta en el protocolo de seguridad para toda Europa.
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Fotos : Carlos Velasco y Manuel Montaño

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