Ander Izagirre: «Perder el tiempo es la mejor manera de encontrar historias»

Ander Izagirre salpica sus frases de «joderes» y las remata con «noes» en acento interrogativo. O quizá sea el vasco cantarín que este periodista imprime a su discurso, rico en inflexiones y en anécdotas. Se nota que vive de contar historias. Lo hace en ensayos, reportajes y libros, como el que está presentando ahora. Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey (Libros del KO) es un recorrido en bici que arranca en la Italia de principios del siglo XX. «Era un país recién hecho», explica Izagirre en el libro. «Y el ciclismo, como todo lo que venía del norte, iba explorando con aprensión los territorios ignotos del sur».

De esta forma, Izagirre empieza un libro de aventuras en el que lo deportivo se mezcla con lo histórico y lo social. Hay batallitas y batallas. Hay fascismo, comunismo y dos Guerras Mundiales. Hay pobreza, picaresca y espectáculo. Hay mucha Italia en este libro.

Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey nace de dos viajes. Uno que nunca fue, el que se frustró por un extraño virus que encerró a Ander Izagirre (y a media humanidad) en su casa durante tres meses. En lugar de volverse loco haciendo pan, él aprovechó para dar forma a todo el material que llevaba años recopilando sobre el Giro.

El segundo viaje, este fructuoso, fue el que hizo con su novia por media Italia al salir del confinamiento. Lo hicieron recorriendo en bici los senderos que luego describió tan bien en su libro. Entrevistando a muchos de los personajes que lo componen. «Me gusta mucho conocer el espacio y la geografía de las historias que cuento, entender los escenarios», explica el periodista. Estas ganas de conocer le han llevado a recorrer a pie los Apeninos (para su libro Cansasuelos), las depresiones geográficas más profundas del globo (Los sótanos del mundo) o las minas bolivianas (el multipremiado Potosí). Incluso se subió a otra bicicleta para recorrer las etapas del Tour de Francia (Plomo en los bolsillos).

El último libro de Izagirre analiza figuras míticas del ciclismo italiano como Coppi. Refleja el auge y caída de Pantani. Pero también se centra en destacar personajes alejados del podio y los focos como Florinda Parenti, campeona de Italia ninguneada por una prensa y una Federación tremendamente machistas. O Luiggi Malabrocca, que hacía lo imposible por quedar último en todas las etapas para ganar el premio de consolación y llevarse unas liras. Este libro habla del Giro, pero, sobre todo, habla de Italia. Habla de los italianos.

Y lo hace describiendo «un desfile de vampiros saltimbanquis, lunáticas, fascistas, partisanos, piratas y caníbales que pasó rodando desde los Alpes hasta Sicilia ante la puerta de millones de italianos». Conversamos con Izagirre, y de toda esta tropa de personajes decidimos empezar preguntando por los vampiros.

Cómo ganar el Giro bebiendo sangre de buey. Es un título fuertecito. ¿Te importaría contarme la anécdota que lo inspira y cómo lo elegiste?

Es por un episodio del primer Giro de la historia, el de 1909. Era una prueba salvaje. Los ciclistas salían de noche para hacer 400 kilómetros por caminos de tierra. Estaban obsesionados con la comida porque no la tenían garantizada. Tenían que buscarse la vida por ahí. Su teoría era que había que comer todo el rato, lo máximo posible.

Y hay uno, Clemente Canepari, que cuenta que pasaba por una granja justo cuando estaban sacrificando a un buey. Estaban recogiendo la sangre en un cubo. Al verlo se bajaron tres ciclistas, se acercaron corriendo, cogieron el cubo y se lo bebieron. Pensaban que sería una buena fuente de energía para seguir pedaleando. Era el dopaje de la época. Y la verdad es que el título lo pusimos en el último momento.

Hacía listas y listas de títulos y ninguno me convencía. Y este se me ocurrió y, con un poco de temor, se lo propuse al editor. Me parecía arriesgar un poco porque es un título largo, es un título chocante, pero está funcionando bien. No creo que la gente lo confunda con un libro de recetas o nutrición deportiva.

No es la primera vez que hablas de una competición ciclista para describir un país. Ya lo hiciste con Plomo en los bolsillos y el Tour de Francia. ¿Qué es lo que tiene este deporte que sirve para vehicular la historia y la sociología de un país?

Es que el ciclismo, en sus orígenes, lo crean periodistas para crear una gran aventura y eso se nota. El Giro [competición creada por el periódico italiano La Gazzeta dello Sport en 1909] lo inventan para que el público vaya al quiosco a comprar el periódico. Por eso tiene ese esquema de relato por entregas, como los folletines. Cada día se escribe una historia con sus héroes y antihéroes, con sus secundarios. Con días en los que no pasa nada y otros en los que se pone todo patas arriba. Es que es casi un género narrativo en sí mismo.

El ciclismo es el reflejo de lo que está pasando en el país, de cómo son las carreteras, de cómo es el deporte, de cómo es el público y de la pasión con la que lo vive. El Giro tiene unas aventuras bastante peculiares. Y hay toda una gama de personajes muy especiales, ciclistas que pueden ser partisanos comunistas o guardias fascistas. Hay mujeres revolucionarias, hay bandidos. Esta es la historia del Giro, pero está todo el rato la historia de Italia como telón de fondo. Están las guerras, está la dictadura, el clima social.  El ciclismo, además, recorre un país geográficamente, físicamente, y se adapta a sus circunstancias. Por eso creo que refleja muy bien la situación de un país.

¿Qué diferencias y similitudes has encontrado entre la historia del ciclismo en Francia y en Italia? ¿Qué comparación haces entre los dos libros?

Francia es un poco la cuna. El Tour nace antes. Italia va un poco a remolque, pero enseguida demuestra una personalidad propia muy fuerte. Es un rasgo que mantiene hoy en día. Creo que el Giro sigue teniendo más ingredientes de aventura que el Tour. Tiene una conciencia muy viva de su historia, sabe que ha sido siempre una gran aventura a través del país.

Incluso los elementos geográficos. Meten etapas por carreteras de tierra, suben montañas en mayo, que puede que haya una avalancha de nieve y se suspenda la etapa como ha pasado este año. Está más abierto a lo que era el ciclismo, a la épica antigua. Y cultivan mucho la nostalgia. Están retransmitiendo el Giro y, cuando suben a un puerto más alto, te ponen imágenes en blanco y negro de Coppi pasando por ahí mismo. Tienen un sentido muy vivo del escenario, de cuáles son los grandes escenarios míticos, de cuáles son las grandes historias del Giro.

El Giro es superconsciente de su historia y de su peculiaridad. Y el Tour aspira a ser una gran prueba global, como la Fórmula 1 o las ligas de fútbol. Aspira a enganchar a todo el mundo, y para eso tiene que ser muy medido para que la audiencia se mantenga hasta el último día. Yo diría, resumiendo, que el Giro es más salvaje.

Sí, y tu libro refleja muy bien ese lado salvaje. Describes cómo los ciclistas del norte bajan a un sur desconocido y exótico. Casi parece un Dakar o un viaje de aventuras.

Efectivamente, el ciclismo de hace 80 años era una prueba de supervivencia en condiciones extremas. Y a la vez, como dices, es una exploración del país. Italia es un país que tiene un problema territorial muy grave. Había una diferencia Norte-Sur brutal, el sur no tenía ni carreteras hace cien años. Esa brecha se mantiene hoy en día. Por ejemplo, hay muy pocos ciclistas del sur y muchísimos del norte. ¿No es curioso? Y esa exploración del país le da un toque de aventura, como si fuera el diario de un viajero. Es que se van a Sicilia en 1907 y para ellos es como una aventura orientalista en un lugar exótico.

Has contado las historias del Tour y las historias del Giro. ¿Para cuándo un libro sobre las historias de la Vuelta a España?

Entre un libro y otro han pasado 15 años. No tenía en mente hacer los dos libros cuando empecé. Pero he tenido una relación fuerte con Italia en estos últimos años, iba a menudo allí, he recopilando historias poco a poco, haciendo entrevistas y la verdad, las circunstancias han sido las que han sido. Yo he hecho este libro porque se me ha fastidiado un viaje largo que tenía el año pasado por culpa de la pandemia. Me quedé en casa tres meses a escribir el material que tenía adelantado.

En cuanto nos levantaron el confinamiento cogimos las bicis y nos fuimos a Italia. Y, de repente, me encontré con que había escrito medio libro en el confinamiento. Y dije, pues esto lo tengo que escribir. El de la Vuelta, suelo contestar, pues ya lo haré en la próxima pandemia.

Esperemos entonces no leerlo nunca. Y ¿cómo fue ese viaje en bicicleta por Italia? Recorriste los escenarios que luego describes en el libro y entrevistaste a algunos de sus protagonistas.

Queríamos habernos ido más tiempo, hacer un parón laboral. Aunque bueno, para mí el viaje es parte del trabajo. Me gusta contar historias por el camino. Recorrimos Cerdeña en bici y luego hicimos desde Nápoles hasta Parma, de donde es mi novia. Hicimos la parte central de Italia. Luego hemos hecho otros viajes por los Alpes otras veces. Para mí era importante. Me gusta mucho conocer la historia y la geografía de las historias que cuento, entender los escenarios. Creo que es importante encontrar detalles y gente que mantiene viva la tradición oral del ciclismo.

En estos tiempos en los que las entrevistas se hacen por Zoom o por teléfono, como esta, ¿es importante que no perdamos el contacto con el entrevistado, que vayamos físicamente a los lugares?

Claro, a mí es lo que más me gusta. De hecho, lo hago, lo primero, porque me lo paso muy bien. Pero también creo que me van a salir los mejores detalles, las mejores historias. Creo que perder el tiempo es la mejor manera de encontrar historias. A veces, donde menos te lo esperas, en un pueblo perdido, puedes conocer a Florinda Paletti, que probablemente es uno de los personajes más desconocidos del libro y para mí, uno de mis favoritos. Era una mujer que en los años 70 intentó ser ciclista contra todos, contra todo el desprecio, contra toda la marginación… Poder estar en casa de esa señora en su terraza, escuchando sus charlas, viendo sus álbumes de fotos… Bueno, pues eso le da un valor especial que va más allá de buscar en la hemeroteca una crónica.

La historia, en general, la escriben los ganadores. Pero la historia que quieres contar sobre el Giro también hay perdedores como como Luiggi Malabroca. ¿Por qué?

Porque dan una galería mucho más completa de la gran aventura que es el Giro, de comportamientos, de personajes muy peculiares. Si solo nos aferramos a la épica… Ese es un pequeño vicio de quien escribe de ciclismo. Todos son grandes héroes, hazañas admirables, sufrimientos y carne de gallina. Bueno, eso creo que es un poco impostado. También hay miserias, hay trampas, hay traidores. Hay gente muy noble y gente muy cruel. Hay de todo. En esos secundarios creo que hay una variedad humana, que es mucho más rica.

La de Malabrocca y la maglia nera es la historia del país. Es la historia de una Italia de posguerra en la que la gente pasa hambre. En ese contexto, el Giro pone unos premios para los que se clasifiquen los últimos. Y se desarrolla toda una picaresca muy divertida para llegar el último. Malabroca se hace famoso porque se esconde en los pozos y se va a pescar para llegar lo más tarde posible. Se convierte en un personaje muy popular, la gente le manda dinero al periódico. Esta historia es un reflejo de una sociedad también y es una variante mucho más interesante que las de grandes héroes y grandes hazañas.

Sí. Frases como «Me arde el culo» [que anunció Ganna a los periodistas tras ganar el primer Giro d’ Italia] quedan peor en libros de historia, pero son más auténticas…

Totalmente. Yo creo que hay que desinflar un poco la épica del ciclismo. Que, por supuesto, puede ser un deporte muy épico, pero hay que verlo con cierta ironía y quitarle importancia. Los propios protagonistas lo hacen muchas veces, creo que somos más los seguidores y los lectores los que nos venímos arriba. Y bueno, es una actitud ante la vida. Me parece más divertido, más sano tomar cierta distancia, restar gravedad o solemnidad a lo que, en el fondo, es un juego.

Además, quitando épica no solo todo es más divertido, también es más trágico, más oscuro. A mí me interesan los personajes que tienen muchas sombras, me interesa más la historia de Fiorenzo Magni que fue un gran ciclista, pero que tenía un pasado fascista que le persiguió siempre.

O Pantani, que era un gran, gran ciclista, pero que luego tuvo un final horrible y solitario. Se dopó, no lo reconoció, acabó hundiéndose en un pozo. Murió de sobredosis a los 34 años. Es una historia muy dura. Los últimos años de Pantani son una mierda, no son épicos. Pero yo no quería hablar sobre el maravilloso escalador que era Pantani, abundar sobre lo emocionante que es verlo ahora en YouTube. Es que me parece obviar una parte importantísima de su vida.

Para escribir este libro has cogido la bici para inspirarte. Pero no solo porque trate sobre el ciclismo, ¿no? La solapa de tu libro dice que pedaleas tus libros, que los caminas o que por lo menos das saltitos por el pasillo para parirlos. ¿Por qué? ¿Qué papel tiene el movimiento en tu proceso creativo?

Hay estudios neurológicos sobre el beneficio de un ejercicio suave. Pero bueno, yo, sin necesidad de estudios, siempre he creído que fuera así. No puedo estar tres días seguidos en casa sin salir a dar una vuelta en bici o a caminar al monte. Primero porque no me duermo y luego porque yo creo que el cerebro, cuando estás haciendo un ejercicio suave, cuando estás dando un paseo en bici, tranquilo, por el monte, de repente empieza a hacerte conexiones de ideas. Y cosas que tenías atascadas delante de la pantalla te salen solas. Cuando sales y te mueves se te ocurre un arranque o una frase que tenías atascada, la solucionas. Te vienen asociaciones de ideas. A mí me pasa mucho.

A veces voy en bici con mi novia o mis amigos. Pero me gusta mucho ir solo. Estoy tres o cuatro horas y así se me ocurren cosas. Al final es casi una necesidad física, moverte en bici o a pie. Irte a un sitio donde no tengas distracciones, donde no tengas teléfono ni pantallas. Simplemente dejar flotar la cabeza, que es una cosa que hacemos cada vez menos. Y yo también. Es como estar esperando en la cola de la carnicería y ¡pum!, sacas el móvil y estás entretenido. Ya no estamos ni cinco minutos un poco así, en Babia. Y creo que para escribir es importante estar un poco en Babia.

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