Artemio Rodríguez: el último artesano de la ilustración

Artemio Rodríguez (Tacámbaro -Michoacán, México- 1972) estira una lámina de linóleo hasta que queda bien plana. Después imagina lo que quiere dibujar. Para los trazos gordos utiliza una navajita llamada gubia en forma de U, y cuando la cosa requiere un detalle muy fino, agarra la gubia en V que consigue surcos angostos y precisos. Tal y como aprendió a hacer cuando a los 16 se metió de aprendiz en un taller de su pueblo, donde se imprimían textos con planchas de plomo.

campesinoEl grabado que realiza ahora se convertirá en un negativo en relieve que, impregnado de color, podrá plasmarse en una lámina de papel para formar el estampado. Ha llegado a tardar hasta un mes y medio en realizar alguna de esas ilustraciones. Él lo considera “arte contemporáneo”, define sin rastro de soberbia.

Cierto sector de los artistas modernos de México, los que ilustran agarrados a un mouse, le dicen sin embargo que “no lo es”, porque utiliza “técnicas antiguas como el grabado en linóleo”, que desciende del grabado en madera que se realizaba hace siglos en Europa. “Yo respeto su opinión”, dice sin rencor. Quizás ellos no sepan, o no quieran saber, que está a punto de agotarse la segunda edición de su vigésimo libro, uno más de la colección de éxitos ‘no moderna’ que él ha convertido en un hito de la ilustración siglo XXI.

American Dream es la última publicación de este anacrónico artista. “Se trata de una colección de mis obras que hablan de la migración. De estar en Estados Unidos como extranjero”. Rodríguez conoce lo que es esa experiencia. Con 21 años, después de su paso por la imprenta mexicana, emigró a Los Ángeles (EE UU) y para ganarse los frijoles se puso a pintar casas durante un tiempo. Pero su aspiración era otra. Con la base que había adquirido en su adolescencia y su capacidad autodidacta comenzó a profesionalizarse en el grabado en linóleo en esta otra ciudad donde tampoco nadie se dedicaba a ello. Tenía el sueño de poder vivir de su arte, y escisión tras escisión en el plano, gubia mediante, se demostró a sí mismo y las personas a su alrededor que podía hacerlo.

bajoelmismosol“Mi sueño se cumplió, que no era solo poder ganarme la vida haciendo lo que hago, sino también, a diferencia de muchos otros compatriotas, volver a mi provincia a seguir trabajando en esto”. Sus ilustraciones hendidas jamás perdieron el aroma a su país natal. Mucho menos dejaron de lado el instinto crítico del autor.

Para su último trabajo, aprovechando la identificación en la que le encasilló gran parte del público por sus muchas obras motivadas en El Día de Los Muertos, tiró de calaveras y formas extravagantes para realizar algo así como una crítica al imperialismo de su país de acogida. Mickey Mouse o Superman con un cráneo por cabeza, seres horripilantes que acechan a niños inocentes, los pecados capitales grabados en rostros hechos a pequeñas rayitas o carretillas pintadas como si fueran coches. “Podría considerarse una crítica a la mercadotecnia obsoleta que representa el capitalismo, aunque, si soy sincero, puede significar muchas cosas, así que me ahorro las interpretaciones. Cuando hago algo no espero que la gente piense lo que yo, prefiero que sus ideas surjan”.

Ahora, de vuelta a su taller de Tacambaró, tras 21 años en Estados Unidos, ya no es un aprendiz. Exposiciones por toda América, talleres como instructor, encargos de trabajos –ahora trabaja en la ilustración de un libro infantil- y cuatro manitas de publicaciones alaban que el peón de imprenta que salió de este pueblo regresó hecho un artista de primera línea. Se atreve incluso con retos como hacer un grabado de la obra El Triunfo de la Muerte (Pieter Brueghel el Viejo, expuesta en el Museo del Prado –Madrid-), el trabajo que más tempo le ha llevado en su vida -también recopilado en American Dream-.

Para el sector artístico que le quiere dejar fuera del catálogo de artista contemporáneo, “mi máximo respeto”, vuelve a asegurar humilde. Él contento de haber descubierto que existen otros creadores, como Joel Rendón, que tampoco han hecho caso a las críticas y la presión y mantienen esta técnica viva. Para que la técnica nunca muera incluso ha decidido crear un taller estudio en Michoacan a donde asisten chicos de la comunidad rural a hacer grabado. “Ya han ilustrado varios libros”, se enorgullece.

“Los demás que se dediquen a hacer o decir lo que quieran, pero yo para crear utilizo linóleo. No solo porque es divertido, sino porque lo hago con las manos. Para mi esta técnica jamás desaparecerá porque es una manera de ilustrar artesanal. Es distinta. Es bonita. Es auténtica. Tiene algo irremplazable por las técnicas digitales”, afirma este exitoso grabador a navaja contemporáneo.

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