El cine de Hollywood vende que el premio para el artista es ser el número uno: el que más vende, el que gana el premio en la última escena. Para Hollywood el premio del artista no es trabajar como artista.
Un argumento típico es el de la joven que quiere ser bailarina. No falta la escena en la que el padre protesta: «¿Sabes cuántas bailarinas llegan a ser el número uno?». Pero ella desoye al padre; está dispuesta a triunfar cueste lo que cueste: será la número uno para demostrar a su padre que él estaba equivocado. Y por supuesto, la chica triunfa en la última escena en una competición de baile y el padre la aplaude: «Esa es mi chica». De esta manera se vende una falsa historia de superación personal y reconciliación familiar. Pero, ¿dónde están las chicas que llegaron a ser bailarinas y no consiguieron premios ni el aplauso del padre?
Un mensaje devastador
Estas comedias de artistas que consiguen ser el número uno son perniciosas para los artistas de carne y hueso, ya sean aspirantes, semiprofesionales o veteranos. Representa a un cine casado con un capitalismo despiadado: produce y vende, y sé el número uno. Un cine en el que no importan los descubrimientos que hace el artista ni su crecimiento interior ni las amistades que hace por el camino. Todo esto queda en un segundo plano si al final el artista no consigue ser el número uno: el que más libros vende; el que consigue vende la pintura por un millón de dólares; el que consigue un millón de descargas online. Es un mensaje devastador: el artista solo puede ser feliz si gana o si vende… más que los otros.
Películas contra artistas frágiles
«No entiendo a los artistas», dice mi mujer al hilo de la película de la bailarina. «¿Por qué se empeña un artista ser el número uno? ¿Por qué se frustra si no lo es? Un contable hace su trabajo y da de comer a su familia. No se frustra por no ser el contable número uno. Se frustra porque cobra poco y echa muchas horas». No le falta razón.
Rara vez vemos películas modernas en las que un escritor o un actor es feliz ganándose la vida con su trabajo. Para estas películas parece que sacarse un dinerito para dar de comer a la familia y pagar las facturas es insuficiente para el artista. El héroe y la heroína rara vez es la cantante del coro, el que toca el bajo, el escritor anónimo de cuentos infantiles o la pintora de retratos callejeros… A estos se les tiene por currantes, artistas menores, artistas sin interés dramático. El héroe o la heroína es el protagonista en un musical de Broadway, el escritor de bestseller o la primera bailarina del Bolshoi. Y si no es una figura consagrada, lo será en la última escena…
En la última escena, el escritor novato se detiene ante el escaparate de una librería en la que hay una pirámide de ejemplares de su última obra y un cartel:
MÁS VENDIDO
23 SEMANAS
En la última escena, la pintora novata recibe la llamada de una galería de Nueva York; el actor novato, una llamada de Scorsese (casi siempre Scorsese); el fotógrafo, de Vogue o National Geographic (según sus aspiraciones).
Ed Wood es una de las pocas producciones que muestra a un artista feliz por trabajar como artista. Hay una escena en la que Wood duda de su talento y otra en la que se siente impotente ante un rodaje complejo, pero en ningún momento se considera fracasado.
«Soy director, actor, guionista y productor. Solo hay dos personas en el mundo que lo son: Orson Welles y yo», dice Wood. Y aunque con talentos en polos opuestos, Wood y Welles comparten una energía ilimitada para hacer cosas nuevas, cosas contra los gustos de las mayorías. Por desgracia, hay pocas películas que como Ed Wood exploren el valor del proceso creativo con independencia del resultado.
Por el contrario abundan las historias de éxito traducido en premios y dinero. Historias que atentan contra el arte y el artista. Historias que presionan al artista —quiera o no— para que desee subir a una montaña que desgasta los nervios y genera frustraciones. Estas historias no son inspiradoras. Generan la idea de que el artista además de ser el número uno debe ser joven. Nunca hubo entre los artistas —jóvenes y no tanto— tanta frustración por la edad, como si al arte le importara los años del artista.
Las redes sociales y el número uno
La aparición de las redes sociales ha enquistado la idea de ser el número uno. Los artistas celebran 10 millones de seguidores en Instagram. Lejos de esta cúspide que huele a dinero y fama, los artistas jóvenes o desesperados realizan una labor mendicante. Ruegan a amigos y conocidos en público y en mensajes privados:
«¿Tienes un minuto?», dicen estos jóvenes o desesperados artistas. «Dame cinco estrellas en Amazon» o «vota mi corto». Y rematan: «Un minuto para ti no es nada, pero para mi es importante». Ante esto es inevitable pensar: ¿Realmente los artistas sienten satisfacción por las estrellitas y los clics por amistad o compasión? ¿Tanto importa a estos artistas los datos ficticios?
«¿No puede una bailarina ser feliz trabajando como bailarina o un escritor viviendo de lo suyo aunque no de el pelotazo?», dice mi mujer. «Hacen lo que les gusta y encima les pagan». Mi mujer es una persona razonable.
————–
Relacionado: El artista y la tormenta perfecta
Ciertanmente en mi opinión Orson nunca pensó en ser el número 1, y si no acabó siéndolo estuvo muy cerca. Pero sí que es cierto que intentaba ser siempre mejor que él mismo. Y ahí, en mi humilde opinión la clave de su grandeza, y modelo del que aprender.
[…] El drama de ser el número uno en Hollywood […]
Me ha encantado el post. La verdadera grandeza reside en la búsqueda de la felicidad y no del éxito. Curiosamente como suele suceder, aquellos que hacen lo que más les gusta sin pensar en el éxito encuentran el verdadero fin en el proceso no en la meta, como Jack Kerouac explora en «El camino»
El concepto de éxito que se manejan en nuestra sociedad es dañino para todos: para el qe se autopresiona por llegar a ese estereotipo, para el que pasa de ese concepto pero recibe constantemente la presión de sus seres queridos, para el que critica al otro porque no es «exitoso· mientras su vida es triste.
El concepto de éxito pienso que debería estar sujeto al concepto que cada uno tenga de él, y actuar en consecuencia, sin censurar a los demás
Te felicito por el artículo. Lo he terminado leyendo entero. Me ha gustado bastante; de hecho, me ha hecho reflexionar sobre la escritura. Un amigo mío me reiteró al estilo Bukowski: si vas a escribir por dinero, fama, lo que piensen los demás, no lo hagas.
Hay que hacerlo porque le gusta a uno y le apasiona.