«La imitación es el más sincero de los elogios».
Charles Caleb Colton. Lacon: Or, Many Things in a Few Words; Addressed to Those who Think.
Hay que tener mucho cuidado con lo que se compra. Hay que buscar bien hasta encontrar lo verdaderamente único y original. Ya sabes lo que dice la publicidad: «Rechace imitaciones». Salvo que no las rechaces. Quizá porque la imitación es tan buena como el original, si no mejor. Tal vez porque la imitación es precisamente lo único, lo singular y lo insólito.
Algo así te puede pasar si viajas a la mercurial Asmara, capital de Eritrea. Mirando sus rótulos y sus edificios, puede que no sepas si estás en el África Oriental o en una ciudad del norte de Italia. Y eso sí que es verdaderamente inimitable. Y asombroso.
En realidad, el asombro es más topológico que intelectual, porque Eritrea no fue un país independiente hasta la guerra con Etiopia que acabó en 1991, y hasta 1952 el país había estado colonizado por los italianos de manera intermitente desde la última década del siglo XIX. Fue precisamente en la década de los 30 cuando el gobierno fascista de Italia llevó a cabo una remodelación ingenieril y arquitectónica de la capital, dotándola de infraestructuras modernas: alcantarillado, accesos, calzadas.
Y nuevos edificios, claro. Fue entonces cuando la ciudad recibió el sobrenombre de Piccola Roma. En la actualidad, Asmara tiene casi seiscientos mil habitantes en su núcleo urbano y más de un millón a lo largo y ancho de su área metropolitana, pero solo hay que dar un paseo por sus calles y sus plazas para comprobar que la influencia italiana no es en absoluto vestigial sino prácticamente omnipresente.
Desde las fachadas neorrenacentistas y neolombardas hasta los edificios art déco, pasando por los letreros y los carteles en italiano e, incluso, el interior de los locales, se diría que los asmarinos se sienten orgullosos de su pasado colonizado.
¿Sigue flotando sobre la ciudad una burbuja de paternalismo cultural abrazada por los propios eritreos? ¿Son víctima de una suerte de síndrome de Estocolmo transnacional? Pues en realidad no, y merece la pena detenerse un poco sobre ello. Los procesos de colonización, y aún más los que se dieron en África, supusieron un problema colosal a ambos lados del Mediterráneo. Las metrópolis a duras penas podían mantener los territorios de ultramar pese a las tangibles riquezas naturales que obtenían de ellos, y los propios países colonizados perdieron su autonomía, además de ver transformados sus pueblos y ciudades e incluso un modo de vida la mayoría de las veces secular.
¿Pero perdieron su identidad? ¿O es la identidad un fenómeno amalgamado? ¿Una aleación –no siempre fluida– de procesos culturales e históricos? Al fin y al cabo, es lo que ha sucedido con todas las civilizaciones del planeta. Los españoles somos producto de decenas de colonizaciones: somos romanos y visigodos y árabes y franceses e ingleses. De hecho, todos somos un poco estadounidenses, aunque nunca hayan plantado las barras y estrellas en nuestro país, más allá de las bases de la OTAN.
Lo que ocurre en Asmara es que la realidad se solapa de manera perfectamente visible, casi táctil. Hay una ciudad italiana que convive entretejida, vibrando pero muda en el mismo plano experiencial del ajetreo africano. La Catedral de San José de Asmara nos remite a la Lombardía o la Emilia-Romagna. La cúpula de la iglesia de Kidane Mehret se levanta en un dibujo bruneleschiano.
El concesionario de FIAT Tagliero parece pertenecer a la mejor arquitectura del primer racionalismo, como si Giuseppe Terragni no hubiese muerto en la Segunda Guerra Mundial sino que hubiese viajado al África Oriental para construir ese formidable voladizo de hormigón.
En Asmara podemos visitar el Cinema Roma, la Farmacia Centrale, el Bar Vittoria y la Casa del Formaggi. Y los asmarinos siguen hablando en italiano cuando le gritan al televisor mientras ven un partido del Catania, de la Juve o del AC Milan.
Parece Italia, sí, pero no lo es. Porque no puede serlo. Porque la mayoría de estos edificios se construyeron en los años 30, 40 y 50 y, en la Italia de esa época, no se habría levantado una obra neolombarda o noerrenacentista. La mayoría de los locales modestos italianos han cambiado cien veces de propietario en este siglo y sus rótulos y sus tipografías han ido sustituyéndose con el tiempo. Ya no queda prácticamente nada del art déco que no sea un edificio histórico o un reclamo turístico. Pero en Asmara no. En Asmara siguen conservando con honra las piezas del puzle de su pasado. Piezas físicas, tangibles y visibles. Piezas que parecen italianas, pero que solo persisten en este bullicioso rincón del cuerno de África.