Toda Cuba puede explicarse mirando sus barberías

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No quisieron homenajear a las barberías de Cuba desde Madrid, ni recrearlas ni imitarlas; su objetivo era abrir un trozo de la isla a este lado del océano, suelo soberano como el de una embajada pero con mechones rodando por las baldosas. El 27 de diciembre, durante un solo día, Cuba ganó unos cuantos metros cuadrados de tierra en la capital de España.

El proyecto partió de Juanito Jones, Lorenzo García-Andrade (que vivió en Cuba 17 años) y María Buey, de bwelke, una agencia de «creación de experiencias». La barbería snak-bar Donde Oscarito (así se llama, en alusión a Donde Dorian, lugar donde se esquila la farándula cubana) nació como una iniciativa artística, pero quiso ser coherente consigo misma hasta convertirse en un negocio real. «Para comer, beber o pelarte tenías que pagar con pesos cubanos, una moneda que no te cambian en ningún sitio, que solo sirve allí. Teníamos una casa de cambio», cuenta Juanito Jones.

La barbería, una metáfora total de Cuba

«Escogimos las barberías para hablar de Cuba como en España habríamos escogido los bares. Allí hay una en cada calle, y con mil tipos de locales distintos. Su importancia se ve en que fue el negocio que escogió el Régimen para empezar a permitir pequeñas privatizaciones», explica García-Andrade: el cuentapropismo se estrenó en las fábricas de la guapura.

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Proliferan peluquerías porque los cubanos se atusan como presentadores de televisión. «Hay mucha cultura de cortarse el pelo, muchos van cada dos días a retocarse. También ocurre con la higiene, a pesar de las limitaciones materiales, la gente va muy arreglada y perfumada. Todo el mundo lleva al trabajo una bolsa de aseo, ya desempeñen trabajos de oficina o más manuales», especifica García-Andrade.

Esta base estratégica de tijeras, secadores y lociones se desarrolló con la idea de representar la idiosincrasia, la política y el estado de cosas de la isla caribeña. Una historia y un presente de país a través de la utilería del corte de pelo.

Enseguida se dieron cuenta de que no tenían que inventar nada, en las barberías cubanas (en sus utensilios, su manejo del espacio, su ambiente…) ya estaba toda la información. Debían emularlas.

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Viajaron a la isla durante dos semanas. Exploraron, se documentaron, socializaron. Buscar objetos, negociarlos y meterlos en el avión (trajeron a España 46 kilos de fragmentos de barbería) era la parte fácil, pero luego había que aprender a disponerlos. Si no lo hacían bien, el local de Madrid corría el riesgo de parecer más un trastero de reliquias caribeñas que un espacio vivo y creíble.

El factor clave, cuentan, era usar el espacio y los materiales como lo hacen los cubanos, es decir, asumir su forma de pensar: dotar de importancia a unas cosas y no a otras, permitirse la pereza en unas parcelas y no en otras, solucionar los problemas con unas estrategias concretas. Es decir: aprender los esquemas lógicos de un pueblo separado por miles kilómetros de distancia, y por una historia radicalmente diferente.

«A las barberías se las llama salón de belleza, pero son más como salones de casa. Allí la gente va a socializar, a hablar del último partido de béisbol, da igual que el barbero esté o que haya salido», detalla Jones.

A él le cortó el pelo Ildemaro, un chaval de 20 años que los escuchó a él y a Lorenzo hablando de barberías y se ofreció mostrarle la suya. «Su peluquería se convierte en el centro donde quedan todos los colegas, están con sus bicis, con la música puesta». Cada barbería es una microtribu, si al dueño le gusta el rock, el local y los clientes rezumarán rock. Igual ocurre con la salsa o el fútbol.

La propia estructura del local favorece la atmósfera de patio comunitario: «No es un lugar cerrado, está abierto a la calle; hay un umbral en el que estás medio fuera medio dentro», explica María Buey.

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Cómo trasplantar el ecosistema barbero

Oscarito, un amigo cubano y posterior dueño de la efímera, los guió por la isla, les ayudó a conocer. Indagaron al detalle en los locales. «Que usen afeitadores tan antiguos habla de que es imposible conseguir tecnología actual; también que cuando se les rompe el veintilador, usen su rejilla como adorno, colgándole pajaritos artesanos», describen.

Hay paredes pintadas, otras a cemento visto: tienen desperfectos, muescas, y no les supone problema alguno. También disponen altares: «Con una mezcla de imágenes católicas y de herencia de las religiones africanas. Se mezclan las creencias, se colocan flores de plástico, ron, una botella de cerveza a modo de ofrendas». Bajo el altar de una de ellas, pegado, como sirviéndole de cimiento, aparece el Che Guevara. «Caben preguntas, ¿los tienen [al Che, a Fidel Castro, a Camilo Cienfuegos] para atraer a los turistas o por la creencia de los propietarios, porque quiere que se sepa que están con la revolución?», reflexiona García-Andrade.

Las regletas de encuhes están llenas de adaptadores, algunas herramientas se las han traído de fuera y tienen boquillas diferentes. En un solo elemento, muy sutilmente, se descubre la historia de aislamiento y bloqueo del país.

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Taburetes bajos, paredes atestadas de hojas, mobiliario deteriorado pero funcional, sillas y sofás (cada uno de su madre y de su padre), pósteres que son la ampliación de baja calidad, en A1, de las cajas de lociones y tintes…

La barbería de Madrid debía ser una más. La promocionaron en redes sociales como si fuera un nuevo negocio, sin mencionar que había ganado un concurso de proyectos organizado por El Cuarto de Invitados con financiación del Injuve. «Muchos colegas de verdad pensaban que estábamos ayudando a Oscarito a montar su establecimiento. Lo pusimos así en redes y mucha gente de la Habana empezó a compartirlo».

El peluquero estrella fue Rode Quintero, exalumno de Papito, un cubano que, a través de la barbería y de su proyecto Arte Corte, ha implementado iniciativas sociales y artísticas en el país. Papito se llama Gilberto Valladares, es un gurú cubano, famoso como un Rolling, y cuando Obama lo conoció, en un evento de emprendedores, le dijo que si no se acabara de cortar el pelo, se pondría en sus manos.

Rode fue alumno de Papito y fue el protagonista de ese fragmento de Cuba que floreció en el pleno Lavapiés. «No dejó de cortar el pelo en todo el día», relatan.

En Cuba, las barberías se fusionan con otros negocios: «Hay una multifuncionalidad del espacio». Cada metro es una oportunidad de trabajo, existen, incluso, peluquerías con gimnasio. Por eso crearon un snak-bar. «Vendíamos puerco con yuca, mojitos, ron… Hubo gente que vino a comer y a cenar. Cogimos una puerta, la tumbamos y la pusimos como barra. Los carteles del menú eran como los de allí».

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Por ejemplo, este mensaje: «Se hacen tortillas con huevos del cliente». A este lado del mundo suena cómico, uno piensa que es broma, que se refieren a los testículos del parroquiano. Pero solo es una indicación práctica: a veces, los bares no disponen de huevos y te ofrecen la mano de obra siempre que lleves la materia prima.

Maquetaron una edición especial de Gramma en la que imprimieron noticias y contenidos que sintetizaban la filosofía que alimentaba el negocio: era un manifiesto camuflado. «La televisión emitió desde dibujos animados a partidos de béisbol o discursos de Fidel». Montaron una escoba con un palo de pintor y un recogedor con una garrafa cortada y un tronco. «Quisimos reproducir la humedad de cuba, pusimos muchas toallas y un humidificador, también reprodujimos la temperatura». Los precios variaban, el corte para un cubano era más barato que para un extranjero.

La financiación del proyecto se quedó corta, eso obligó a la instalación artística a convertirse en un negocio: tenían que vender mucho y atraer a la gente para que el proyecto no fuera deficitario. La urgencia económica acabó modificando la obra, obligándola a vivir al modo en que se vive en Cuba.

 

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1 Comment ¿Qué opinas?

  1. Nadie habla de cuba en estos días, bellas palabras. Sería espectacular un artículo sobre el tornado que arrasó a la habana, a nadie parece importarle. Gracias por hacerme recordar lo bonito de mi Cuba

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