“Antes se creaban ONGs para solucionar los problemas de nuestros tiempos. Ahora se crean empresas”. Jay Coen Gilbert está al frente de B Lab, una organización que trabaja incansablemente para promover las empresas sociales.
“Con la confianza de la población en las empresas bajo mínimos, esta medida representa la primera respuesta sistemática a los problemas estructurales que crearon la crisis financiera”. Estas palabras pronunciadas en abril de 2010 podrían haberse extraído del enésimo discurso hiperbólico de un político prometiendo mano dura contra los desmanes de Wall Street. En realidad, fueron pronunciadas por Jay Coen Gilbert en referencia a la aprobación de la Benefit Corporation Law en el estado de Maryland (EEUU).
¿Cómo puede una ley aprobada en un estado secundario que no llega a los 6 millones de habitantes tener la clave para cambiar el capitalismo?
La respuesta está en la letra pequeña. Por primera vez se reconocía el derecho a la existencia de empresas que equiparan su misión social con el cometido de ganar dinero. “El derecho corporativo tradicional dice que el deber de una compañía consiste en maximizar los intereses del accionista sin importar a costa de quién se consigue y si solo beneficia a un grupo reducido de personas”, explica Coen Gilbert. Él es cofundador de B Lab, una organización sin ánimo de lucro que ha sido determinante en la elaboración del anteproyecto de ley. “Esto dificulta que la directiva de una empresa pueda perseguir una misión social además de ganar dinero porque está siempre con el riesgo de ser demandada”.
La ley aprobada en Maryland ayuda a crear empresas que desean hacer todo lo contrario. “Tienen todas las ventajas de ser una sociedad limitada normal pero con tres importantes diferencias. Permite equiparar su misión corporativa, transparencia y rendición de cuentas a ganar dinero”.
La incursión de este nuevo reglamento no se ha quedado solo en las fronteras de este estado. Un mes después, Vermont aprobó su propia versión de la ley apoyado por los fundadores de Ben & Jerry’s y desde entonces le han seguido Nueva Jersey, Virginia y Hawai. “En el estado de Nueva York está pendiente de la firma del Gobernador Cuomo” y Cohen espera que se apruebe algo similar en 2012 en California. “Solo con esos estados ya estaríamos hablando de una parte muy importante del poder económico del país”.
Pero la labor de B Lab no se limita a contribuir con sus proyectos en la legislación. Entre sus principales actividades está la de B Corporation, un sello de distinción que se otorga a las empresas que tienen en cuenta factores como la transparencia, trato a sus empleados, impacto sobre el medio ambiente y la comunidad. Una puntuación superior de 80 sobre 200 permite acceder a ser miembro de esta organización que reúne a 429 empresas que, en su conjunto, mueven 2.180 millones de dólares al año.
“Antes se creaban ONGs para solucionar los problemas de nuestros tiempos. Ahora se crean empresas. Tratamos de crear las condiciones para las que tengan vocación social y medioambiental prosperen”.
Entre sus miembros se encuentra Freelance Insurance Company, una compañía que ofrece seguros médicos de calidad para autónomos en el estado de Nueva York. Casi el 30% de los trabajadores en EEUU son freelance. Pero los seguros médicos no son algo que te siguen de trabajo en trabajo. Van unidos a tu empleo, por ello una neoyorquina llamada Sarah Horowitz pensó que lo que realmente se necesitaba no era un sindicato más sino el acceso a una sanidad de calidad. Creó Freelance Insurance Company, una empresa de seguros que ahora proporciona servicios sanitarios a precios asequibles a 25.000 trabajadores en el estado de Nueva York. “FIC valora la sostenibilidad por encima de las ganancias. Al no tener accionistas privados, todo lo que ganamos se dirige a proporcionar beneficios, servicios, educación a nuestros miembros”, explica Horowitz.
En 2010, tuvieron ingresos por encima de los 85 millones de dólares. “Hemos demostrado que es posible ganar dinero y adherirse a una misión social”. La fundadora de FIC cree que la mejor manera de luchar contra la ineficiencia de la política y los políticos es unir fuerzas. “Ya que las empresas y el gobierno no están garantizando derechos y servicios básicos tenemos que colaborar en grupo para construir soluciones”.
Los inversores de impacto
La proliferación de esta tipología de empresas ha ido acompañada de un nuevo tipo de inversor adaptado a esta lógica empresarial. Se hacen llamar impact investors (inversores de impacto), y están especializados en apoyar productos y servicios que no siguen la ruta de organizaciones tradicionales.
“Es un término muy amplio en el que cabemos muchos tipos de inversores, pero todos tenemos una cosa en común: apoyamos proyectos con animo de lucro para sectores de bajos recursos”, según Álvaro Rodríguez Arregui.
Este empresario mexicano es fundador de Ignia, un fondo de inversión que lleva invertidos más de 35 millones de dólares en compañías dirigidas a los millones de mexicanos ignorados por el mercado tradicional. En su opinión, la mayor causa de la pobreza es “la falta de acceso que tienen los sectores desfavorecidos a productos y servicios de calidad”.
Sus inversiones han contribuido a abaratar radicalmente el acceso a telefonía móvil y telecomunicaciones (Finiestrella y Barafón), a comercializar filtros de agua asequibles (Agua Natural), seguros médicos de bajo coste (Primedic) o material y servicios para construirse su propio hogar (MexVi). “Son empresas que se mueven a otras velocidades. Requieren periodos de gestación muy largos. Los éxitos tardan en llegar”, añade.
Los grandes bancos de inversión, para bien o para mal, también han tomado nota de el enorme potencial de este mercado. JP Morgan estima que en 2020 llegarán a mover entre medio billón y un billón de dólares. Además, esos mismo bancos se están viendo presionados por sus clientes a invertir su dinero en emprendimientos sociales. “Cada vez son más los que lo exigen. El ejemplo de Bill Gates ha hecho mucho”, según Cohen.
Una vez más, B Lab está jugando un papel importante en animar la inversión en empresas sociales. A la hora de invertir en una compañía, es fácil determinar los ingresos de una corporación. Pero hasta hace muy poco no existían parámetros para que los inversores tuvieran datos fiables sobre el impacto social de las compañías. “Si no pueden medir y recibir datos fiables, los fondos no invierten”. Para eso, B Lab ha creado Giirs, un sistema de puntuación que determina el valor social de una compañía. “Permite contemplar el mix entre ingresos e impacto social. El inversor tiene más información a la hora de tomar su decisión. Es algo parecido a B Corp, pero enfocado hacia el inversor”, explica.
La era post RSC
Los sectores de negocios más tradicionales también están tomando nota del emprendimiento social e imaginan formas para normalizarlo. La tesis más sonada en los últimos meses es el concepto de “Shared Value”, a raíz de un artículo publicado en enero de 2011 en el Harvard Business Review.
Sus autores, Michael E. Porter y Mark R. Kramer, consideran que la responsabilidad social corporativa es un concepto anticuado e irrelevante. “Hace que las empresas consideren lo social como algo al margen de su día a día cuando en realidad debería estar integrado en su misión central”.
Como alternativa proponen que las compañías empiecen a buscar el valor compartido en todo lo que hacen. “Hay que redefinir el significado de una compañía para no solo crear ganancias per se sino que tenga el valor compartido. Es la mejor oportunidad que tenemos para devolver la legitimidad a las empresas”.
Entre los casos de éxito de este nuevo paradigma resaltan el ecoimagination project de GE, un programa de innovación creado en 2005 donde la multinacional invierte en productos que tienen que proporcionar un ahorro de energía o beneficio medioambiental significativo.
Según el New York Times, en 2010, más de 100 productos que han salido de este proyecto, que incluyen desde motores de avión hasta bombillas, han generado ventas de 18.000 millones de dólares. El ejemplo de Smart Cities, los programas informáticos creados por IBM para gestionar mejor las ciudades también reciben una mención especial. En ambos casos, los autores dicen que las compañías han respondido a las necesidades de sus clientes. Convierten el problema social y medioambiental en el centro de su misión sin dejar de ganar dinero.
“Negocios actuando como negocios y no como donantes son la potencia más importante que tenemos para solucionar los problemas que sufrimos. Ha llegado el momento para crear un nuevo concepto del capitalismo. Las necesidades de la sociedad crecen mientras que clientes, empleados y una nueva generación de jóvenes está pidiendo que los negocios estén a la altura de las circunstancias”, añaden.
Todo estos avances llenan a Jay Coen Gilbert de optimismo. Él se declara capitalista convencido, pero en un tipo de capitalismo curado de su pasado cegado por el cortoplacismo y los desmanes sociales y medioambientales. “Lo que más me inspira es que están redefiniendo lo que significa ser una persona de éxito. Reconocen y entienden que, si no ganas dinero, no puedes tener una misión. Saben que compiten por valor, pero ya no compiten para ser los mejores del mundo, compiten para ser los mejores para el mundo”.
Mientras tanto, los hábitos sociales de la universidad más importante de EEUU muestran un atisbo de hacia dónde van las cosas. “En los años 90, el club de finanzas era el más popular en Harvard. Ahora el más demandado es el de emprendedores sociales. El verdadero talento no se conforma con ganar dinero. Pide algo más”, asegura Rodríguez-Arregui.
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Este artículo fue publicado en el número de octubre de Yorokobu
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