Quizá lo más característico de Bernardí Roig sean sus esculturas a tamaño real de hombres normales y corrientes, con su barriga y su calvicie, que descansan en posturas intrigantes por los pasillos de los museos y las galerías de arte.
O aquel proyecto en el que buscó a cien personajes del mundo del arte que habían influido en él de algún modo, como por ejemplo directores de importantes museos, y los fotografió con una Polaroid, con aspecto demacrado y una túnica que decía «poet» como única indumentaria.
Pero la la muestra Bernardí Roig. Films 2000-2018 en el museo Es Baluard (Mallorca) se centra solo en la obra audiovisual del artista. Vídeos creados en los últimos 18 años donde Roig deposita su imaginario habitual: figuras solitarias, espacios claustrofóbicos, visiones inquietantes en blanco y negro. La angustia por la pérdida de la identidad de las personas en una sociedad colonizada por internet y los medios de masas. A esa selección se unen tres films de 2017 sobre Wittgesntein y la arquitectura que se van a presentar por primera vez en esta exposición.
Tenga cuidado el visitante, por si en esas figuras atrapadas en la repetición de un gesto, en esos anónimos en apariencia desgraciados, se encontrara a sí mismo. «Lo mas probable es que encuentren sus dobles fantasmáticos. Serían sus «sí mismos», si es que tal cosa existe, que se encuentran en el sótano de sus experiencias traumáticas», advierte el artista.
El arte, por lo general, suele ser espejo. «No mis obras, sino cualquier imagen funciona como un espejo en el que vemos un rostro que arde: el nuestro. Por eso una imagen es un tajo en mitad de nuestras seguridades donde nuestra mirada nos es devuelta, fragmentada y craquelada para llevarnos a lugares que nunca habríamos imaginado».
[pullquote]No mis obras, sino cualquier imagen funciona como un espejo en el que vemos un rostro que arde: el nuestro[/pullquote]
Para el artista, el peor defecto de la sociedad actual es que todo sea transparente y visible. Él cree que son necesarios los secretos y los significados velados: «Este presente digital no produce sombras. Es solo transparencia y está necrosando el deseo, todos se muestran y lo muestran todo, en breve echaremos mucho de menos las veladuras y los encajes… El encaje es una especie de escritura que solo se puede leer si hay carne detrás. Mirar es desvelar y creo que sin esa posibilidad todo es visible, es decir, sin garantías de significar».
En su imaginario también tiene mucho peso el concepto de identidad. «Estoy casi seguro de que la única identidad posible es mestiza, híbrida y caníbal. Somos hombres sin rostro, cubiertos solo por mascaras. Nos relacionamos, si es que nos relacionamos, solo con máscaras. Nos ponemos una diferente en cada momento del día en función del acto que vayamos representar. El mundo entero es un gran escenario», explica.
[pullquote]Todos se muestran y lo muestran todo, en breve echaremos mucho de menos las veladuras y los encajes[/pullquote]
La elección del blanco y negro para toda su obra encuentra su explicación en el lugar donde han nacido esas obras. «Yo tengo una cabeza en blanco y negro que huyó despavorida, hace ya mucho tiempo, del mundo cromático. Una imagen es un artificio, un artefacto que produce la cabeza y por ello está muy lejos de la naturaleza. El blanco y negro me ayuda a intensificar la ficción. De lo contrario, caería en manos de un naturalismo que inevitablemente me produciría una cercanía con la realidad de la que huyo espantado. Mis imágenes son rescatadas del sótano de los recuerdos enquistados y allí hace frío, es oscuro y no hay colores».
Ha expuesto en edificios emblemáticos como el viejo Hotel de Inmigrantes en Buenos Aires, la Sala Capitular de la Catedral de Canterbury y próximamente en el Zentrum für Internationale Lichtkunst en Unna, Dortmund, una antigua fabrica de cervezas de principios del siglo XIX.
«Prefiero trabajar en espacios con signos de memoria adheridos a sus paredes que en el cubo blanco amnésico», dice rotundo. Cuando se da el segundo caso, tiene que plantear estrategias de intervención del lugar en blanco. «Claro que el lugar ideal para una exposición sería bajo las bóvedas del infierno», apunta.
[pullquote]El lugar ideal para una exposición sería bajo las bóvedas del infierno[/pullquote]
Nekane Aramburu, comisaria de la exposición y directora del museo, habla de esta selección de las obras más representativas de la trayectoria videográfica del artista. «Nosotros tenemos obra escultórica suya, pero este proyecto es una retrospectiva que permite una visión transversal de toda su trayectoria a partir de la imagen en movimiento como denominador común». Además, la muestra entra dentro de un programa que tiene el museo mediante el cual revisan anualmente a artistas o colectivos de las Islas Baleares.
«Es un trabajo de años, a modo de retrospectiva en la que contenido y formato son constantes», dice la directora tratando de definir la muestra. «Es síntesis de un universo afacetado, de un barroquismo de metáforas cultas que a través de una cierta narrativa revela sus obsesiones y la obstinación por combatir la incomunicación. Sus imágenes son la misma imagen. Sea él mismo o sus alter egos».
Y deja una frase para la reflexión: «Aby Warburg practicaba una historia de las imágenes como una historia de fantasmas para adultos. Así sus textos sobre el retrato aluden a que estos fantasmas conciernen a la insistencia, a la supervivencia de una post-muerte».
Para comprender mejor la relación entre los distintos vídeos del artista mallorquín, quizá sea necesario decir que su proceso creativo parte del dibujo para después producir «efectos tridimensionales en sus esculturas e instalaciones», según la comisaria. El propio artista amplía esa idea: «El dibujo es el embrión de todo mi trabajo, y nace de una urgencia expresiva que intenta incautar el instante que se da a la fuga. Los videos son el resultado de esa linea con conciencia de si misma que se pone en movimiento». Aunque tienen algunos pequeños límites: «Siempre necesitas un enchufe donde conectarlos para poder ver las imágenes; por otro lado esa es la magia de su inmaterialidad».
Es tal la carga de contenido de los vídeos presentados, que cada entrada permite visitar dos veces la exposición. El formato no es nuevo para el museo. «Lo hacemos para aproximar al espectador al videoarte o propuestas audiovisuales que requieren un cierto tiempo. Pasa en las bienales o proyectos expositivos que precisan visitas largas», explica Aramburu.
En uno de los vídeos de la muestra, un personaje se cose pacientemente la boca. Se trata del propio artista, Bernardí Roig. El vídeo muestra desde cerca cómo la aguja va penetrando en sus labios. Esa imagen puede provocar repulsa en el espectador, pero hace tiempo que pasó la era del arte concebido como belleza estética y llegó la del arte que despierta sensaciones y remueve al espectador. En ese terreno, sin duda, se maneja con pericia Roig.
Él habla «todo lo que puede» con los espectadores sobre lo que les provocan sus obras. «No me importa nada lo que piensen pero si me interesa mucho lo que digan. El público, y yo también los soy, es un monstruo pantagruélico y multicefalico que lo invade todo. No me sorprende nada de las reacciones del espectador porque no espero ninguna en concreto. Prefiero ese lugar de imprevisibilidad que genera el trabajo, y si se llega a generar una emoción, sea la que sea —placer, repulsa, asco, delirio o desprecio—, con eso ya es suficiente».
Observar obras como las suyas puede ser útil y necesario para los seres humanos. Según la directora de Es Baluard, este tipo de arte sirve «para entender el mundo en el que vivimos y tener las herramientas de compresión respecto a él. El arte te permite tener ciertos códigos para manejarte respecto a él, tener criterio y pensar por ti mismo».
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