La catarsis de Michael Keaton

23 de enero de 2015
23 de enero de 2015
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Los griegos concibieron el arte dramático como remedio escénico para purificar los males de su tiempo. Las sátiras políticas de Aristófanes ridiculizaban a la clase política ateniense y conciliaban la vida social de la polis. Las tragedias de Sófocles representaban la muerte heroica de Heracles y purgaban el alma mortal de sus espectadores. A través de la risa, o el llanto, el público abandonaba el continuo entreacto de su vida para sumirse en una realidad ficcional gemela o hija bastarda. Un espejo teatralizado en el que lograban verse las facciones y entender mejor el dibujo de su rostro, aunque los protagonistas llevasen máscaras.
Las filas del anfiteatro eran simultáneamente sillas de escuela, butacas de cine y divanes de psicólogo; y no como ahora, donde, junto con todo lo anterior, contamos con una poderosa industria farmacéutica cimentada sobre toneladas de ansiolíticos.
Pero ¿estamos tan jodidamente lejos de las primeras audiencias? Seguimos comprando entradas con el pretexto de huir de nosotros mismos durante 120 minutos de media. De entretenernos, por supuesto. Y de contemplar nuevas respuestas a las mismas preguntas. Aquellas que cantaba Siniestro Total en Menos mal que nos queda Portugal (1982).
A «¿Quién soy?», Michael Keaton debía responderse: un actor de 65 años que pasará a la historia por haber interpretado el Batman más glam.
A «¿De dónde vengo?»: de dar banzados en la industria Hollywoodiense hasta terminar dando voz a dibujos animados.
Y a «¿A dónde voy?»: a morirme más pronto que tarde y ser recordado por el plano detalle de mi paquete con el traje de murciélago; puede que también por una comedia de los 90 estrenada en España como ‘Mis dobles, mi mujer y yo’.
[pullquote class=»left»]La tendencia al culto de las personas sobre las que nos proyectamos forma parte de nuestra condición de humanos[/pullquote]
Sin embargo, el destino le reservaba un giro inesperado en su trayectoria digna de tragedia helena. El rol principal en un ejercicio de metateatrofilmado con referencias directas a Raymond Carver. Dos horas de metraje –rodadas en un agónico *plano secuencia– en las que interpretarse a sí mismo haciendo de sí mismo hasta alcanzar la redención. La catarsis. La purificación al más puro estilo griego: desde detrás del telón hasta el centro de los focos, pasando desnudo por el pasillo de las butacas.
Si algo deberíamos reseñar de Birdman, es nuestro deseo de aplaudir en la oscuridad de la sala con los títulos de crédito. Igual que aplaudimos antes de Cristo.
Igual que otorgamos el estatus de semidioses a los primeros intérpretes de los mitos olímpicos e incendiamos Troya hasta sus cimientos por la Scarlett Johansson de los aqueos, dando origen a la categoría de celebrity. Jamás disociamos arte de actor. La tendencia al culto de las personas sobre las que nos proyectamos –o que se proyectan sobre nosotros– forma parte de nuestra condición de humanos. Además de la egolatría. La envidia. El egoísmo. Y la increíble capacidad de destrucción de aquello que amamos.
Cuando pienso en mis miserias particulares y las multiplico por 180.000, el número de seguidores que Michael Keaton tiene en Twitter, me mareo. No sabría comportarme con semejante poder de amplificación de mi Yo. Con una audiencia propia y global que me reconociese allí donde fuera a tomarme un café, o a recoger una mierda de mi perro, o a emborracharme y clamar al cielo porque esté cerrado el kebab de la esquina (no sabía que alguna vez cerraban).
E igualmente querría más.
En uno de los mejores diálogos de la película, Keaton haciendo de Keaton habla con su hija, que no es su hija sino Emma Stone, sobre un vuelo con turbulencias. Algunos asientos por delante está sentado George Clooney. Mientras los pasajeros gritan aterrorizados ante un momentáneo apagón del sistema eléctrico, él no puede dejar de pensar que si mueren a bordo de ese avión, no será su cara la que ocupe las portadas.
[pullquote class=»right»]En los tiempos del Spiderman de Sony, todavía hay un superhéroe en el que creer[/pullquote]
Fuese arrogancia o presunción o necesidad de facturar lo que llevó al americano a aceptar el papel que le brindaba Iñárritu; fuese lo que fuese, deseo de criticar el sistema que le alumbró desde dentro o de revalorizar su caché en el mismo, debemos estarle profundamente agradecidos por la lección otorgada. La actuación de Michael Keaton en Birdman ha logrado cambiar radicalmente cualquier percepción sesgada que pudiésemos albergar sobre él. Cambiar nuestras respuestas a sus eternas preguntas. Y por tanto, a nosotros mismos. En los tiempos del Spiderman de Sony, todavía hay un superhéroe en el que creer. Ese que pudiendo volar o mover objetos con su mente decide enfrentarse a sus enemigos, que son los nuestros, desarmado. Corriendo el riesgo de ser derrotado sin máscara. O de alcanzar la victoria a cara descubierta y trascender de hombre a leyenda viva. Arruinando su inesperada virtud en ignorarle.

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